martes, mayo 31, 2011

Adiós a un amigo. Por Eduardo Bähr



La amistad
(Para Roberto Sosa)
Eduardo Bähr
Amigo nuevo, como el vino nuevo:
deja que se haga añejo y entonces
lo beberás con deleite.
Eclesiastés.

Hermano, amigo:

Con ocasión del homenaje “Sosa Para Siempre”, que te estaban preparando tus amigos (para un poeta que tiene nombre de escuela), y en el que yo tenía parte, se me vinieron a la mente algunos de los momentos de la amistad que hemos pasado juntos y que, por condiciones peculiares dejaron de ser sitios comunes dragados por el tiempo.

Ahora, que tengo esta caja cubierta de flores frente a mí, con este execrable agujero –oscuridad en el centro de la tierra-; con tu presencia eterna e inasible, se me vienen hacia todos los sentidos:

Recuerdo que, recién iniciada nuestra amistad (1965), hace cuarenta y seis años, llegó hasta la puerta principal de la Escuela Superior del Profesorado un sabio mexicano llamado Juan Octavio Valencia Perla preguntando por vos. No había más persona que yo en varios metros y esa circunstancia cambió mi vida para siempre en relación con el que ha sido, junto con la solidaridad, uno de mis valores preferidos y constantes: la amistad. “¿Conoce usted a Roberto Sosa?”, me dijo, al tiempo que fijaba en mí la mirada más dulce y suave que he recibido. “Lo conozco. Es mi amigo”, contesté con un deje ufano… Me contó que era catedrático de la Universidad de Cincinnati y que practicaba terapias alternativas en Long View para mágicos individuos residentes de la luna. Me pareció increíble que una terapia para alienados se pudiese ejercer ¡con poemas de Roberto Sosa!, mas era cierto; y el doctor Valencia Perla lo hacía. Al llevarlo a casa de Sosa comenzó también nuestra amistad indestructible con el hombre sabio.

Recuerdo –entre muchísimos- un hecho de amistad que me conmovió profundamente; y fue la vez en que, hace cuarenta y pico de años, vos y yo discurríamos, acerca de la literatura, la literapura y la literacura en una cantina cercana al cementerio de San Pedro Sula cuando, de pronto, echando una lágrima en el vaso lleno de cerveza, decidiste ir a buscar la tumba de “un amigo”.

Nos adentramos a medianoche en punto en la oscurana herida por los fuegos fatuos que emitían los difuntos hacia la superficie de su rescoldo –desventurado- y, mientras tratábamos de leer en la fosforescencia de la cruces y las flores algún nombre que nos tocara el corazón, nos precipitamos, sin comedimiento y sin desearlo en el hoyo que más recientemente habían abierto manos piadosas para enterrar a un ser querido al día siguiente.

Hubo chillidos y gritos de espanto, pero ninguno era nuestro. Tan sólo por el viento que aullaba y los movimientos despavoridos que provocaron sus sombras al huir, nos enteramos –más tarde- de que habíamos terminado sobre un grupo de bolos consuetudinarios que dormía plácidamente la mona y que, tan de repente y en medio del azufre de la espesa noche, supusieron que el mismísimo Satanel y todos los demonios del averno al mando de Belcebot, con su cohorte de Erinias, les había caído encima…

Como no encontramos lo que buscábamos regresamos a la bodega de los nepentes cerveciles y nos atacamos de la risa. Esa vez, entre lágrimas, nunca supimos cuánto llanto correspondía a la hilaridad del sin par suceso y cuánto a la pena de no haber rezado un poema de beodo impenitente frente a la lápida que buscabas, la de tu amigo, de tu padre…

Por aquello pasado y por tu homenaje-despedida actual, decidí decir estas líneas, que te dedico con mi abrazo y mi cariño fraterno:

Preocupado Sócrates por precisar el sentido y alcance de algunas palabras cotidianas, decide  su intención, su esfuerzo, por saber en qué consiste ser amigo. Así que en la bulliciosa atmósfera de la Palestra, con  cuatro jóvenes atenienses dialoga acerca de la amistad.

Discuten agitadamente; recurren al paradigma social de parejas históricas o legendarias para ponderarla: Aquiles y Patroclo, Diómedes y Ulises, Teseo y Piríteo, Orestes y Pílades, Damón y Pitias. “Amigos son, dice alguien, los que caminan juntos”. Siguen discutiendo,  hasta que llegan a considerar a la amistad como la virtud y el motor de la actitud ética. De pronto, otro dice:

«Hay algo que yo deseo desde muy niño. Algunos desean muchas cosas... poseer caballos, perros; otros ansían oro, honores... A mí, por lo contrario, todas esas cosas me dejan frío; pero tener amigos me apasiona. Tener un buen amigo me gustaría más que la mejor codorniz o el mejor lechón del bosque e, incluso, por Zeus, más que disponer del mejor caballo o del mejor perro creo que preferiría, con mucho, tener un amigo a disponer de todo el oro de Darío y los elefantes guerreros de la India. ¡Tan amigo de los amigos soy!»

Los demás contestan, con una interrogante colmada de subjetividad: Pero, ¿quién es amigo de quién? Para esta pregunta no hallan respuesta. Sócrates  piensa que los contertulios  no la han encontrado porque el camino, el método de búsqueda, no es el correcto. Se preguntan: ¿Habrá que buscar la afinidad de los amigos en la bondad? Amistad y bondad ¿Será éste el horizonte adecuado para la indagación acerca de la amistad? Asumen que la amistad apunta a lo más propio y próximo y no acontece sin reciprocidad. ¡Cuántas interrogantes!, (dicen  en voz alta).

Entonces el más viejo, de manera inesperada, concluye: ¿Será porque no vale la pena razonar acerca de la amistad y, simplemente, lo más importante, lo crucial, es hacerse amigos al caminar? Esta sencilla parábola es propicia para  hacer unas breves reflexiones acerca de este tema, no sin antes preguntarnos, sin esperar respuesta, por qué existen férreas e indisolubles amistades, que los demás no entienden:

Cómo es posible, dice la gente,  que Gabriel García Márquez, quien a través de sus novelas ha descrito con maestría a personajes de generales, tiranos y caudillos, fascinado por sus mundos y artificios y ridiculizado de manera sangrienta sus palacios dictatoriales en cuyas escaleras de mármol se cagan las vacas, por un lado;  y por otro, Fidel, estadista experimentado, con más de medio siglo en absoluto ejercicio del poder, acostumbrado a lidiar con estrategias, embargos y atentados, y a hacer uso de cuantos instrumentos y recursos sean posibles para defender su revolución, hayan podido conducir su amistad, dirigir un barco, del que valientes marineros como Saramago han desertado mediante duras admoniciones como: “Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, ¡yo me quedo!”.  Por qué, se preguntan. Mientras el propio Gabo parece responder con la sencillez de quien defiende la amistad por sobre todos los valores: “¡Soy de los que se entierran con los amigos!”.

Por qué la amistad eterna entre mujer y hombre, real o ficticia, en camino hacia la posteridad, cuando pudieron haber sido sólo amantes: Bolívar y Manuela, Napoleón y Josefina, Morazán y Josefa, Julieta…  Aquí es donde recuerdo que de manera general, la amistad ha sido dilucidada por el pueblo, por la gente sencilla,  muchas veces con desconfianza: Amigos verdaderos, un palo y un perro. A mi amigo soy leal, hasta el umbral. Amigo mientras te lo digo, que una hora después, otra cosa es. Antes burro con cuernos que amigo perfecto… A veces asociándola con el interés: Quien a pobreza viene, amigos no tiene. Cuentas claras, amistades largas.

Sin embargo, desde su propio signo, la amistad ha permanecido casi siempre idealizada. Sus más cercanos sinónimos suelen ser: lealtad, fidelidad, adhesión, perseverancia y solidaridad. Por fe, se dice que un amigo es permanente en los buenos y en los malos tiempos, cuando nos defiende del mundo. En definitiva, todos hemos vivido la experiencia de encontrar a un viejo amigo después de muchos años y descubrir que somos capaces de renovar nuestra amistad como si el tiempo sólo hubiese durado unos minutos.

No debe ser por nada que las frases más agradables del pensamiento universal pertenezcan al concepto de la  amistad: La amistad resplandece mejor cuando todo ha oscurecido. Un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano. Amigo, el que se ríe de tus chistes, aunque sean pésimos; y le duelen  tus problemas, aunque no sean graves.
O, como las dicen eternos autores: Paul Bourget: Amistad noble, obra maestra a dúo. Aristóteles: Amigo fiel,  un alma en dos cuerpos. Lord Byron: La amistad es el amor, pero sin sus alas. Jorge Guillén: Amigos, nadie más, el resto es selva. O ésta, que me dijo en cierta ocasión el trovador cubano Amaury Pérez, no sin cierto desparpajo: Un amigo es un amigo, chico, hasta que  se demuestre lo contrario… Las hay que rebosan lealtad universal (fe de Humanofilia), como proclama en esta selva llamada Honduras el doctor Juan Almendares, como la de Alfredo Bryce Echenique: Mi patria son los amigos
Por todo lo anterior, querido Roberto, resulta cierto que: Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta, porque cuando estamos con un amigo no estamos solos, ni somos dos.
Quizá el tema de la amistad sea inagotable, aunque vos estés en esa caja y llorando yo enfrente; y nunca podamos entender su cercanía con el amor, la lealtad y el respeto, así como sus inherentes contradicciones; pero de algo esta vez, ante esta caja, sí podremos estar seguros:
Cuando se prodiga a favor de la humanidad.  Cuando se firma con sangre como contrato ad perpetuam con los menos protegidos de la sociedad.  Cuando se lanza con ira para que su presencia abofetée a los explotadores y su concepto avergüence a los poderosos. Cuando trasciende y llega a ser de lo poco digno que representa nuestro país. Cuando defiende a los indefensos.  Cuando hostiga a los tiranos. Cuando denuncia y desnuda a los corruptos…

Cuando induce a responder con otro un fuerte abrazo. O, simplemente, cuando se posa en las manos de los seres queridos y se vuelve canción para un gato muerto: Estamos en presencia de la amistad: La amistad de Roberto Sosa.

Tegucigalpa. 23 de mayo, 2011.