martes, agosto 17, 2010

Marihuana y literatura (4)


Gautier, el placer, los libros y el hachís
Entre las luminarias de la literatura francesa que vieron en el hachís el medio para “ampliar los límites de la mente y encontrar placeres nuevos”, quizás el más entusiasta fue Pierre Jules Theophile Gautier. Luego de incursionar, con poco éxito, como pintor y poeta, Gautier finalmente logró instalarse como un autor reconocido tras la publicación de Mademoiselle de Maupin, que apareció en 1835. La novela estaba inspirada en la célebre Magdalena d'Aubigny, más conocida por Mademoiselle de Maupin, que nació en 1673. Magdalena sólo vivió treinta y cuatro años, pero fueron suficientes para que la fama de sus originales y extrañas andanzas rebasaran las fronteras de Francia. Era una mujer hermosa. Un contemporáneo la describió con "cabellos castaños, grandes ojos azules, nariz aquilina, dientes muy blancos y garganta perfecta". Se casó muy joven, aún no tenía dieciséis años. La muerte de un pariente la dejó libre para realizar su sueño: vestir ropas varoniles y lanzarse a la aventura. En el prefacio, su autor expresa con claridad su idea de que las personas que “inventan” nuevos placeres merecían el mayor reconocimiento posible, llegando incluso a afirmar que era “la única cosa útil en el mundo”. Sin lugar a dudas, Gautier otorgaba ese reconocimiento al doctor Moreau, quien le introdujo en las “maravillas del hachís”, relación que luego consolidaron al fundar el Club des Hachichins. Hay que recordar que en esa época el público francés manifestaba un particular interés en el hachís, que veían como “esa droga misteriosa” de la cual se hablaba en obras como Las mil y una noches.

Pero fue en 1843, cuando Francois Lallemand publicó, en forma anónima, su libro Le hachych, el primer texto que incorpora al hachís en su trama narrativa. El libro se volvió popular y Lallemand lo reimprimió en 1848, y en esta ocasión sí se atrevió a reclamar su autoría. Pero fue Gautier, con su texto Le hashish, publicado también en 1843, quien logró capturar la atención de los franceses. Era una narración corta en la que describía su experiencia con el hachís: las alucinaciones, los cambios en los colores y los diseños, la manera en que los cuerpos se desfiguraban, así como la capacidad de escuchar a los colores y ver los sonidos (sinestesia). Sin lugar a dudas, la publicación de esta obra multiplicó con creces la popularidad de Gautier.

Más adelante, en 1846, Gautier publicó un segundo trabajo sobre el “tema” en la Revue des Deux Mondes con el título "Le Club des Hachichins". Aunque contenía menos descripciones sobre sus experiencias con el hachís, es un texto de mucho valor para comprender el trabajo literario de su autor, además de la riqueza implícita en sus descripciones de la sede del Club, el Hotel Lauzun, y de sus miembros. Asimismo, evoca en algunos pasajes de gran intensidad al Viejo de la Montaña: “la pasta verde que el doctor Moreau manejaba en nuestras sesiones era precisamente la misma que el Viejo de la Montaña administraba a sus fanáticos…estos es, el hachís, por eso se les nombraba como hachichins, o comedores de hachís, la raíz de la cual proviene la palabra “asesino”, cuyo feroz significado se explica por la sed de sangre que caracterizaba a los devotos del Viejo.” El autor recuerda que después de consumir la droga, se retiraba a un cómodo sillón cerca de la chimenea, donde era prácticamente absorbido por sus pensamientos, mientras su mente se llenaba de figuras grotescas cuyos cuerpos se contorsionaban en forma monstruosa. Estas imágenes que Gautier describía, probablemente eran parte de la decoración gótica que privaba en el interior del Hotel Lauzun.

lunes, agosto 09, 2010

Réquiem por la “vieja gran puta de la literatura”


Uno de los temas fundamentales de Dublinesca, la última novela publicada por Enrique Vila-Matas, es el adiós a la “galaxia Gutenberg”, tal y como lo plantea su protagonista, el editor catalán Riba, quien intuye que junto a ella se marchará también la literatura, hecho que se manifiesta con claridad en la ausencia de verdaderos genios en el mundo de la creación artística en esta era posmoderna, en la desaparición de los editores “verdaderos”, en la largamente anticipada muerte del autor, que marcaría a su vez el fin de la palabra, del lenguaje, de los libros...por eso Riba quiere ofrecer un réquiem por la “vieja gran puta de la literatura”, y no encuentra mejor manera de expresarlo sino es a través del poema de Philip Larkin sobre una prostituta dublinesa.

Y mientras investigaba sobre el tema me encuentro con la sorpresa que Philip Arthur Larkin nació un 9 de agosto de 1922, hace exactamente 88 años, y para honrar al que muchos consideran uno de los tres grandes poetas ingleses de la posguerra del siglo XX, junto a Dylan Thomas y Ted Hughes, me decido a transcribir el poema en su versión original, acompañado por una modesta traducción al español, con la esperanza de no ofender a la “vieja gran puta”, quien pese a los plañidos de un par de serviles vilamatianos, cada día goza de mejor salud.

Dublinesque

Down stucco sidestreets,
Where light is pewter
And afternoon mist
Brings lights on in shops
Above race-guides and rosaries,
A funeral passes.

The hearse is ahead,
But after there follows
A troop of streetwalkers
In wide flowered hats,
Leg-of-mutton sleeves,
And ankle-length dresses.

There is an air of great friendliness,
As if they were honouring
One they were fond of;
Some caper a few steps,
Skirts held skilfully
(Someone claps time),

And of great sadness also.
As they wend away
A voice is heard singing
Of Kitty, or Katy,
As if the name meant once
All love, all beauty.


* "Dublinesque" by Philip Larkin, from Collected Poems. © Farrar, Straus, and Giroux, 2004.

Dublinesca

Por las callejuelas de estuco
donde la luz es de peltre
y en las tiendas la bruma obliga
a encender las luces sobre
rosarios y guías hípicas,
está pasando un funeral.

La carroza va delante,
pero detrás la acompaña
a pie una tropa de mujeres
con anchos sombreros floreados
vestidos hasta los tobillos
y manguitos de carnero.

Hay un aire de amistad
como si rindieran honra
a una que era muy querida;
algunas se alzan las faldas
diestramente y dan saltitos
(dos palmas marcan el tiempo);

y también de gran tristeza.
Mientras siguen su camino
se oye una voz que canta
para Kitty, o Katy, como
si el nombre hubiese albergado
todo el amor, toda la belleza.

miércoles, agosto 04, 2010

Marihuana y literatura (3)


Le Club des Hashishins
El Club des Hashischins (también conocido como Club des Hashishins o Club des Hachichins), era una sociedad parisina dedicada a la exploración de las experiencias límites inducidas por el consumo de drogas, especialmente el hachís. El grupo se mantuvo en actividad de 1844 a 1849 y en sus filas se contaban escritores y pintores como Theophile Gautier, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Alexandre Dumas y Eugene Delacroix.

Tuvieron su sede en la Ile St-Louis, que se había convertido en el epicentro de la bohemia parisina. Para 1842 el Club se había establecido en el Hotel de Lauzun, 17, quai d'Anjou, donde se realizaban las sesiones (ver foto). Fue allí donde Baudelaire “investigó” el tema para escribir Les Paradis artificiels. Los miembros del Club des Hachichins se reunían al menos una vez al mes para fumar la hierba y consumir otros preparados basados en el hachís. También se afirma que Baudelaire se estableció en el ático y fue en ese lugar donde Les Fleurs du Mal.

Se cree que otra "inspiración" para los miembros del club se origina en 1818, cuando el escritor vienés Joseph von Hammer-Purgstall, publica un libro sobre la historia de El Viejo de la montaña y su secta de asesinos. El libro aparece traducido al francés en 1833, la traducción al inglés, realizada en 1835 por Oswald Charles Woody apareció con el título The History of the Asassins derived from oriental sources, by the Chevalier Joseph von Hammer, y establecía una sólida relación entre los “asesinos” y el consumo de hachís.

Otra influencia notable para el Club des Hashishins fueron los trabajos de uno de sus miembros fundadores, el Dr. Jacques-Joseph Moreau (1804-84), que en 1845 publicó un libro de 439 páginas: Du haschisch et de l'alienation mentale, donde saca provecho de sus observaciones realizadas en el Club y se convierte en uno de los primeros científicos en estudiar el hachís.

A Moreau también se le adjudica la responsabilidad de haber introducido a los miembros del Club en el mundo maravilloso del hachís, durante largas sesiones en las que el doctor preparaba a sus ilustres miembros dawamesk (una mezcla de hachís, canela, pistacho, nuez moscada, clavos, azúcar, jugo de naranja, margarina y cantárida). Esta mezcla hizo “volar”, entre otros, a Alexandre Dumas, Gerard de Nerval, Víctor Hugo, Ferdinand Boissard, Eugene Delacroix, y Theophile Gautier. Este último dejó unas sabrosas descripciones de su experiencia que luego serán transcritas en esta página.

lunes, agosto 02, 2010

Marihuana y literatura (2)


El haschisch según Baudelaire
Inspirado por Thomas de Quincey y sus Confessions of an English Opium-Eater (1821), Charles Baudelaire escribió Los paraísos artificiales (1860), con el propósito de analizar la tendencia del hombre a buscar un mundo de placer infinito, alejado de las miserias cotidianas. A Baudelaire le interesa analizar las dos vías que el hombre de su tiempo encontró para alcanzar aquel ideal artificial: el hachís y el opio. El autor de Las flores del mal compara las bondades del vino con las miserias del hachís: el vino colma de dicha al hombre, mientras que el hachís aniquila la voluntad humana. La visión que tiene Baudelaire del hachís está signada por el desencanto, pues considera que tan solo exagera al individuo y sus circunstancias.

(...) La segunda fase se anuncia con una sensación de frescor en las extremidades, y con una gran debilidad; uno siente, como se dice vulgarmente, que tiene las manos de trapo, la cabeza pesada y una estupefacción general en todo el ser. Los ojos se agrandan, se sienten como tironeados en todos sentidos por un éxtasis implacable. La cara se llena de palidez, se vuelve marmórea y verdosa. Los labios se retraen, se recogen y parecen querer meterse para adentro. Roncos y profundos suspiros se exhalan del pecho, como si nuestra, naturaleza anterior no pudiera soportar el peso de esta nueva naturaleza. Los sentidos adquieren una finura y una agudeza extraordinarias. Los ojos penetran el infinito. El oído percibe los sonidos más imperceptibles en medio de los ruidos más violentos.

Y las alucinaciones comienzan. Los objetos exteriores adquieren apariencias monstruosas. Se nos revelan bajo formas desconocidas hasta entonces, luego se deforman, se transforman, y finalmente entran en nuestro ser o bien nosotros entramos en ellos. Los equívocos más singulares, las trasposiciones de ideas más inexplicables, se producen y se desarrollan. Los sonidos adquieren color, los colores adquieren música. Las notas musicales son números, y vosotros resolvéis con espantable rapidez prodigiosos cálculos aritméticos a medida que la música penetra vuestro oído. Estas sentado y fumas; pero crees estar sentado en tu pipa y que es tu pipa la que te fuma; y es tu propio ser el que se desvanece bajo la forma de nubes azuladas. Te encuentras allí muy bien, salvo que te preocupa y te inquieta una cosa: ¿Cómo haces para salir de la pipa? Esta fantasía dura una eternidad. Un intervalo de lucidez nos permite con gran esfuerzo mirar el reloj. La eternidad ha durado un minuto.

(...) El vino exalta la voluntad; el haschisch la aniquila. El vino es un apoyo físico; el haschisch es un arma para el suicidio. El vino hace bueno y sociable; el haschisch aísla. El uno es laborioso, por así decirlo; el otro, esencialmente perezoso. ¿Para qué trabajar, en efecto, laborar, escribir, fabricar lo que sea, cuando se puede obtener el paraíso de un solo golpe? En fin, el vino es para el pueblo que trabaja y que merece beberlo. El haschisch pertenece a la categoría de los goces solitarios; está hecho para los miserables ociosos. El vino es útil, produce resultados fructíferos. El haschisch es peligroso e inútil.

(...) Terminaré este artículo con algunas hermosas palabras que no son mías, sino de un notable filósofo poco conocido, Barbereau, teórico musical 94 y profesor del Conservatorio. Yo estaba cerca de él en una reunión donde algunas personas habían tomado el bienaventurado veneno, y me dijo entonces con acento de desprecio indecible: "No comprendo por qué el hombre racional y espiritual se sirve de medios artificiales para llegar a la beatitud poética, puesto que el entusiasmo y la voluntad bastan para elevar lo a una existencia supernatural. Los grandes poetas, los filósofos, los profetas, son seres que, por el puro y libre ejercicio de la voluntad, consiguen llegar a un estado en el que son a la vez causa y efecto, sujeto y objeto, hipnotizador y sonámbulo."

Yo pienso exactamente lo mismo.