jueves, enero 15, 2009

Angosta y el escrutinio de los libros


Hace un par de días conversaba con un amigo y, entre otras cosas, le comenté acerca de Angosta, la novela de Héctor Abad Faciolince, donde el autor colombiano recrea a su país en la metáfora de una ciudad de tres pisos, tres climas y tres castas económicas, que HAF ubica en un estrecho valle de los Andes, bajo el signo de la catarata conocida como el “Salto de los Desesperados”. En Angosta los dones viven en Tierra Fría, los segundones en Tierra Templada y los tercerones sufren el calor en Boca del Infierno. Pero el hecho fundamental es que la ciudad se encuentra asolada por la pobreza, la exclusión y la violencia, y regida por una cofradía denominada los Siete Sabios, quienes deciden, cual dioses del Olimpo, el destino de todos sus habitantes.

La mayor parte, o lo más interesante de la acción novelesca se da en la zona intermedia, en la tierra templada, y gira alrededor de puntos neurálgicos, como el hotel La Comedia, donde reside el protagonista, Jacobo Lince, quien a su vez es el dueño de la librería La Cuña, espacio regido por la pareja de bohemios Dionisio Jursich y Agustín Quiroz, quienes dictan, a su peculiar manera, una cátedra informal de literatura y vida para todo aquel que se acerca a tomar un café en su reducto. Otros residentes en el hotel complementan el singular repertorio de personajes, entre los que destacan: el joven poeta Andrés Zuleta, que de manera sistemática vierte en cuadernos manuscritos sus experiencias, doña Luisa Medina, una señora diminuta que se ha convertido en la “imagen de la tristeza”, el matemático húngaro Isaías Dan, a quien apodan Relojito, aunque otros prefieren llamarlo El Marciano, y la última incorporación, la pelirroja Virginia Buendía, quien tiene algo en su cara que impide a todo aquel que la ve quitarle los ojos de encima.

Pero volviendo al tema, o sea la conversación con el amigo, yo le refería que una de las partes más interesantes de Angosta sigue la tónica del célebre capítulo sexto del Quijote: “Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”. El capítulo se ubica entre las páginas 202 y 215, y la nota al pie advierte sobre diversos asuntos, que aquí nos atrevemos a resumir en dos apartados:

1. Se trata de un homenaje a Cervantes, de un juego literario, un intermedio jocoso, un entremés en un solo acto y, en caso de aburrir al lector, se le otorga a éste vía libre para saltarse al siguiente capítulo.

2. Los editores españoles “rogaron” al autor que suprimiera este capítulo porque aburriría a los lectores.

Sin embargo, este es uno de los capítulos más entretenidos y lúcidos de la novela y, en nuestro afán por justificar este aserto, reproducimos algunos juicios, con la esperanza que no susciten la animadversión ni, mucho menos, la ira de algunos devotos inquebrantables de los infrascritos:

“En La Cuña tenemos la obra completa de (Paulo) Coelho, repetida tres veces, y casi llena una pared. Es como si todos quisieran deshacerse siempre de sus libros después de haberlos comprado. Son como envases vacíos de Coca-Cola: no hay casa que no tenga alguno.”
“Es curioso: tiene un éxito impresionante, está millonario, se finge santo, pero dicen que es más lascivo que tú, Jacobo, y sus libros parecen plagios de la más ridícula literatura de autoayuda de todos los tiempos. Para mi es basura. Es el más indigno continuador de la estirpe de los evangelistas.”

“− Aquí hay un grupito de libros más nuevos. Son autores mexicanos: Padilla, Volpi, Palou, Urroz
− Ah sí −dijo Quiroz−. Se trata de cinco muchachos ambiciosos que decidieron convertir cinco fracasos individuales en un éxito colectivo.
− Tienen una genuina vocación literaria, y algunos tienen también lecturas sólidas −aclaró Dionisio−, pero les interesa más tener currículo que vivencias, y mucho más los premios que los libros. Según ellos, el crack nació como una vanguardia, sólo que, a diferencia del ultraísmo, el creacionismo, el surrealismo y los demás ismos, no estaban dispuestos a romper con nada porque son eminentemente conservadores (muy católicos) y quieren subir a la cima siguiendo el escalafón. Ahora son diplomáticos.”

“− Vuelvo a México −anunció Jursich−. Este también es de los nuevos: Juan Villoro.
− Leí un libro suyo de ensayos; escribe muy bien− dijo Lince con sincero entusiasmo-
Eso es parte del problema −comentó Quiroz−. Escribe bien de los demás. Debería concentrarse en la crónica y el ensayo divertido, pero para ser novelista le falta el malsano y fecundo interés en sí mismo. Es un admirante.”

“− ¡Aira? Un esnob.
− Y los que lo leen, más esnobs que él. ¡Mucho más! Tan esnob que seguramente es de los que escriben esnob sin e, snob.”

“Sí Bolaño. No se si era el mejor de su generación, como el mismo se declaraba, pero sé era muy bueno, y el mejor de los chilenos desde Donoso, por supuesto. Con un editor que le cortara los excesos, habría sido genial. Pero confiaba demasiado en sí mismo, más que en los lectores. Y su editor, Herralde, era demasiado amigo, incapaz de sugerirle que quitara una sola página, aunque sobrara.”

− Aquí está la narrativa de Mutis. Un montón de novelas con muy buenos títulos.
− Eso lo dijo Caballero, el gran columnista. Fuera del título, tiene muy poca cosa. Y en cuanto a la prosa, está hecha de frases buenas, cada una por separado, de perfecta sintaxis y sonoridad poética. Pero las historias son absurdas, soporíferas, quisieran ser Conrad y no llegan a Pérez-Reverte. Si no fuera tan buen amigo de García Márquez, tan simpático y tan buen diplomático, no habría llegado donde llegó. Hasta el Cervantes le dieron.

Y para no aburrirlos, concluyo con la cita que demuestra que de Abad Faciolince no se escapa ni Abad Faciolince, en este caso el juicio es sobre su obra Tratado de culinaria para mujeres tristes:

“− Malo no, ridículo − dijo Jursich−. Parece que Isabel Allende o Marcela Serrano hubieran reencarnado en él. Es un libro de hombre escrito con alma de mujer. Una maricada.”

domingo, enero 11, 2009

El cuestionario Proust y las respuestas de Bolaño

Quizás el cuestionario de Proust sea una de las herramientas más utilizadas para (se supone) revelar rasgos de la personalidad de un individuo. Debe su nombre al escritor francés Marcel Proust (1871-1922, y ver dibujo que ilustra nota). Este test era muy popular en los círculos intelectuales de fines del XIX y principios del XX, y se dice que Proust lo respondió, al menos, dos veces y a distintas edades: a los 13 y a los 20 años.
Luego ha sido utilizado (o degradado) por diversos medios de comunicación (¿cuándo no?) para indagar sobre la personalidad de algún personaje célebre o del pendejo mediático de turno.
Assouline Publishing ha publicado la edición facsimilar que contiene las respuestas manuscritas del mismo Proust al cuestionario. Para el caso, en la web del Kolb-Proust Archive de la Biblioteca de la University of Illinois at Urbana-Champaign se pueden encontrar las respuestas que le dio el joven Proust a su amiga de la infancia, Antoinette Faure.
Lo cierto es que los literatos han sido víctimas comunes de semejante inquisición, y para muestra ofrecemos las respuestas de Bolaño al diario La Tercera (Chile).

¿Cuál es el defecto propio que deplora más?
Yo soy una persona llena de defectos y todos son deplorables.

¿Cuál es el defecto que usted deplora más en otros?
La intransigencia, la prepotencia, la intolerancia.

¿Cuál es su estado mental más común?.
En los lindes de la idiotez, como casi todos los seres humanos.

¿Cómo le gustaría morir?
Haciendo el amor. (En realidad, a cualquiera le gustaría morir así.)

Si después de muerto debe volver a la Tierra, ¿convertido en qué persona o cosa usted regresaría?
Un colibrí, que es el más pequeño de los pájaros y cuyo peso, en ocasiones, no llega a los dos gramos. La mesa de un escritor suizo. Un reptil del desierto de Sonora.

Y si pudiera elegir un personaje de ficción, ¿cuál escogería?
Super Ratón. Bugs Bunny. Speedy González.

¿Cuál es su mayor extravagancia?
Mi gran colección de wargames de mesa y mi pequeña colección de wargames de computador.

¿En qué ocasiones miente?
Cuando hablo de pintura abstracta. Cuando hablo de poesía metafísica.

¿Qué persona viva le inspira más desprecio?
Son muchos y ya soy demasiado viejo como para establecer un ranking.

¿A qué persona viva admira?
Admiro a las madres y abuelas de la Plaza de Mayo. A gente como ellas.

¿Qué palabras o frases usa más?
"Joder" y "coño".

¿Cuál es su idea de la felicidad perfecta?
Mi felicidad imperfecta: estar con mi hijo y que él esté bien. La felicidad perfecta, o su búsqueda, engendra inmovilidad o campos de concentración.

¿Cuál es su mayor miedo?
Cualquier cosa que pueda hacerle daño a mi hijo.

¿Cuál es su mayor remordimiento?
Son muchos y se acuestan y levantan conmigo y escriben conmigo porque mis remordimientos saben escribir.

¿Cuál es la virtud más sobrevalorada socialmente?
El éxito, pero el éxito no es ninguna virtud, es sólo un accidente.

¿Qué le disgusta más de su apariencia?
A los 46 años, si algo me disgustara de mi apariencia sería un gilipollas. Todo me disgusta, pero lo asumo con resignación.

¿Cuáles son sus nombres favoritos?
De hombre, Lautaro. De mujer, Carolina, Lola, María. De perro, Laika, Duque, Popi.

¿Qué talento desearía tener?
Saber tocar la guitarra. Saber jugar al fútbol. Ser un buen jugador de billar.

¿Qué le desagrada más?
La mala educación.

¿Cuándo y dónde ha sido más feliz?
Yo he sido siempre feliz. Al menos, razonablemente feliz. Y en lugares y fechas en donde la felicidad no era precisamente lo que más abundaba.

Si pudiera, ¿qué cambiaría de su familia?
Nada. Primero porque no puedo. Segundo porque es imposible.

¿Cuál es su mayor logro?
Mi mayor logro sería que mi hijo me recordará con cariño. Y que mis amigos y amigas, de vez en cuando, también. Pero eso es una batalla futura.

¿Cuál es su posesión más atesorada?
Mis libros.

¿Cuál es la manifestación más clara de la miseria?
Los niños que mueren de hambre, los que mueren por enfermedades fáciles de combatir, los niños que sufren abusos sexuales, los niños que tienen que trabajar, los que son maltratados por sus padres. La manifestación más clara de nuestra miseria y de nuestro fracaso como seres humanos es eso y es Auschwitz.

¿Dónde desearía vivir?
Si tuviera mucho dinero, en Andalucía, sin escribir ni hacer nada,pasarme el día en los bares y conversando.

¿Cuál es su pasatiempo favorito?
Ver videos hasta las cinco de la mañana.

¿Cuál es la cualidad que usted aprecia más en una mujer?
La inteligencia y la bondad, igual que en los hombres. En tercer lugar el humor, aunque si hay inteligencia y bondad el humor se da por añadidura.

¿Cuál es la cualidad que usted aprecia más en un hombre?
Vaya, creo que esta pregunta ya está respondida. Añadamos una cuarta cualidad, deseable pero no exigible: el valor.

¿Cuál es su héroe de ficción favorito?
Julien Sorel. El Pijoaparte de Marsé. Horacio Oliveira de Cortázar. El Superman de mi infancia. El atormentado Spiderman. Drácula. Sherlock Holmes. El padre Brown. Don Isidro Parodi. El Cristo de Elqui.

¿Cuáles son sus héroes de la vida real?.
Los mismos que ya he mencionado. Añadiría a Misael Escuti y a Honorino Landa. Añadiría a Baudelaire y a Oscar Wilde.

jueves, enero 08, 2009

Sada y el discreto encanto de la H


Hace casi un mes, en el blog de mimalapalabra, Giovanni Rodríguez estuvo rastreando algunas menciones de Honduras en la narrativa contemporánea. En “El discreto encanto de la H” también se consignan algunos ejemplos, pero ayer, mientras leía Casi nunca, obra con la que Daniel Sada obtuvo el Premio Herralde de Novela 2008, me encontré con esta referencia:

Entonces con lo dicho pongámonos en Parras, ese centro cultural universal, superior a, digamos, Tegucigalpa, ¿o cuál fue la referencia anterior?; bueno, pongámonos, sin problemas, en virtud de que allí estaba viviendo Demetrio en casa de su madre; él que tuvo una pésima suerte en sus andanzas por la parte central de Coahuila…”

Quizás sea necesarias algunas precisiones mínimas: En Casi nunca, el recurso de la comparación de los “centros culturales universales” es utilizado en forma irónica y reiterada. Por ejemplo, en la página 17: “Pero estamos al otro lado del mundo, en Oaxaca, centro cultural universal, superior (digamos) a Tokio.”

Ya en la página 28 es una versión compuesta: “…ambas casadas con gringos, uno de Seattle, ciudad que, como centro cultural universal, es superior a, digamos, Nápoles; y otro de Reno, ciudad que, como centro cultural universal, es superior a, digamos, Badajoz…”

Luego, en la página 29, viene el antecedente inmediato a la comparación con nuestra culta capital: “Parras, el pueblo más simpático de Coahuila, un centro cultural universal superior a, digamos, Bruselas.” Y más adelante encontramos otra muestra: “La boda se realizaría en Sacramento, Coahuila, un centro cultural universal superior a, digamos, Luxemburgo.”

Tampoco estarían demás otros datos generales: “El municipio de Parras se localiza en la parte central del sur del estado de Coahuila, en las coordenadas 102°11´10” longitud oeste y 25°26´27” latitud norte, a una altura de 1,520 metros sobre el nivel del mar. Limita al norte con el municipio de Cuatrociénegas; al noreste con el de San Pedro; al sur con el estado de Zacatecas; al este con los municipios de General Cepeda y Saltillo; y al oeste con el municipio de Viesca. Se divide en 175 localidades. Se localiza a una distancia aproximada de 157 kilómetros de la capital del estado. De acuerdo a los resultados que presentó el II Conteo de Población y Vivienda en el 2005, el municipio cuenta con un total de 44,715 habitantes.”

Dato que merece una nueva acotación: En el momento que el narrador externo de Casi nunca realiza la comparación Parras vrs. Tegucigalpa, el año es 1947. Dejamos a nuestros lectores las conclusiones pertinentes.

Y, por supuesto, recomendamos la lectura de Casi nunca, aunque tal vez le encontrarían más sabor si antes pasan por las páginas de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Y sin dejar de revisar la reseña de Christopher Domínguez Michael, titulada "El sexo y el decoro". Así como la de Masoliver Ródenas, "La buena estrella", publicada en La Vanguardia.

sábado, enero 03, 2009

Bolaño, DFW y The NYT Book Review


En esta nota preparada para Babelia, Julio Ortega analiza el impacto de la obra de Bolaño en los Estados Unidos, tras que 2666 fuera traducida al inglés y The New York Times Book Review la incluyera en su listado de los diez mejores libros del año. Es digno de análisis que el responsable de la reseña, titulada The Departed, el novelista Jonathan Lethem, compara a Bolaño con David Foster Wallace, así como la manera en que destacan la nota en la que Andrew Wylie, el más poderoso agente literario contemporáneo, y Carolina López, viuda, albacea y heredera de Bolaño, aclaran a The NYT Book Review (7 de diciembre) que el narrador chileno "no sufrió nunca ninguna forma de adicción a drogas, incluyendo la heroína". Explican además que ese detalle es inexacto y que el "malentendido persistente" seguramente deriva de que su relato “La playa" está escrito en primera persona.

Bolaño frente a Bolaño
Julio Ortega
Roberto Bolaño (1953-2003) solía imaginarse como otro y a veces incluso como él mismo. Pero no había previsto que después de su muerte sería, en inglés, otro Bolaño, y tendría el papel espectacular de una nueva vida. Traducida al inglés en Estados Unidos, su obra ha hecho nuevo camino y ha forjado, en la lectura, un autor no menos novelesco. Como en otro de sus relatos póstumos, nos encontramos con un personaje más vital y libresco que nunca.

La sintonía de un escritor con el lector es uno de los misterios de la vida literaria, pero es también parte de la oferta editorial y las expectativas del mercado. Pero si la fama puede ser un exceso de presencia, que deriva en la saturación y el énfasis; la suerte post mórtem de un autor está hecha de zozobra, entre olvidos reparadores y ceremonias piadosas. Un escritor de éxito no sólo necesita de una agencia literaria sino de una agencia póstuma para la puntualidad de su memoria.

El hecho es que en su balance de los diez mejores libros del año, The New York Times Book Review (14 de diciembre) incluye la traducción de 2666, que Bolaño dejó lista para ser publicada después de su muerte. El entusiasmo con que el novelista Jonathan Lethem la reseñó es proverbial. Compara al chileno nada menos que con David Foster Wallace, el más talentoso narrador de la última promoción, cuyo suicidio a los 46 años enlutó a la comunidad literaria. Valorado ahora mucho más que en vida, resulta tristemente confirmado por la depresión que lo venció: la crónica melancolía de vivir un espectáculo trivial. Sus libros resistieron ser parte del desvalor, pero mucho me temo que su muerte termine haciéndolos más fáciles.

Ya Borges había protestado que Unamuno y Lorca no eran su biografía, ni siquiera sus destinos, sino sus libros. Bolaño, un borgeano callejero, estaría de acuerdo. Pero habría añadido que esos libros los convertían en autores de sí mismos; y en su propio caso, en la mofa de su destino, en la máscara de otra mascarada.

Pero, ¿quién es éste Roberto Bolaño que es leído en inglés como un personaje imaginado por Borges no sin truculencia? En una y otra reseña, comprobamos que es leído como perseguido por Pinochet, como exiliado chileno, enfermo y pobre, pero rebelde, vital y literario, y hasta adicto. Este exceso de biografismo ha creado un Bolaño probablemente menos interesante que sus personajes, meramente real y, por eso, falso. Tanto es así que Andrew Wylie, el más poderoso agente literario contemporáneo (su supuesta pretensión de adquirir la Agencia Carmen Balcells estremeció a las literaturas en español como una amenaza imperial), y su viuda, Carolina López, devota albacea y heredera, aclaran en una carta a The NYT Book Review (7 de diciembre) que Bolaño "no sufrió nunca ninguna forma de adicción a drogas, incluyendo la heroína". Explican que, aunque "ampliamente publicado", ese detalle es inexacto y que el "malentendido persistente" seguramente deriva de que su relato La playa está escrito en primera persona. "Ese relato es en verdad una obra de ficción", confirma Wylie, poniendo a la literatura en su lugar; no en vano entre sus autores se cuenta Borges, cuya obra le debe (soy testigo) cuidado y protección.

No deja de ser novelesco que el agente literario deba intervenir para poner en orden la reputación de su autor. Bolaño habría aprobado esa vuelta de tuerca argumental, digna del humor de Nabokov.

El Bolaño que se lee en inglés no es el mismo que hemos leído en español. No sería la primera vez que en la literatura ocurre un fenómeno equivalente, no sólo porque los libros pertenecen al campo cultural de su producción y consumo, sino porque en la traducción adquieren otra vida, otra función. El ejemplo clásico es el de Poe, considerado un autor menor y de estilo sobredecorado, quien gracias a la traducción francesa de Baudelaire se hizo un autor mayor. Contrario es el caso de Neruda, que en inglés pierde pie. "Me gustas cuando callas porque estás como ausente" al ser traducido convoca irremediablemente lo opuesto: "Cuando hablas, en cambio, estás demasiado presente".

Probablemente el lector norteamericano reconoce en estas novelas una dicción que no le es ajena, y que le permite hacer suya, con apetito local, su riqueza. En inglés no son sólo muy literarias y minuciosas, apasionadas y brillantes; son, sobre todo, vitalistas.

La gran tradición de la prosa norteamericana vitalista, en efecto, ha sido el escenario donde se definen los varios estilos de la ficción característicamente yanqui. El mayor estilista de este estilo es Jack Kerouac, y su On the road, escrita en 1951 y rechazada por 19 editoriales antes de su publicación en 1957, un clásico moderno. Aunque la generación Beat terminó devorada por su biografía popular, sus obras son más serias que la imagen de sus autores, simplificados al punto de darse por leídos, convertidos en mercancía residual. El brillo de esa prosa vivaz, irradiante, fluida, imprevisible, resuena como un conjuro en las páginas de Bolaño.

No es casual que haya escrito tantas biografías que son necrologías (Los detectives salvajes ponen al revés el modelo Vida de poetas); y que el presente se demore en la frase que busca toda su presencia, su vida verbal encarnada. Se dijo que Kerouac frente a Ginsberg parece un "boy-scout del inconsciente", y que Ginsberg frente a Burroughs resulta otro... Esto es, siempre hay un escritor que va más lejos en los recuentos de una vida radicalmente vivida.

Felizmente, la versión de Bolaño es apasionadamente literaria.