No quiero pecar de inoportuno, pero tampoco debo ser complaciente, y hace unos días me encontré esta extraordinaria reflexión en el libro Efectos personales, escrito por uno de los ensayistas más lúcidos de nuestra generación, el mexicano Juan Villoro.
Es un fragmento de su ensayo "Iguanas y dinosaurios. América latina como utopía del atraso", y cualquier semejanza con autores y obras "nacionales e identitarias" es pura coincidencia, pero debería analizarse, tal vez así "descubrimos" a unos cuantos "paladines" de la identidad nacional que en el fondo se limitan -por interés o por inercia- "a posar para la mirada ajena":
"Estamos ante un colonialismo de nuevo cuño, que no depende del dominio del espacio sino del tiempo. En el parque de atracciones latinoamericano, el pasado no es un componente histórico sino una determinación del presente. Anclados, fijos en su identidad, nuestros países surten de antiguallas a un continente que se reserva para sí los usos de la modernidad y del futuro.
Conviene insistir en que la exigencia de una cultura que despida la fragancia de la guayaba no se basa en el egoísmo europeo sino en una peculiar distorsión de los "otros", en la necesidad de incluir una barbarie controlada en su imaginario. En El salvaje en el espejo, Roger Bartra estudia la función que en la Europa medieval desempeñó el mito del salvaje, del homúnculo cubierto de pelos y dominado por bajos instintos que animaba las novelas de caballería, el repertorio de los trovadores, los gobelinos donde aparecían princesa amenazadas, y que, por riguroso contraste, refrendaba la superioridad del hombre civlizado. De acuerdo con Bartra, el descubrimiento de América tuvo un efecto disolvente en esta tradición. Ante los "salvajes reales", no se requería de una figura de leyenda que amarrara doncellas a los árboles. El europeo podía medirse contra los incas o los aztecas. Con todos los matices del caso, es en esta línea donde se inscribe la sobrevaloración cultural del atraso latinoamericano.
Durante nueve años salí de aprietos en el Colegio Alemán haciendo que las iguanas vulgares parecieran dinosaurios de feria. Mi infancia fue un país exótico por partida doble. Estaba preocupado por el apfelstrudel que sólo comía en la imaginación y por el folklor que debía garantizar en clase. No fue una enseñanza modelo, pero me dejó la certeza de que la única patria verdadera se asume sin posar para la mirada ajena."
Juan Villoro, Efectos personales, Editorial Anagrama, 2000, pp. 114-115
Es un fragmento de su ensayo "Iguanas y dinosaurios. América latina como utopía del atraso", y cualquier semejanza con autores y obras "nacionales e identitarias" es pura coincidencia, pero debería analizarse, tal vez así "descubrimos" a unos cuantos "paladines" de la identidad nacional que en el fondo se limitan -por interés o por inercia- "a posar para la mirada ajena":
"Estamos ante un colonialismo de nuevo cuño, que no depende del dominio del espacio sino del tiempo. En el parque de atracciones latinoamericano, el pasado no es un componente histórico sino una determinación del presente. Anclados, fijos en su identidad, nuestros países surten de antiguallas a un continente que se reserva para sí los usos de la modernidad y del futuro.
Conviene insistir en que la exigencia de una cultura que despida la fragancia de la guayaba no se basa en el egoísmo europeo sino en una peculiar distorsión de los "otros", en la necesidad de incluir una barbarie controlada en su imaginario. En El salvaje en el espejo, Roger Bartra estudia la función que en la Europa medieval desempeñó el mito del salvaje, del homúnculo cubierto de pelos y dominado por bajos instintos que animaba las novelas de caballería, el repertorio de los trovadores, los gobelinos donde aparecían princesa amenazadas, y que, por riguroso contraste, refrendaba la superioridad del hombre civlizado. De acuerdo con Bartra, el descubrimiento de América tuvo un efecto disolvente en esta tradición. Ante los "salvajes reales", no se requería de una figura de leyenda que amarrara doncellas a los árboles. El europeo podía medirse contra los incas o los aztecas. Con todos los matices del caso, es en esta línea donde se inscribe la sobrevaloración cultural del atraso latinoamericano.
Durante nueve años salí de aprietos en el Colegio Alemán haciendo que las iguanas vulgares parecieran dinosaurios de feria. Mi infancia fue un país exótico por partida doble. Estaba preocupado por el apfelstrudel que sólo comía en la imaginación y por el folklor que debía garantizar en clase. No fue una enseñanza modelo, pero me dejó la certeza de que la única patria verdadera se asume sin posar para la mirada ajena."
Juan Villoro, Efectos personales, Editorial Anagrama, 2000, pp. 114-115
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