Hace poco mientras leía a Vila-Matas y su Historia abreviada de la literatura portátil, pensé en un joven poeta, quien a veces nos "distingue" con su amistad exultante, sobre todo cuando le hemos convidado suficientes cervezas. Pues este joven poeta -con gran perseverancia, hay que decirlo- se ha fabricado una personalidad decimonónica de poeta maldito, pero cuando siente que a su auditorio le está ganando el aburrimiento con tanta cita, se encierra y desde la comodidad del correo electrónico y los SMS de su celular, empieza a filtrar historias de suicidas ejemplares, a quienes parece dispuesto a emular.
Pero volviendo al tema, cuando leía a Vila-Matas encontré una breve cita de Rigaut y, más tarde, mientras buscaba materiales para una clase de la universidad, me topé con una nota periodística acerca de una antología de escritores suicidas. Y así, de repente, me percaté de que ambas lecturas formaban parte de una de esas "figuras" cortazarianas y que podrían ser de mucha utilidad para amigos como el susodicho poeta.
Suicidas y hoteles
“No hay motivos para vivir, pero tampoco hay motivos para morir, la única manera con que se nos permite demostrar nuestro desdén por la vida, es aceptarla, la vida no merece que nos tomemos el trabajo de abandonarla, el suicidio es muy cómodo, no paro de pensarlo, es demasiado cómodo, yo no me he suicidado, subsiste un pesar, no quisiera partir antes de haberme comprometido, quisiera, al partir, llevarme Notre-Dame, el amor o la República. Envío desde estas páginas, mi más enérgica protesta ante esa oleada absurda de suicidios en los puentes colgantes. Jóvenes de Nueva York, elegid suntuosos hoteles si queréis abandonar esta vida. Hay hoteles que son, francamente, muy literarios. Después de todo, el mundo de las letras descansa en los hoteles de la imaginación. En Europa lo saben desde hace tiempo y sólo se consideran elegantes los suicidios en el Ritz."”
Jacques Rigaut
Jacques Rigaut
Escritores suicidas
Se han utilizado muchas maneras de acabar con la vida prematuramente, desde prenderse fuego a uno mismo, como la poeta austríaca Ingeborg Bachmann, hasta asfixiarse con una bolsa de plástico atada a la cabeza, como hizo el poeta Gabriel Ferrater, pasando por el cianuro que tomó Horacio Quiroga, la morfina de Jack London, el veronal de Ryunosuke Akatugawa, la bala de Jacques Rigaut, o el alcohol en el caso de Malcom Lowry y Dylan Thomas. Otros se mataron para huir del sufrimiento provocado por la enfermedad, como le ocurrió a Hemingway con el cáncer o a Bohumil Hrabal con el dolor que le causaba la artritis, por un lado, y la pérdida de su esposa, por otro.
Sin embargo, el escritor madrileño Benjamín Prado, autor del prólogo de un volumen que comprende relatos de autores suicidas de los siglos XIX y XX, advierte que "lo que les ha otorgado a estos escritores un lugar en la historia es la calidad de sus obras, no la tragedia de sus vidas".
Sin embargo, el escritor madrileño Benjamín Prado, autor del prólogo de un volumen que comprende relatos de autores suicidas de los siglos XIX y XX, advierte que "lo que les ha otorgado a estos escritores un lugar en la historia es la calidad de sus obras, no la tragedia de sus vidas".