domingo, septiembre 16, 2012

Sobre “Formas de volver a casa”. Sara Rolla




Con su habitual perspicacia, Sara Rolla nos ofrece en esta reseña sobre Formas de volver a casa, la última novela publicada por Alejandro Zambra, un recuento de las obsesiones del escritor chileno así como los recursos que emplea para dar forma a su relato: la trama combina con sutileza diferentes planos de ficción, lo autobiográfico se amalgama hábilmente con lo ficticio, en el marco de un sutil juego de espejos que nos obliga a releer y comparar. 

Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) es un poeta, narrador y ensayista chileno que, junto a otros escritores de su generación (como el colombiano Juan Gabriel Vásquez y el guatemalteco  Eduardo Halfon), muestra, en su última novela (Formas de volver a casa, Anagrama, 2011), una gran calidad expresiva en un contexto histórico similar (una Latinoamérica que no se libra, aún, de los traumas generados, en lo social y político, en las últimas décadas del siglo XX).

La trama combina con sutileza diferentes planos de ficción. Lo autobiográfico se amalgama hábilmente con lo ficticio. El protagonista, evidente “alter ego” del autor, está inmerso en un excelente juego de espejos que nos obliga a releer y comparar. Hay agudas metarreflexiones, como las siguientes: “O es que me gusta estar en el libro. Es que prefiero escribir a haber escrito.” (p. 55); “pienso (…) en este oficio extraño, humilde y altivo, necesario e insuficiente: pasarse la vida mirando, escribiendo.”(p. 164).

El estilo, ágil y epigramático, nace, sin duda, del oficio poético del autor. Véase este pasaje que evidencia la calidad de la prosa (fluida, armoniosa y exquisitamente nihilista):
“Los padres abandonan a los hijos. Los hijos abandonan a los padres. Los padres protegen o desprotegen pero siempre desprotegen. Los hijos se quedan o se van pero siempre se van. (…) Queremos ser actores que esperan con paciencia el momento de salir al escenario. Y el público hace rato que se fue.” (p. 73)

No faltan las referencias al cine y la música y la inclusión de personajes “reales”, como escritores amigos del autor (al modo de Vila-Matas). Desde luego, la literatura misma se constituye en tema, como en las referencias a la lectura “obligatoria” de Madame Bovary en la adolescencia del protagonista. Y hay reflexiones tan bellas e ingeniosas como ésta: “Leer es cubrirse la cara, pensé. Leer es cubrirse la cara. Y escribir es mostrarla”. (p. 66)

El contexto histórico evocado (la dictadura de Pinochet) se presenta de un modo sesgado, muy inteligentemente: “Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar las servilletas en forma de barcos, de aviones.” (p. 56)

Sutilmente,  esta novela parece querer demostrar una verdad que está siempre en el fondo de la buena literatura: que el oficio de escribir (el registro del desajuste, a la vez doloroso y fecundo, del autor con su ambiente) da sentido a la existencia.

jueves, mayo 10, 2012

En la H nos burlamos de la Kodama





En nuestra golpeada versión del país de nunca jamás, a veces suceden cosas más interesantes que las prédicas estúpidas de necios escribas, quienes desde una afectación post-alcohólica afirman que no hay que leer libros, que estos son mortalmente aburridos, que para escribir sólo se requiere de una afortunada conjunción estelar, del apoyo de una claque de furibundas femichistas o, mutatis mutandis, que la razón de ser del escritor es alcanzar un millón de amigos en FB. ¡Vaya necedad!

Pero volviendo a sucesos verdaderamente interesantes, el hecho es que revisando anaqueles en una librería local, sin mayor esperanza de encontrar algo nuevo, el pasado fin de semana realizamos un hallazgo sensacional: en medio de la opera omnia de Coelho, de las sandeces de Bayly y de los best-sellers de autoayuda y las confesiones del Padre Alberto sobre los curas homosexuales de la H, destacaba un libro de negra carátula con un llamativo corazón dorado en la portada. Al arrimarnos al anaquel, con la inocultable obsesión del miope, no lo podíamos creer, estábamos ante un ejemplar de culto, en razón de que una famosa viuda quiso mantenerlo oculto: El hacedor (de Borges), Remake, el texto de Agustín Fernández Mallo publicado por Alfaguara, que plantea, según algunos críticos, “una poética apropiacionista con la voluntad de rescribir la obra de Borges y reconsiderar su legado en la Era de Internet…en un despliegue apócrifo, imaginativo y bizarro”.

Sin embargo, María Kodama, la viuda de don Jorge Luis Borges rey de la metaliteratura y emperador del texto apócrifo, por no decir más considera que Fernández Mallo incurrió en un terrible error, debió haber pedido permiso (sinónimo de pago en dólares) antes de cometer semejante herejía. Acto seguido, con el auxilio de su séquito de abogángsters, emplazó a Alfaguara consiguiendo que la editorial finalmente retirara el libro de los puntos de venta. Aunque el debate intelectual favoreció en forma unánime al remake de Fernández Mallo, no hubo manera de evitar la interdicción de la inclemente Kodama (avida dollars) y el libro pasó de novedad a mítico ejemplar de culto. De allí nuestra sorpresa al encontrar el proscrito ejemplar en una despensa libresca de la H.

En medio del debate, Julio Ortega, profesor de la Universidad de Brown (Estados Unidos), señaló que la actual es una polémica "triste" porque "nunca Borges ha estado tan presente en la nueva literatura española como ahora". En su opinión se trata de "un malentendido" que se podría haber evitado haciendo explícito -"tal vez con unas comillas"- que la obra es una glosa y no una copia. Finalmente, respecto a las acusaciones de llevar el agua de Borges a su molino, Agustín Fernández Mallo concluyó que la retirada del libro: "Será a mi pesar. Yo no quiero que sea un libro ni de culto ni oculto. Lo que quiero es que se lea".

Pero si quieren saber más, no dejen de leer la noticia aparecida en El Cultural. El diario Público también reseñó la noticia en su sección cultural. Y para entender mejor cómo va la onda en la parte puramente literaria hay que leer la nota de Javier Moreno publicada en Revista de Letras.
Aunque un tanto timorata, la noticia publicada por El País, tiene como valor agregado el comunicado de Alfaguara. Tampoco está demás el comentario de Alfredo Álamo en el blog Lecturalia. Y si lo desean, pueden echar una ojeada a un fragmento del texto original, antes de que Alfaguara lo retire de la red. Tampoco se pierdan a lectura de la Carta de protesta, contra la Kodama y en apoyo a Fernández Mallo. Y para hacer honor al carácter interactivo que se plantea en el libro, entren a ver el vídeo que sobre El hacedor (de Borges), Remake, preparó el propio Fernández Mallo.

martes, mayo 01, 2012

El Recital Nacional de Poesía: Una crónica impostergable




El 19 y 20 de abril del presente año se realizó en San Pedro Sula el Recital Nacional de Poesía “Clementina Suárez”, con el auspicio de una variopinta selección de patrocinadores y bajo la coordinación visible de los poetas sampedranos Jorge Martínez y Gustavo Campos.
En un país como el nuestro, aquejado por una indolencia generalizada respecto del tema cultura, déficit que alcanza niveles alarmantes en cuanto a la literatura en particular, debemos coincidir en que la organización de este recital ha sido, sin lugar a dudas, una empresa loable, por lo que nuestras primeras palabras son de felicitación para sus creadores, quienes realizaron un esfuerzo encomiable.
Sin embargo, ya desde el acto de inauguración se empezaron a manifestar los elementos del desastre. Faltos de auxilio económico, tan necesario en un evento de tal magnitud, los organizadores debieron transar con políticos vernáculos y sus tristes marionetas, a quienes cedieron el protagonismo permitiéndoles que degradaran un acto que originalmente estaba destinado a honrar a nuestra tradición poética. Para empezar, la asistencia al Salón Consistorial de la Municipalidad de San Pedro Sula fue paupérrima (ver foto). Y para la gran mayoría de los treinta y cuatro asistentes fue un verdadero suplicio escuchar las falsas promesas del ministro de Cultura, ofreciendo una versión hondureña de la borgeana Biblioteca de Babel: “quiero que los escritores escriban, porque en nuestra editorial publicaremos todos los libros que produzcan”; para después solicitar “un gran aplauso” (sic) para el buen Jorge, que enfundado en su traje de ocasión y rigurosa corbata intentaba desaparecer detrás del asta de la bandera. Los discursos de la contraparte municipal, pletóricos de vaguedades y lugares comunes, fueron el lamentable colofón de un acto chusco, que culminó con la humillación final, la invitación al lujoso brindis dispuesto a la par de la Marimba Usula: una docena y media de vasos de cartón llenos hasta el borde con los refrescos a punto de vencer donados por una embotelladora local para saciar la sed de los poetas de Honduras.
Además, hay otro par de observaciones que no pueden obviarse, por una regla elemental de sinceridad y objetividad. Es imposible dejar de señalar que la atención a la convocatoria fue pobre, poco representativa, sobre todo en lo que respecta a poetas con mayor trayectoria y obra incuestionable (mujeres y hombres); en su lugar llegaron un par de aprendices, diletantes de tomo y lomo, “turistas literarios” que sustituyen el estudio y la creación seria y responsable por la pose histriónica y la verborrea inútil. En las lecturas colectivas, su triste condición de tartufos se reivindicó con inusual relevancia y los comentarios del público no se hicieron esperar, pese a que Jorge Martínez, apreciado amigo que a veces incurre en grandilocuencias estériles, haya afirmado en su blog que se dieron “perfectas ejecuciones poéticas”, aunque bien podría tratarse de una ironía magistral para aludir a jerigonzas apenas susurradas, tristes supercherías, murmullos casi inaudibles.
Ya entrada la noche, en la Maison Maya el ambiente fue mucho más agradable y distendido, lejos de las estrecheces de la ingrata mañana consistorial. Aunque existe un mundo de distancia entre las posibilidades económicas de la comuna sampedrana y las de nuestro amigo José Carlos, lo cierto es que las atenciones de éste para los poetas fueron generosas y sinceras, superando con creces la infame tacañería de la mañana, por lo que el grupo de poetas invitados pudo disfrutar de un reconfortante y aromático cierre de jornada.
Sobre los recitales en la UPN, Casa de la Cultura de El Progreso y la UNAH-VS, además de las lecturas por Radio UNO y las grabaciones de las voces de los poetas Pompeyo del Valle, Francisco Aquino y José Adán Castelar, hay que destacar que fueron ejemplo de solidaridad que debe mantenerse. Castelar, Aquino y del Valle también ofrecieron una lectura vespertina en la UNAH-VS, donde medio centenar de profesores y estudiantes pudieron escuchar de viva voz los poemas que construyeron el imaginario de una generación marcada por el compromiso político y una honda preocupación estética.
Para concluir, es obligatorio llamar la atención sobre el hecho de que los organizadores han anunciado que tiene entre manos realizar en esta “zona de confluencias” un evento poético de carácter internacional. La empresa, en teoría, es meritoria. Pero es indudable que están obligados a reflexionar sobre los errores cometidos en este ensayo de recital, de lo contrario, si reinciden en seguir la misma línea organizativa, acabarán tropezando de manera estrepitosa.

lunes, abril 16, 2012

Lecturas 2011




Un par de amigos me han preguntado por mi recuento de lecturas correspondiente al 2011, lo cierto es que lo tenía pendiente, pero poco a poco fui postergando su redacción final. Aunque quisiera tener la disciplina de Thays en tan vano oficio, al final termino fastidiado y sin ganas de postear nada. Finalmente, me decidí a sacar mi Moleskine Book Journal y este es el resultado: los veinte libros, las veinte lecturas más significativas, sobre las que vale la pena dejar constancia. Como siempre, debo aclarar que no todos fueron publicados en 2011, aunque la mayoría entran en la categoría de “novedades”.

Del lado de acá
Siguiendo la costumbre, empezaré por la producción nacional, cada vez más exigua, cada vez más aldeana, menos atrevida, debatiéndose entre el cliché retro del compromiso revolucionario y una supuesta experimentación posmoderna (vaya engendro). Sin embargo, se rescatan trabajos significativos en narrativa, como El mundo es un puñado de polvo, la novela de Jorge Martínez que tiene como eje más evidente el tema de las maras, aunque encuentra su definición en las historias de vida de los presuntos implicados, más allá de los lugares comunes y la jerga de los “expertos en seguridad”. Pero el hallazgo más notable es a nivel lingüístico; poeta al fin, Martínez logra, a través de un paulatino proceso de extrañamiento, ennoblecer la escabrosa materia prima con la que ha escogido trabajar. Ejemplar cuidado en la orfebrería de la palabra ofrece Dennis Arita en su libro de relatos Música del desierto, donde confirma sus dotes de cuentista impecable, aunque sigamos echando en falta un poco más de vida, de las señas de identidad que definan, at last, su verdadera voz, que hasta ahora se disfraza detrás de elaborados pastiches y escenografías de película. Bajo el signo de la censura, que confirma la vocación opusdeísta de añejos dómines y la ignorancia de presuntos archilectores, apareció Poff, el esperado estreno narrativo del bloguero Darío Cálix, entusiasta lector de Bukowski, de Foster Wallace, minucioso explorador de pesadillas y paraísos artificiales, cuya prosa desparpajada se reafirma en el manejo de claves autoficcionales. En materia de ensayo, la nueva y cuidada edición de Afinidades, de Hernán Antonio Bermúdez, ahora bajo el sello de mimalapalabra editores, hace justicia al crítico más lúcido que ha tenido la literatura nacional, que en estos ensayos hace gala de una precisión casi numismática, en el sentido que Borges le diera al término, además de la perspicacia y profundidad reflexiva que han caracterizado su ejercicio del criterio.

Del lado de allá
Entre lo mejor que leí el pasado año, destacan tres libros: La pirueta, Mañana nunca lo hablamos y El boxeador polaco, todos firmados por el guatemalteco Eduardo Halfon. Una prosa llena de sutilezas y alusiones, de equívocas revelaciones familiares, la narrativa de Halfon sólo puede explicarse en razón directa de las claves que revelara en una entrevista: “Personalmente también me gustaría poder entender por qué me desdoblo en mi narrativa y me convierto en ese otro Eduardo Halfon, más cínico que éste, más libre, más viajero, mucho más fumador. Te diría que tal vez hay más honestidad en eliminar el velo entre escritor y narrador, en no querer ponerle a mi narrador una mala máscara para así ocultar mi propio rostro. Pero decirte eso sería una gran mentira”.

Dos hallazgos. Recomendado por Hernán Antonio Bermúdez, al fin pude conseguir un libro de Sándor Márai, la novela La herencia de Eszter. Una verdadera joya: 160 páginas que relatan con exasperante morosidad la caída final de Eszter, víctima de las maquinaciones de su primo Laszlo, individuo miserable y egoísta, una verdadera fuerza del mal que nos obliga a cavilar acerca de la inevitabilidad del destino. Y qué decir de Alice Munro y Secretos a voces, una colección de relatos de mediana extensión que siempre parecen coquetear con la novela, sobre todo por su amplitud temporal, en la que se instalan una serie de historias que a veces amenazan con desdibujarse totalmente, rasgo de estilo que ha llevado a algunos a afirmar que Munro es una escritora para escritores.

De la narrativa contemporánea mexicana, una de mis favoritas, debo rescatar cuatro textos: La prueba del ácido, donde el maestro Elmer Mendoza hace volver por sus fueros a su detective estrella Edgar “el Zurdo” Mendieta, quien deberá resolver el asesinato de la bailarina Mayra Cabral de Melo, teniendo como telón de fondo el mundo del narco, que acaba de iniciar una guerra contra el estado mexicano. Un verdadero descubrimiento fue el de Julián Herbert y su Cocaína (Manual de usuario), cuentos que se deslizan con la misma facilidad con que se esnifa una “línea” y que bien podrían tener como lema: “lo que más abunda en la atmósfera es oxígeno e hijos de puta”. Mientras que Juan Villoro volvió a la narración de corto aliento con Los culpables, una serie de siete historias bajo el signo común de la deslealtad, tramas bien urdidas sobre las que pende el signo de la revelación fatal, personajes en busca de un gesto que les redima. Last but not least, Guadalupe Nettel retoma los hilos de su narrativa envolvente y sutil al revelar en El cuerpo en que nací no sólo las claves de su infancia y juventud, sino el momento preciso en que recibió la visita del ángel literario, cuando redescubre en su lengua materna el material maleable y precioso que le devolverá su identidad.

Mientras acá todavía quedan un par de inválidos mentales interrogándose acerca de sus filiaciones patrióticas, Horacio Castellanos Moya se encuentra ya plenamente instalado en el mainstream de la narrativa contemporánea latinoamericana y Tusquets confirma su vigencia (sin dejar de colocar en la contratapa la frase mínima con que lo definiera Roberto Bolaño) con la publicación de su penúltima novela La sirvienta y el luchador, de nuevo ambientada en El Salvador, de nuevo en la época de la cruenta guerra civil y, de nuevo, con personajes prefigurados en relatos anteriores. Aunque no es uno de sus mejores trabajos, revela la mano experimentada y segura de un narrador que ya no le pide permiso a nadie para airear sus ficciones, seguro de su oficio y en pleno dominio de su peculiar arsenal retórico, un escritor que asume con naturalidad su condición de ciudadano universal sin que le abrume el hecho de haber nacido en Tegucigalpa.

Aunque acuse pérdida de fuelle al medio y al final, la novela ganadora del Alfaguara 2012, El ruido de las cosas al caer, del colombiano Juan Gabriel Vásquez, confirma que algunos temas, sobre todo aquellos que han marcado a  sangre y fuego a una sociedad, es preferible tratarlos a la distancia, tanto geográfica como temporal. Este distanciamiento es quizás el acierto fundamental en esta novela, en la medida que su visión sesgada, casi incidental, en torno al narcotráfico en Colombia, le salva de incurrir en lugares comunes, deteniéndose en historias de vida que finalmente revelarán, sin maniqueísmos ni discursos pedantes, la exacta y trágica dimensión del tema.

En la edición de Novelas y cuentos preparada para Mondadori por César Aira, su albacea literario, por fin pude leer a Osvaldo Lamborghini (1940-1985), el escritor argentino cuya obra  es, según sus seguidores, una mezcla de Arlt, Lautréamont y Gombrowicz. Lo cierto es que tras leer El fiord y Sebregondi retrocede, lo primero que viene a nuestra mente tiene que ver con adjetivos tales como lúbrico, trágico, obsceno, paródico, escatológico, lo que finalmente no obsta para reconocer su original apuesta formal, planteada bajo el signo de la ironía y la digresión.

J. M. Coetzee realiza en Verano la tercera escala en la edición de sus memorias y, de nuevo, demarca un territorio literario definido por ese particular vaivén ficción-realidad, a partir de una propuesta más o menos autobiográfica, enriquecido por la receta ya utilizada en Diario de un mal año, caracterizada por la indagación y el autoanálisis que relativiza y pone en perspectiva cada una de las acciones del joven graduado que llega a Londres prácticamente  huyendo de Ciudad del Cabo, hastiado del apartheid y sus consecuencias.

En 1Q84, Haruki Murakami retoma sus obsesiones más conocidas como la música, los mundos paralelos, el amor… y los enlaza en una exploración contrapuntística que le ha valido una que otra crítica desfavorable, sobre todo entre quienes comparan esta novela con obras “superiores” como Tokio blues o Kafka en la orilla, pero antes de dejarse llevar por primeras impresiones habría que reflexionar sobre las revelaciones que el autor ofreció a The New York Times en un intento por explicar su ars poetica: “el papel de una historia es mantener la solidez del puente espiritual construido entre el pasado y el futuro. Nuevas morales y orientaciones emergen con bastante naturalidad de tal empresa. Para que ello suceda, primero debemos respirar profundamente el aire de la realidad, el aire de las cosas como son, y debemos encarar pródigamente y sin prejuicios la forma en que las historias están cambiando dentro de nosotros. Debemos acuñar nuevas palabras a tono con el ritmo de ese cambio”.

No puedo pensar en un mejor cierre para este recuento que evocar la sabiduría desplegada por Claudio Magris en Alfabetos, la cuidada recopilación de breves ensayos que el escritor triestino ha publicado a lo largo de los últimos años en el Corriere della Sera. Lecturas admirables de clásicos como la Ilíada y la Odisea, junto a reflexiones siempre perspicaces sobre Salgari, Baudelaire, Svevo, London, Stevenson, Flaubert, Musil, Faulkner, Sábato, Tolstói, Melville, Kafka, Kapuscinski …tal parece que Magris ha sido presa de un afán totalizador y su voracidad como lector no conoce límites, al igual que su condición de viajero excepcional, que reafirma en textos inolvidables como “Praga al cuadrado”. En fin, literatura, historia y vida se mezclan en esta nueva aventura del autor de El Danubio, un auténtico pensador sin fronteras.

lunes, marzo 26, 2012

El que tenga oídos…




En una entrevista realizada por Oscar Urtecho al narrador Eduardo Bähr (El Heraldo, Revista Siempre, 25 de marzo de 2012), aparecen los siguientes juicios, que no debieran ser desoídos por los “presuntos implicados”:

“Hace poco hubo un homenaje a José Luis Quesada, algo precioso, pero hay que deslindar, por ejemplo, la sospecha de que andan buscando un factótum que los guíe, porque no necesitan guía de ningún tipo, aunque sea un gran poeta como José Luis Quesada; esa es una de las cosas. La otra es que no se puede hacer un homenaje y aprovechar alguna arista de este homenaje para denigrar a otro poeta, teniendo incluso el cadáver enfrente. Hubo denigraciones allí en contra de Roberto Sosa y eso es inadmisible. Ellos tienen que deshacerse de eso porque son baldones en contra de ellos mismos. si siguen haciendo eso se van a volver despreciables, pero el desprecio va a fluctuar en su propio círculo.”

miércoles, febrero 29, 2012

El gremio nacional de pendejos literarios




Tras un par de meses de silencio blogosférico, me encontré con esta entrada de “Vano oficio”, en la que Iván Thays reflexiona sobre la tolerancia y la pluralidad, sobre la pretendida unidad de los llamados “gremios literarios” y sobre la peregrina estupidez implícita en tal entelequia. De inmediato vinieron a mi mente las imágenes de tres o cuatro pendejos nacionales que han enarbolado idéntica bandera, empecinados en conformar un gremio homogéneo, donde sus miembros se reparten ayudas, elogios y abrazos, en fin, parafraseando a Thays: una especie de cooperativa literaria empujando el carro de la literatura hondureña. Aunque podríamos enumerar más semejanzas, lo más recomendable es leer el post completo y reflexionar sobre sus conclusiones, advertidos de que cualquier parecido con autores y gremios nacionales no es pura coincidencia.

Contra la tolerancia
Hay palabras que parecen correctas en ciertos contextos pero que, cuando uno las analiza, se da cuenta de que resultan equívocas. La palabra “tolerancia”, por ejemplo. “Tolerancia” significa aceptar la diferencias, asumir que otras personas pueden pensar o actuar bajo reglas distintas a las de uno, que suelen ser las reglas de la mayoría, y tolerar esa opinión. Pero esa palabra oculta un concepto esencial: tarde o temprano todos nos daremos cuenta de que nosotros somos, en realidad, ese “otro”. Es decir, no es a mí a quien corresponde tolerar a los demás, dando por hecho que mi idea es la correcta, sino asumir que mi opinión, mi estética o mi gusto es solo uno dentro un abanico de posibilidades; uno más en medio del océano de distintas opiniones y posturas de valor equivalente. No se trata, pues, de tolerancia, sino de pluralidad.
Hace unas semanas, un par de escritores peruanos pusieron sobre el tapete la idea de que el gremio de los escritores (se referían al Perú, pero sin duda puede extenderse a todo el mundo y a distintas épocas) está desunido, es mezquino y gusta de meter cabe o ningunear al otro. El “gremio machetero”, lo calificó uno, refiriéndose a los machetazos que reciben unos escritores de parte de los otros. Ambos proponían que, por el bien de la literatura nacional, los escritores deberían conformar un gremio mucho más homogéneo, que se auxiliase entre ellos, que se repartieran elogios y abrazos, una especie de cooperativa literaria empujando el carro de la literatura peruana hacia la misma dirección (es decir, el éxito en el exterior), sin discordia, sin “machete”, sin oposición.
¿Se han preguntado qué ocurriría en ese escenario ideal? El gremio literario (que implica no solo a los escritores sino también a los editores, la crítica, los agentes y los libreros) se apoyaría mutuamente y se anularía la voz discordante, por considerarla antigremial. Una vez fortalecidos como gremio y enrumbados hacia una patriótica dirección única, por impulso natural terminaría apareciendo un autor (el más emprendedor, el más carismático, el más vendedor o quizá, con suerte, el que tuviese más talento) que se alzaría sobre los demás como la voz canónica que representa al gremio. En ausencia de cualquier voz crítica o disidente, ese autor pasaría a ser un “intocable” para beneficio económico de sí mismo, de sus editores, del agente que lo representa y las librerías que lo venden y, por supuesto, de los medios de comunicación que lo solventan y se enriquecen poniéndolo en todas sus carátulas e imprimiendo todas sus notas de prensa. El resto de autores y críticos ocuparían la posición de agradecida comparsa, avanzando a pasos pequeños pero seguros bajo la sombra de ese autor canónico o, quién sabe, esperando ocupar su lugar si es posible.
¿De qué estamos hablando? ¿De una pesadilla de Orwell?
A diferencia de esos autores, creo que un gremio literario que trata al compañero con condescendencia, que se autocensura, que alaba o calla para no quedar mal o para evitar ser acusado de aguafiestas o envidioso, está condenado a crear una literatura mediocre y complaciente. Una literatura que celebra triunfos inventados, que diseña cánones literarios dictatoriales y que tolera con generosidad, aunque siempre con el rabillo del ojo, al autor “raro” que no está en ese canon porque ha dejado de ser dañino. Es decir, el horror.
Si hay algo que lamentar, en todo caso, en la literatura peruana actual no es la ausencia de ese gremio unido, sino la falta de crítica literaria seria, responsable, formada académicamente, que pueda interpretar, valorar y juzgar las obras. Una crítica creativa, dinámica, capaz de entender la diversidad y que sepa retratar el complejo tramado que implica una literatura diversa, plural, anticanónica. Una crítica que puede ser inquietante o polémica, pero siempre basada en argumentos y no en prejuicios, que se gane el respeto de los lectores y haga entender a los autores que una opinión negativa no es un insulto ni un intento de dividir al gremio, sino, al contrario, una muestra de interés y respeto por la obra literaria.
¿Quiénes saldrían ganando si existiese un gremio literario unido como un puño? En primer lugar, los escritores que lo conforman y las instancias que los apoyan para beneficiarse económicamente. ¿Quiénes saldrían ganando, por otra parte, con la existencia de voces discordantes, en discusión permanente? Los lectores y los futuros escritores, que habrán nacido no bajo el signo único del Debe-Ser-De-Nuestra-Literatura sino en el de la pluralidad que reemplaza, por obsoleta, a la tolerancia.
Partamos desde el comienzo: quizá el error no esté en considerar al gremio literario como un grupo de barras bravas que andan con machetes en las esquinas para coger a machetazos al contrario, ni como un grupo de gentiles y amistosos compañeros dispuestos a cooperar por el bienestar general; el error es, simplemente, considerar a los escritores como parte de un “gremio”. Dejémonos de gremios. Se trata de individuos, escritores y críticos literarios, que hacen lo suyo como quieren y pueden, como les sale de las entrañas, y desde el momento que publican sus ficciones, o sus reseñas, son susceptibles a la crítica e incluso al ataque abyecto (pero es de personas maduras saber poner cada cosa en su lugar).
“Lo raro es ser un escritor raro” dice Mario Bellatin. Una frase absolutamente cierta. Bajo las equívocas reglas de la tolerancia, los cánones nacionales y los gremios literarios es que existen los llamados escritores “raros”. En la pluralidad, en cambio, todos los escritores son raros y, simultáneamente, protagonistas de su propio y luminoso canon individual.