Poco originales y demasiado apegados al mainstream encuentro los listados con “los libros del 2008” que se colocan por estos días en la red, donde unos cuantos compadres comparten sus lecturas escogidas del año que se va. Mucha veleidad vila-matiana, que prácticamente sólo le sienta bien a don Enrique, mientras que a otros les hace ver como followers esforzados y periféricos que se limitan a acatar lo que les dictan los portnoyes peninsulares y los fraternos jamones andantes novohispanos desde añejos polos culturales, ahora virtuales y blogalizados.
Por tal razón, modas aparte y desde el retiro provinciano, me atrevo a compartir, aunque no me las solicitaron, mis lecturas de este año:
Ensayo
Las imágenes de los negros garifunas en la literatura hondureña y extranjera. Jorge Amaya. Armado con un envidiable y actualizado arsenal retórico, Amaya realiza un periplo singular para rastrear y definir la manera en que los escritores nacionales y extranjeros han construido las imágenes, en su mayoría distorsionadas, de los garínagu, una etnia sobre la que quizás no sería exagerado afirmar, ha sido condenada al cliché y el lugar común en la producción literaria de los dos últimos siglos.
Vida y obra de Bulnes, el memorioso. Leonel Alvarado. Junto con el monumental estudio de José Antonio Fúnes sobre Froylán Turcios y el modernismo, la investigación de Alvarado es uno de los acercamientos más lúcidos y completos a la vida y obra de un escritor nacional; en este caso, del autor mítico por excelencia de la literatura hondureña. Desde las historias inciertas sobre el Jonás y su desaparición, hasta la colección de anécdotas sobre su vida singular, en torno a Cardona Bulnes se ha construido una leyenda negra de poeta maldito que esta investigación de Alvarado esperamos ayude a despejar, trasladándola del ámbito doméstico de la oralidad al terreno de las afinidades e influencias literarias.
José Antonio Domínguez. Obra poética escogida de sus manuscritos (1885-1903). Edición de Héctor Miguel Leyva. Una obra fundamental que confirma la pericia investigativa de Leyva, quien desde hace varios años ha venido construyendo una visión actualizada y objetiva sobre la tradición literaria nacional, sin los aspavientos propios del diletantismo y con la precisión que sólo es posible a través de una ética aplicada al ejercicio del criterio. En esta ocasión, rescata en una minuciosa edición crítica la figura del poeta que “llevó más allá de lo sensato y lo conveniente la aventura literaria”, coincidiendo con el momento en que se gestaban los impulsos que conformarían la modernidad en Honduras.
Honduras, patria de la espera. Francesca Randazzo. Sobre la base de su tesis de maestría, Randazzo se interroga acerca de la casi siempre contradictoria relación entre nación y poesía en Honduras. Aunque a veces su discurrir se difumina en medio de vericuetos históricos y afirmaciones taxativas –y cuestionables- como: “Si bien Honduras posee talentoso narradores y narradoras, es básicamente una tierra de poetas”, este texto logra perfilar una propuesta construida con afán exhaustivo y solidez bibliográfica. Un punto de partida para posteriores reflexiones en torno a la integración poesía y sociedad en los imaginarios nacionales.
Narrativa
En este apartado es ineludible destacar la aparición de dos textos que, pese a la evidente distancia entre ambos -generacional, ámbito vital y formativo de sus autores- reafirman la tensión que ha funcionado como “marca de fábrica” de la narrativa nacional, a veces volcada en el color local o bajo el signo de la tenaz voluntad por apartarse de tal esclavitud. Así, Dennis Arita ratifica en los cuentos de Final de invierno su decisión de distanciarse del horizonte local. Impulso que se desata desde el título hasta las atmósferas y paisajes que, según Helen Umaña, se dinamitan a sí mismos, cuando lo cierto es que se difuminan porque no pertenecen al imaginario nativo, están situados en otra dimensión, donde no hay referencias posibles para encontrar a la patria por la que suspira, esperanzada, Randazzo. Y es que pese a nacer y haber vivido en Honduras, la patria de Arita se encuentra en otro sitio, otras voces y otros ámbitos pueblan su imaginario y lo desmarcan, por fortuna, de la cotidianidad vernácula.
Juan de Dios Pineda vive desde hace varios años en Europa, específicamente en Alemania, desde donde construye con morosidad una obra basada en el recuerdo de la patria distante. Pese a haberse concluido en Göttingen, durante el crudo invierno de 1994, en Estaciones a la deriva, la novela que Pineda publicó a mediados de 2008, no sólo hace calor sino que proliferan las referencias a lo nacional y a Latinoamérica: ahí están con nombre propio las comidas y los paisajes, las ciudades y el campo, la música y, sobre todo, las personas que, pese a haber cruzado el charco, las seguimos reconociendo en esa identidad a la que no pueden ni pretenden renunciar.
Poesía
En la “tierra de poetas” (sic) se publicaron muchos libros de poesía, y entre los que leímos con verdadero placer destacan Este verde esplendor y Desde el hospicio. En el primero encontramos a un Felipe Rivera más maduro, con la libertad de haber reconocido el camino que ahora recorre con verdadero aplomo, mientras que en el segundo, Gustavo Campos reincide en desvelar viejas heridas, pero ahora decidido a reforzar las correspondencias y afinidades electivas que conforman un hospicio propio, donde comparte junto a notable compañía en su particular “canon de Rodez.” Rivera y Campos, dos variantes íntimas de una poética que reafirma su condición ecuménica bajo la premisa de Reyes: sólo siendo generosamente universales nos podemos volver provechosamente nacionales.
Mención especial:
Mundo de cubos. Nelson Merren. Prolija antología que recoge los libros fundamentales del poeta ceibeño, fallecido el 24 de mayo de 2007: Calendario negro y Color de exilio, junto a sendos ensayos de Helen Umaña y Tulio Galeas, además de la correspondencia que sostuvo con sus compañeros de oficio: Oscar Acosta y José González, en las décadas del 60 y 80, respectivamente. Un texto de lectura impostergable para precisar las claves de la obra del “lobo estepario” de la poesía nacional.
P. D. Por suerte, yo también sigo desde hace tiempo los consejos de Reyes, Cortázar y Borges, así que no piensen que cerré los ojos al mundo exterior:
Angosta, de Héctor Abad Faciolince, de la que recomiendo con entusiasmo leer el capítulo que los editores le recomendaron suprimir, donde recrea el escrutinio de los libros en el Quijote en clave actual, con guiños imperdibles para algunos de sus colegas.
La novela luminosa, de Mario Levrero, obra póstuma cuya lectura podría revelar a muchos que no sólo Vila-Matas escribe dietarios y que algunos buenos escritores no publican en Anagrama.
Dietario voluble, de Enrique Vila-Matas, genial en las páginas finales cuando parafrasea a Flaubert y Coetzee, al conectar a Sebald con Kafka y el enano de Verona, o en sus alusiones a la obra de Bolaño, Malamud y Roth; pero me llama la atención que cuando alaba un libro casi siempre éste ha sido publicado por Anagrama (e.g. Bonsái de Alejandro Zambra, que además aparece anunciado en la solapa). ¿Cosas del mercado editorial en versión Herralde?
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, una novela genial con un ritmo endemoniado que me enseñó, además, que los dominicanos hablan tan mal español que para hacerlos legibles tienen que traducirlos del inglés. Ya en serio, maese Junot es un soberbio escritor, y recomiendo que lean su cuento “Alma”, que aparece en el número de agosto 2008 de Letras Libres.
Tokio blues y After dark, de Haruki Murakami, un heredero directo de Nabokov y Carver, que ha indagado con brutal sutileza en la incertidumbre de la posmodernidad, a través de historias que nos revelan ese territorio crepuscular donde ocurren accidentes tan hermosos como la amistad o el amor.
Hablemos de langostas y La niña del pelo raro, de David Foster Wallace, uno de los escritores más interesantes, junto a Cormac McCarthy y Bret Easton Ellis, del “país que no es para viejos”. La “estructura” de los artículos “langosteros” y el corte cuasi barroco de los cuentos “del pelo raro” nos confirman la originalidad de un autor que no hizo concesiones a lo políticamente correcto.
Por tal razón, modas aparte y desde el retiro provinciano, me atrevo a compartir, aunque no me las solicitaron, mis lecturas de este año:
Ensayo
Las imágenes de los negros garifunas en la literatura hondureña y extranjera. Jorge Amaya. Armado con un envidiable y actualizado arsenal retórico, Amaya realiza un periplo singular para rastrear y definir la manera en que los escritores nacionales y extranjeros han construido las imágenes, en su mayoría distorsionadas, de los garínagu, una etnia sobre la que quizás no sería exagerado afirmar, ha sido condenada al cliché y el lugar común en la producción literaria de los dos últimos siglos.
Vida y obra de Bulnes, el memorioso. Leonel Alvarado. Junto con el monumental estudio de José Antonio Fúnes sobre Froylán Turcios y el modernismo, la investigación de Alvarado es uno de los acercamientos más lúcidos y completos a la vida y obra de un escritor nacional; en este caso, del autor mítico por excelencia de la literatura hondureña. Desde las historias inciertas sobre el Jonás y su desaparición, hasta la colección de anécdotas sobre su vida singular, en torno a Cardona Bulnes se ha construido una leyenda negra de poeta maldito que esta investigación de Alvarado esperamos ayude a despejar, trasladándola del ámbito doméstico de la oralidad al terreno de las afinidades e influencias literarias.
José Antonio Domínguez. Obra poética escogida de sus manuscritos (1885-1903). Edición de Héctor Miguel Leyva. Una obra fundamental que confirma la pericia investigativa de Leyva, quien desde hace varios años ha venido construyendo una visión actualizada y objetiva sobre la tradición literaria nacional, sin los aspavientos propios del diletantismo y con la precisión que sólo es posible a través de una ética aplicada al ejercicio del criterio. En esta ocasión, rescata en una minuciosa edición crítica la figura del poeta que “llevó más allá de lo sensato y lo conveniente la aventura literaria”, coincidiendo con el momento en que se gestaban los impulsos que conformarían la modernidad en Honduras.
Honduras, patria de la espera. Francesca Randazzo. Sobre la base de su tesis de maestría, Randazzo se interroga acerca de la casi siempre contradictoria relación entre nación y poesía en Honduras. Aunque a veces su discurrir se difumina en medio de vericuetos históricos y afirmaciones taxativas –y cuestionables- como: “Si bien Honduras posee talentoso narradores y narradoras, es básicamente una tierra de poetas”, este texto logra perfilar una propuesta construida con afán exhaustivo y solidez bibliográfica. Un punto de partida para posteriores reflexiones en torno a la integración poesía y sociedad en los imaginarios nacionales.
Narrativa
En este apartado es ineludible destacar la aparición de dos textos que, pese a la evidente distancia entre ambos -generacional, ámbito vital y formativo de sus autores- reafirman la tensión que ha funcionado como “marca de fábrica” de la narrativa nacional, a veces volcada en el color local o bajo el signo de la tenaz voluntad por apartarse de tal esclavitud. Así, Dennis Arita ratifica en los cuentos de Final de invierno su decisión de distanciarse del horizonte local. Impulso que se desata desde el título hasta las atmósferas y paisajes que, según Helen Umaña, se dinamitan a sí mismos, cuando lo cierto es que se difuminan porque no pertenecen al imaginario nativo, están situados en otra dimensión, donde no hay referencias posibles para encontrar a la patria por la que suspira, esperanzada, Randazzo. Y es que pese a nacer y haber vivido en Honduras, la patria de Arita se encuentra en otro sitio, otras voces y otros ámbitos pueblan su imaginario y lo desmarcan, por fortuna, de la cotidianidad vernácula.
Juan de Dios Pineda vive desde hace varios años en Europa, específicamente en Alemania, desde donde construye con morosidad una obra basada en el recuerdo de la patria distante. Pese a haberse concluido en Göttingen, durante el crudo invierno de 1994, en Estaciones a la deriva, la novela que Pineda publicó a mediados de 2008, no sólo hace calor sino que proliferan las referencias a lo nacional y a Latinoamérica: ahí están con nombre propio las comidas y los paisajes, las ciudades y el campo, la música y, sobre todo, las personas que, pese a haber cruzado el charco, las seguimos reconociendo en esa identidad a la que no pueden ni pretenden renunciar.
Poesía
En la “tierra de poetas” (sic) se publicaron muchos libros de poesía, y entre los que leímos con verdadero placer destacan Este verde esplendor y Desde el hospicio. En el primero encontramos a un Felipe Rivera más maduro, con la libertad de haber reconocido el camino que ahora recorre con verdadero aplomo, mientras que en el segundo, Gustavo Campos reincide en desvelar viejas heridas, pero ahora decidido a reforzar las correspondencias y afinidades electivas que conforman un hospicio propio, donde comparte junto a notable compañía en su particular “canon de Rodez.” Rivera y Campos, dos variantes íntimas de una poética que reafirma su condición ecuménica bajo la premisa de Reyes: sólo siendo generosamente universales nos podemos volver provechosamente nacionales.
Mención especial:
Mundo de cubos. Nelson Merren. Prolija antología que recoge los libros fundamentales del poeta ceibeño, fallecido el 24 de mayo de 2007: Calendario negro y Color de exilio, junto a sendos ensayos de Helen Umaña y Tulio Galeas, además de la correspondencia que sostuvo con sus compañeros de oficio: Oscar Acosta y José González, en las décadas del 60 y 80, respectivamente. Un texto de lectura impostergable para precisar las claves de la obra del “lobo estepario” de la poesía nacional.
P. D. Por suerte, yo también sigo desde hace tiempo los consejos de Reyes, Cortázar y Borges, así que no piensen que cerré los ojos al mundo exterior:
Angosta, de Héctor Abad Faciolince, de la que recomiendo con entusiasmo leer el capítulo que los editores le recomendaron suprimir, donde recrea el escrutinio de los libros en el Quijote en clave actual, con guiños imperdibles para algunos de sus colegas.
La novela luminosa, de Mario Levrero, obra póstuma cuya lectura podría revelar a muchos que no sólo Vila-Matas escribe dietarios y que algunos buenos escritores no publican en Anagrama.
Dietario voluble, de Enrique Vila-Matas, genial en las páginas finales cuando parafrasea a Flaubert y Coetzee, al conectar a Sebald con Kafka y el enano de Verona, o en sus alusiones a la obra de Bolaño, Malamud y Roth; pero me llama la atención que cuando alaba un libro casi siempre éste ha sido publicado por Anagrama (e.g. Bonsái de Alejandro Zambra, que además aparece anunciado en la solapa). ¿Cosas del mercado editorial en versión Herralde?
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, una novela genial con un ritmo endemoniado que me enseñó, además, que los dominicanos hablan tan mal español que para hacerlos legibles tienen que traducirlos del inglés. Ya en serio, maese Junot es un soberbio escritor, y recomiendo que lean su cuento “Alma”, que aparece en el número de agosto 2008 de Letras Libres.
Tokio blues y After dark, de Haruki Murakami, un heredero directo de Nabokov y Carver, que ha indagado con brutal sutileza en la incertidumbre de la posmodernidad, a través de historias que nos revelan ese territorio crepuscular donde ocurren accidentes tan hermosos como la amistad o el amor.
Hablemos de langostas y La niña del pelo raro, de David Foster Wallace, uno de los escritores más interesantes, junto a Cormac McCarthy y Bret Easton Ellis, del “país que no es para viejos”. La “estructura” de los artículos “langosteros” y el corte cuasi barroco de los cuentos “del pelo raro” nos confirman la originalidad de un autor que no hizo concesiones a lo políticamente correcto.
Terror santo, de Terry Eagleton, otra muestra de la erudición y solidez argumentativa de una de las voces críticas más respetadas de los últimos tiempos, quien indaga con profunda objetividad en el tema de las fuentes políticas, filosóficas, teológicas y, por supuesto, literarias del terror, definido como "mecanismo de control y de legitimación del poder". Texto que, por una alusión al "gozo obsceno" en la página 16, me llevó a El sublime objeto de la ideología, donde Slavoj Zizek descree de las ideas de los teóricos de la condición posmoderna, y explora el tema de la mediación humana, reelaborando a Hegel, Althusser y Lacan a través de la interpretación de hechos y expresiones tan disímiles como el hundimiento del Titanic y la película Alien, pasando por Hitchcock, la ciencia ficción y las óperas de Wagner.
Pos P. D. No desconozco que algunos de estos libros no se publicaron en el 2008, pero llegaron a mis manos y fueron leídos en ese año que ya está por expirar.