Al leer Babelia, en su edición del sábado anterior, encontré esta nota sobre Milton, la celebración de su cuarto centenario, el Paraíso perdido y la "invención" de Satán, y me pareció pertinente incluirla en el blog, con la esperanza de que no "dispare las alarmas" de más de algún beato(a) con su equívoco aroma a azufre. La ilustración, por supuesto, es de Blake.
Partidario del diablo
Fernando Castanedo
Según una antigua teoría, toda la literatura inglesa desde el siglo XVIII descendía de dos autores. Uno era Miguel de Cervantes, quien con el Quijote se convirtió en padre de la sátira y la parodia anglosajonas y de la literatura popular escrita en el estilo humilde (empezando por Swift, Defoe, Fielding...). El otro era John Milton, que con El paraíso perdido apadrinó la poesía grave, tanto épica como lírica, escrita en el estilo sublime (desde Gray, Thompson, Young...). Teniendo en cuenta su grado de generalidad, la antigua teoría sigue pareciendo razonable. Casi tan razonable y antigua como el mismo Milton, cuya vida y obra celebran estos días los ingleses con motivo de su cuarto centenario.
Aparte de algunos poemas en inglés y en latín, la trayectoria literaria del poeta empezó con una conmovedora elegía, Lycidas, dedicada a su compañero de Cambridge Edward King, que había muerto en un naufragio. De paso que lloraba al amigo, aprovechó para atacar a la jerarquía eclesiástica y para recordar la amenaza que suponía el catolicismo para los puritanos como él.
Durante un viaje de estudios por Europa visitó a Galileo, confinado en su casa por defender los movimientos celestes, y cuando volvió a Inglaterra se encontró un país convulso al que le quedaban pocos años para convertirse en el primer Estado en ajusticiar a su rey. Escribió panfletos a favor del regicidio y del divorcio, y cuando intentaron censurarle contraatacó con Areopagitica, uno de los textos fundacionales sobre la libertad de prensa.
Durante los años de la Revolución Inglesa se convirtió en funcionario de la nueva república, y cuando los reyes volvieron al trono de Inglaterra logró salvar la vida -no así la vista, pues se había quedado ciego en 1652-. El prestigio y las amistades lograron que todo quedara en una fugaz visita a la cárcel. Después llevó una vida retirada bajo el cuidado de sus esposas -en total llegó a casarse tres veces- y sus hijas, que se quejaban de un padre tiránico y cicatero que les obligaba a leerle en lenguas que no comprendían. A ellas, que cuando faltaba dinero vendían los libros del escritor, les debemos nosotros y la historia de la literatura que tomaran al dictado los más de diez mil versos de El paraíso perdido.
Siguiendo la recomendación de abordar asuntos ya tratados por otros poetas, Milton reelaboró en esta obra el primer cuento del primer libro de nuestra cultura, la historia de Adán y Eva en el Génesis. Aunque su propósito era justificar ante los hombres "las sendas del Señor", la grandeza del poema se debe no tanto a los argumentos teológicos como a la creación del personaje de Satán. Porque con él modeló a un seductor elocuente que, tras verse abismado desde las alturas, recordaba a sus huestes que la mente puede hacer "del infierno un cielo, y del cielo, un infierno"; porque inventó un héroe que se venga de Dios provocando la expulsión de Adán del paraíso, y porque convirtió a un perdedor soberbio y rastrero, que hasta la fecha había ocupado un papel secundario, en protagonista. Los románticos, tan amigos del demonio, idolatraron a este poeta que ahora cumple cuatrocientos años. William Blake dijo que "si escribió con trabas sobre Dios y los ángeles y con libertad absoluta sobre Satán es porque fue un verdadero poeta y, aunque no se diese cuenta, partidario del diablo". -
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