En su afán por lograr que las mujeres se parezcan lo más posible a los transexuales, y paguen tanto como ellos por mudar de figura, los cirujanos plásticos y los publicistas que imponen los modernos cánones de belleza han obtenido una importante victoria estratégica: revestir de prestigio sus caricaturas de la perfección física y convertirlas en signos de status. Hasta hace poco una cirugía estética se consideraba exitosa cuando nadie la notaba. Pero como solo un mínimo porcentaje de las reconstrucciones faciales o corporales son imperceptibles, los mercenarios del bisturí tuvieron que crear un ambiente favorable a los cuerpos y los rostros artificiales. Surgió así la moda del fake look, en la que el objetivo de la cirugía ya no es corregir pequeños defectos anatómicos, sino rediseñar nalgas, pechos, abdómenes o caras en el quirófano, aunque el resultado sea un adefesio retadoramente sexy.
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