lunes, octubre 18, 2010

Sergio Pitol: El lenguaje, la vocación, el escritor


El escritor sabe que su vida está en el lenguaje, que su felicidad o su desdicha dependen de él. He sido un amante de la palabra, he sido su siervo, un explorador sobre su cuerpo, un topo que cava en su subsuelo; soy también su inquisidor, su abogado, su verdugo. Soy el ángel de la guardia y la aviesa serpiente, la manzana, el árbol y el demonio. Babel: todo se vuelve confuso porque en literatura casi no hay término que para distintas personas signifique la misma cosa, y ahora me harta seguir rumiando ese inútil dilema al que a veces doy tanta importancia sobre si un joven se transforma en escritor porque la Diosa Literatura así lo ha dispuesto o, por el contrario, lo hace por razones más normales: su entorno, la niñez, la escuela a la que acude, sus amigos y lecturas y, sobre todo, el instinto, que es fundamentalmente quien lo ha acercado a su vocación. Por otra parte, fuera de la obra lo demás no importa.

Sergio Pitol, El mago de Viena, pp. 86-87

domingo, octubre 17, 2010

Todorov: Sin arte estaríamos perdidos


En principio, el arte nos acerca a la verdad y a la libertad, pero conozco a muchos artistas que no son libres y eso hace mucho más difícil su existencia". Con esta contundencia se expresa Tzvetan Todorov (Sofía, 1939), director del Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia, en esta entrevista.
Considerado uno de los pensadores esenciales de la Europa de las dos últimas décadas, Todorov, búlgaro de nacimiento y francés de adopción, ha sido distinguido con la medalla de la Orden de las Artes y de las Letras en Francia y con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008. El jurado español destacó, a la hora de la concesión de esta última distinción, que este filósofo e historiador que imparte ciclos docentes en las universidades de París, Yale, Nueva York, Columbia, Harvard y California, "representa el espíritu de la unidad de Europa, del Este y del Oeste, y el compromiso con los ideales de libertad, igualdad, integración y justicia".

¿Qué papel juega el arte en la consecución de esos ideales por los que le fue concedido el Príncipe de Asturias?
Decía el músico alemán Richard Wagner que el fin supremo del hombre es el fin artístico, que el arte es la más alta actividad del ser humano, lo que culmina su existencia en la Tierra, y que el arte verdadero es la cima de la libertad… Bueno, son palabras que para algunos pueden considerarse excesivas y que provienen de un gran artista que se significó por equiparar arte, libertad y dignidad humana. El arte es en la actualidad un fenómeno de múltiples formas y manifestaciones diversas. Ahí radica su riqueza. Creo que el arte tiene una connotación negativa cuando se observa desde un único prisma, desde una fórmula única. El arte es parte importante de la sociedad en general y del individuo en particular. La expresión artística nos acerca a la libertad, a la verdad si se quiere, pero no es sinónimo de una ni de otra. Conozco a muchos artistas que no son libres y también a no pocos que no tienen en la verdad su principal objetivo.
Desde la época romántica el arte adquiere papel protagonista, ya que se considera que proporciona un modo de conocimiento superior y representa la actividad más elevada a la que pueden dedicarse los seres humanos. Ha pasado el tiempo con todos sus vaivenes y la historia nos enseña que el sueño romántico, aunque infinitamente menos mortífero que la utopía política, también alberga una buena porción de decepción. Pero sin arte y sin artistas estaríamos perdidos.
Durante décadas ha estudiado los totalitarismos en Europa. ¿Considera que es posible que se extiendan en el próximo futuro y con carácter general posturas antidemocráticas?
Una de las características del fascismo, y del nazismo, es que tienen un componente nacionalista muy fuerte. Vemos que, en este sentido, en la Europa actual se están desarrollando de una forma inquietante algunos comportamientos y tomas de postura que podrían ser considerados como reminiscencias del pasado. Me refiero a la xenofobia y a la desconfianza hacia el extranjero y hacia el inmigrante. Esto hace pensar en la posibilidad, aunque creo que remota, de que se produzca un renacimiento de estas inaceptables posturas totalitarias. Algunos parecen defender Europa como si fuera una especie de fortaleza que preservase lo “puro” frente a lo de fuera.
El comunismo también puede llegar a constituir un riesgo en este sentido pues esta ideología adopta una doctrina de salvación que promete grandes mejoras en el plano de la igualdad de los seres humanos, aunque sepamos y la realidad haya demostrado sobradamente, su absoluto fracaso. La caída del muro de Berlín supuso el final, el hundimiento del comunismo. Nació entonces como sólida la esperanza de un nuevo orden mundial más armónico. Pero hoy, apenas 20 años más tarde, si miramos a la realidad constatamos que esa esperanza era ilusoria y que ciertos rasgos del ultraliberalismo democrático proyectan inquietantes sombras marcadas por el mesianismo y el totalitarismo. Hay que estar atentos ante estos signos.
¿Qué le impulsó a estudiar los totalitarismos y sus formas de represión?
Procedo de un país que vivió una fuerte represión. Nací en Bulgaria en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Mi país pasó a la zona de influencia soviética en septiembre de 1944. Hasta que me fui a Francia cuando tenía 24 años viví el calvario de una férrea dictadura. En Sofía, en donde nací y estudié Letras, comencé a valorar de forma cada vez más negativa el régimen en el que vivía. Sólo dentro del seno familiar y de los amigos más próximos podía expresar mis opiniones. Tras la terrible represión en Hungría en 1956, en Bulgaria la disidencia y la expresión pública de lo que pensabas era una mera utopía pues se reprimía de forma despiadada la más mínima expresión de protesta. Como he dejado escrito en mi libro La experiencia totalitaria, en un primer momento se corría el riesgo de ser expulsado de la universidad, del trabajo e incluso de la ciudad en la que uno vivía. Si se reincidía, no era difícil acabar en uno de los remotos campos de prisioneros, que eran auténticas colonias de reclusión y represión de las que a menudo no se salía vivo.
¿Qué mueve a los dictadores y a quienes los secundan?
Su finalidad es, como es obvio, conquistar y conservar el poder, y el medio del que se valen no son más que bonitas y falsas construcciones ideológicas. El fondo, sea cual sea la supuesta ideología que sustenta una dictadura, es apropiarse del poder. Naturalmente, esto convierte a los individuos que viven en un país totalitario en personas “sin opinión”. En su momento, en la sociedad de los países de la Europa del Este la adhesión a la ideología comunista desempeñó un papel de simple ritual. Todos, o muchos, la reivindican, pero nadie, o casi nadie, cree en ella.
Por otra parte, es indispensable someterse incondicionalmente al jefe. Los que secundan al dictador, y esto es aplicable a cualquier tipo de dictadura, en general no son unos fanáticos, sino arribistas cínicos que hacen lo que hacen para acceder a una posición privilegiada y asegurarse una vida mejor. El motor de la vida social en una dictadura no es la fe y la creencia en un ideal, sino la voluntad de poder.
Ha señalado usted que a veces los intelectuales se sienten tentados por estas ideologías…
Sí, así es y es un fenómeno curioso. Cuando llegué a Francia, proveniente de un país sin libertades, me llamó la atención que no eran pocos los que defendían el régimen que a mi me horripilaba, me había privado de la libertad de expresar mis pensamientos y, por supuesto, de actuar. Era un enigma para mí. Después comprendí que aquellas personas, aquellos intelectuales que defendían aquello, lo hacían desde un plano meramente ideológico y alejado de la realidad. Las ideas eran muy atractivas, pero la realidad de una crueldad incontestable. Creo que el intelectual, como motor del pensamiento de una colectividad, tiene la obligación de no moverse sólo en el mundo de las ideas, sino de descender a la realidad, comprobarla y, después, juzgar, tomar posición y actuar.
¿Qué piensa de la polémica sobre la reciente expulsión en Francia e Italia de gitanos procedentes de Rumanía?
Nos choca el modo de vivir de estos colectivos, distinto al de la media. No viven en el centro de las ciudades, no visten con traje y corbata, no llevan a los niños al colegio. Eso se aprovecha y utilizan como elemento arrojadizo contra ellos. Como si todos fueran violentos y pusieran a la comunidad en riesgo. Pero no hay que olvidar que son ciudadanos europeos e integrantes de la Unión. Se les expulsa a Rumania, pero ellos pueden volver al día siguiente. Tienen su derecho como ciudadanos europeos. Dicho esto, todo lo que se ha creado en torno a este tema me parece que es una forma de distraer a la comunidad de problemas mucho más serios. Se habla de esto y así no se habla de algunos de los grandes problemas que estos países viven. Desde ese punto de vista considero que lo que está pasado es una burla a la ciudadanía; una mascarada.
¿Hay medicinas frente al riesgo del sectarismo, tanto a nivel individual como colectivo?
Creo que hay que observar la realidad desde la objetividad. La libertad de información es un elemento esencial. La función del periodismo es de una importancia decisiva. Hablamos de un periodismo libre, no encorsetado. No dependiente o sesgado. La educación en el sentido más amplio es una herramienta clave para evitar estos peligros. Por supuesto, la educación en la escuela, pero también la que pueden ejercer los informadores, los políticos, etc. Una educación basada en el respeto y en la consideración de la diversidad del mundo y de quien en el mundo vive. Que seamos capaces de abrirnos a lo de los demás, a otros mundos, y dejar de considerar lo nuestro como lo único y lo mejor.
¿Y el arte?
Como hemos comentado al principio de esta charla, el arte y lo artístico son elementos fundamentales del ser humano. Escribí hace cuatro años Los aventureros del absoluto, un libro muy centrado en la creación y en lo artístico. Recordaba en aquel texto un editorial de una revista que comenzaba: "La belleza salvará al mundo. La frase de Dostoyesvski nunca ha resultado tan actual. Porque cuando tantas cosas van mal a nuestro alrededor es cuando hay que hablar de la belleza del planeta y del ser humano que lo habita".
Belleza, escribí entonces, no implica pasarse la vida contemplando las puestas de sol o los claros de luna, ni tampoco esforzarse en enriquecerla con elementos decorativos adquiridos en un comercio. Se refiere más bien a la tentativa de ordenarla de una manera que la conciencia individual juzgue armoniosa, de forma que sus distintos ingredientes –vida social, profesional, íntima, material– constituyan un todo inteligible. El arte, en cualquiera de sus expresiones y en el sentido de que implica creación, contribuye de forma clara a logar esa armonía.

viernes, octubre 08, 2010

Pichulita Vargas Llosa o el Nobel para un castrado


Una breve ojeada a la historia del Nobel revela que es un premio frecuentemente marcado por el sinsentido, por la estulticia y la más burda manipulación. En un recordado artículo, Oscar Collazos demostraba que la lista de los grandes escritores que murieron sin haberlo recibido, reviste una dignidad que no acompaña a la de los triunfadores.

No volveré a hablar de Marcel Proust ni Nabokov, de Joyce o Ezra Pound. Prometo que nada diré de Graham Greene o Robert Musil. Nada de Virginia Wolf y Herman Broch, de Marguerite Yourcenar o Robert Graves, que se murió en Deià, Mallorca, soportando el estigma de ser el poeta vivo más “importante” en lengua inglesa. Cada uno, por separado, y nosotros, en amorfa masa de admiradores, sabemos que es más fácil sobrellevar la injusticia que soportar el equívoco del éxito, sobre todo cuando éste está legitimado por la dudosa unanimidad de un gran Premio.
Sería preferible hablar de Joao Guimaraes Rosa, de Juan Rulfo y Alejo Carpentier, de José Lezama Lima y Juan Carlos Onetti, ya que es prácticamente imposible pensar que los suecos anteriores a 1959 conocieran la obra inmensa de Alfonso Reyes, como sí es probable que, de paso, hubieran leído traducciones de César Vallejo y Vicente Huidobro
.”

Así evaluaba Collazos al inicio de su artículo “La importancia de no seguir esperando” el agridulce tema del Nobel, y nosotros podríamos agregar otras precisiones. Por ejemplo, la que tiene que ver con el hecho de que la Academia Sueca se resiste a reconocer al genio joven, atrevido y transgresor, por el contrario, prefiere al capo cuya obra es unánimemente reconocida, al gurú incuestionable del boom, pero que en el fondo ya no hace más que sacarse las pulgas del chaleco y repetir, en altisonante cantilena su receta, la que reconoce la claque y espera con avidez la última reencarnación del "lector hembra". También distingue a los suecos su tendencia inveterada a premiar la corrección política, la filiación acertada y el más visceral oportunismo, en otras palabras, destaca su predilección por aquellos que saben vivir sin quebrar un plato, aquellos que se afilian a los clubes de prestigio y gozan de las ventajas de pertenecer al International Pen.

Ayer la Academia Sueca actuó en consonancia con sus parámetros, con sus filias y sus fobias, al premiar a un Vargas Llosa en pleno declive intelectual, un escritor cuyas tres últimas novelas están muy lejos de la brillantez alcanzada con La casa verde, La ciudad y los perros o Conversación en la catedral. El autor al que premian, de hecho, ya no se reconoce, ya es imposible identificarlo, con esas obras cuyo signo común es la denuncia penetrante de los vicios de un sistema atroz a través de una narrativa atrevida, cuya estructura de vasos comunicantes era el vehículo perfecto para cuestionar la realidad latinoamericana individualizada en personajes como el Jaguar, el Poeta, Lituma, La Selvática, Zavalita, Ambrosio o Cayo Mierda. Y si nos remitimos a sus ensayos, la realidad es aún más triste, porque pese a la insistencia de Vargas Llosa por reivindicar una supuesta filiación democrática, en el fondo es incapaz de esconder su vocación fascistoide, que resulta imposible de ocultar cuando se leen sus lamentables “reflexiones” alabando el bombardeo inmisericorde y la invasión a Irak, o sus empalagosos y a veces tartamudeantes elogios a Bush y a la Thatcher, que se revela como senil objeto de deseo para este miraflorino con ínfulas de gentleman.

Pero el tema no se agota aquí, porque viene acompañado con una veleidosa tendencia, que ya había sido advertida en la Historia personal del boom, de José Donoso, en cuya página 175 podemos leer: “Mario Super Star”, el vedetismo como acción política. No sé si se siente atraído por el poder en sí. Me parece más probable que sea una actitud deportiva, casi estética por sus dimensiones...”. Y el vedetismo encontró su expresión natural, pero también a su némesis en 1990.

Pero antes de continuar es necesario regresar al año de 1967, cuando Vargas Llosa publica uno de sus textos más íntimos: Los cachorros. Los estudiosos coinciden al señalar que en esta nouvelle conviven elementos realistas y simbólicos, inmersos en una narración sencilla, casi un bildungsroman colectivo cuyo argumento discurre “a través de la adolescencia y la juventud, los problemas de adaptación, la sociedad fiera que castiga al que no sigue sus reglas o cumple sus requisitos...). La novela muestra la falta de adaptación propiciada por algo insalvable, la castración física. Esta castración puede simbolizar esa falta de machismo en el personaje (Pichula Cuéllar), rasgo que caracteriza esta sociedad retratada. Cuéllar, sin embargo, nunca rechaza este machismo, si no que intenta adaptarse a él, aun sabiendo que no puede”.

Y es que su protagonista, Pichula Cuéllar, ha sido enmasculado por un perro, Judas, en una escena llena de violencia: "Ahí, encogido, losetas blancas, azulejos y chorritos de agua, temblando, oyó los ladridos de Judas, el llanto de Cuéllar, sus gritos, y oyó aullidos, saltos, choques, resbalones y después sólo ladridos, y un montón de tiempo después el vozarrón del Hermano Lucio, las lisuras de Leoncio, los carambas, Dios mío, fueras, sapes, largo largo, la desesperación de los Hermanos, su terrible susto." Y el narrador añade: "Por ese tiempo, no mucho después del accidente, comenzaron a decirle Pichulita". Las desgracias para Cuéllar continúan hasta culminar con un desenlace anunciado: su muerte: "Entonces Pichula Cuéllar volvió a las andadas. Qué bárbaro, decía Lalo, ¿corrió olas en Semana Santa? Y Chingolo: olas no, olones de cinco metros, hermano, así de grandes”..."Cuéllar ya se había ido a la montaña, a Tingo María, a sembrar café." "... y ya había vuelto a Miraflores, más loco que nunca, y ya se había matado, yendo al norte, ¿cómo?, en un choque, ¿dónde?, en las traicioneras curvas de Pasamayo, pobre, decíamos en el entierro, cuánto sufrió qué vida tuvo, pero este final es un hecho que se lo buscó."

Castración y muerte, nada más, nada menos. Y la sociedad, o sea los amigos de Pichulita, prosiguen normalmente con sus vidas hasta que su castración, desgracias y muerte quedan en el más sordo de los olvidos. Cuántos de los temores de Vargas Llosa, cuántos de sus demonios interiores, fuente confesa de su inspiración, anidan en este relato, una narración reveladora en la medida que podría explicar su actitud ante los sucesos de 1990, que marcan su alejamiento (¿castración?) de la vida política y su rechazo visceral ante toda forma de reconocimiento a la soberanía popular, una actitud de despecho ante el rechazo que tuvo su candidatura a presidente, manifestada por el 62% de la masa electoral que se volcó a favor de un cuasi desconocido Alberto Fujimori, quien lo derrotó por un amplio margen de 24 puntos (Vargas Llosa obtuvo un 38%) en la segunda ronda realizada el 10 de junio de 1990.

Ese 10 de junio de 1990, Vargas Llosa sufrió la misma suerte que el atormentado protagonista de Los cachorros, ese día el pueblo peruano, ese ente al que en más de una ocasión ha tildado de masa amorfa e ignorante, prefirió a un oscuro inmigrante japonés antes que a su gloria literaria nacional, y ese mismo día Vargas Llosa se metamorfoseó en un Pichulita castrado y rencoroso, incapaz de comprender tal afrenta.

El rencor se acumuló con los años y se convirtió en una carga pesada que Vargas Llosa se empeñaba en exorcizar a través de pírricas victorias, como al nacionalizarse español en 1993; de celebraciones chuscas, como en 2002, cuando se apresuró a celebrar lo que consideraba la salida de Chávez del poder tras la intentona golpista de Carmona y la derecha venezolana; o erigiéndose en entusiasmado primate, como en agosto de 2009, cuando se declaró a favor del golpe de estado en Honduras, en una entrevista que los medios al servicio de la burda e igonorante oligarquía catracha han repetido hasta el asco este 7 de octubre con ocasión del Nobel.

Pero hay un dejo inconfundible de tristeza en cada una de sus acciones, que se tornan un pálido calco de las hazañas con que Pichula Cuéllar intentaba ocultar su miserable condición de eunuco, aquel navega olas y corre en su auto a temerarias velocidades, mientras su creador pugna por acumular premios y honores. Pero en el fondo ambos están conscientes de sus elementales carencias: a uno Judas le comió sus genitales, mientras que al otro, el pueblo peruano le restregó en la cara su atávico desprecio, truncando para siempre su vedetismo más íntimo. A partir de ahora, Pichula Vargas Llosa vagará por el mundo con un talego repleto de dólares, la barriga llena, la conciencia sucia y el Nobel bajo el brazo, con la secreta esperanza de que un buen día por fin deje de escuchar los amenazantes ladridos de Judas, que le persiguen desde aquella noche triste del 10 de junio de 1990.