sábado, noviembre 25, 2006

Caribe Cocaine

Primero, debo confesar que he disfrutado con la mayoría de los relatos que Ernesto Bondy había publicado con anterioridad, incluso encontré en algunos la huella de un narrador que se negaba a limitarse a la esfera de lo cotidiano nacional para instalarse en la vecindad de los universales. Por eso cuando Armando Rivera (editor de Letra Negra, para más señas) depositó sobre mi escritorio un grueso volumen con el título Caribe Cocaine, me sentí empujado a leerlo sin mayor dilación.

Y así también, sin más preámbulos, la decepción fue invadiendo mi espíritu apenas avanzaba en la lectura de sus páginas. No porque esté mal escrito, como ocurre con algunos presuntos narradores nacionales, que apenas en la décima línea de la primera página ya han incurrido en unos cuantos idiotismos y los problemas de concordancia son evidentes. No es éste el caso de Caribe Cocaine, que se deja leer con facilidad, que está redactada con propiedad y corrección. El problema es más profundo y tiene que ver con los personajes acartonados y faltos de sustancia (de los protagonistas Michel Schiller y Labella Proaño, o sus contrapartes de la DEA, Tony Orellana y Maribel Izaguirre, para abajo), con su intriga anémica, con la trama esquemática y pobre, llena de clichés y lugares comunes que ni la desopilada invención de un grupo llamado CCC consigue darle fuerza.

Y qué decir de sus desinflados episodios eróticos, que parecen extraídos de la trasnochada imaginación de un añejo marido que se ha pasado media vida viendo -a escondidas de su mujer- películas Serie B a altas horas de la noche.

En resumen, de la servil aplicación de recetas bestselleristas, de tanto paperback gringo regurgitado, de tanta trivialidad disfrazada de intriga internacional no podía salir nada bueno. Tampoco puedo dejar de pensar que en el supuesto clímax de la acción narrativa -en el instante que el misil impacta en el avión donde viaja "el magistrado" y todos los "eventos" se precipitan a su final- antes que pensar en su evidente correspondencia con la controvertida "desaparición" de cierto personaje de la política hondureña, la imagen inmediata que aparece en nuestra mente es la de un anacrónico edificio que se viene abajo, metáfora de la implosión narrativa que sufre esta "novela", cuya endeble arquitectura cae, cual modesto castillo de naipes, ante el manifiesto desencanto del lector.

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