lunes, junio 28, 2010

Sobre La casa del cementerio, por Sara Rolla


Estos comentarios sobre la novela de León Leiva Gallardo han sido cedidos por Sara Rolla. Pese a que nos advierte que se trata de meros apuntes para una ficha, revelan la sutileza y precisión numismática (Borges, of course) de las lecturas de Rolla, cualidades que le permiten plantear, de entrada, un debate sobre la validez de incluir esta novela en el corpus narrativo nacional. Así que consiga por cualquier medio la novela y atrévase a expresar su punto de vista al respecto.


La casa del cementerio (ficha de comentario)
por Sara Rolla

León Leiva Gallardo, según la reseña biobibliográfica, nació en Amapala, Honduras, en 1962, y se educó y vive fuera de este país. Sin embargo, La casa del cementerio (Tusquets, 2008) puede, a mi juicio, considerarse un aporte sustancial a la narrativa hondureña. Este juicio suena especulativo y hasta descabellado, pero quien lea la novela y esté familiarizado con su referente, reconoce, desde las primeras líneas, el habla, el ambiente, la problemática social y cultural de Honduras y, por qué no, una especie de tributo implícito (por amargo, por irónico que resulte) a las raíces del autor. Hay, inclusive, un sentimiento de extranjería en el protagonista que, paradójicamente, también resulta muy representativo de la cultura local (“… siempre guardé distancia, y nunca logré sentirme netamente hondureño”, dice en la página 89). Para quienes procedemos de culturas impregnadas de nacionalismo, es patente ese sentimiento de desapego al ámbito propio que campea aquí.

No hay gratuidad ni ludismo, no hay humor inocente y ligero en ninguna línea del texto. Hay, en cambio, tensión y dramatismo, y denuncia hábil, jamás panfletaria, del papel jugado por Honduras como peón del imperio , con todo el horror que eso conlleva.

Hay una estructura habilidosa y mucha sutileza poética en los títulos de los capítulos, así como abundantes alusiones literarias incluidas en forma sobria y natural. Y, sobre todo, hay un clima opresivo muy logrado, con una visión desesperanzada que entronca con la mejor vertiente de la novela hispanoamericana contemporánea. (Un autor que vino, no sé si arbitrariamente, a mi memoria, en muchas páginas, es Onetti, por esa carga de frustración, agobio y soledad que recorre el texto, por ese ambiente pueblerino asfixiante que enmarca las acciones y, en definitiva, por ese vacío existencial en que está inmerso el protagonista).

En lo estilístico, encontré, al principio, algunos giros idiomáticos que me parecieron “infelices”, por cierta propensión a la retórica (por ej.: “cuando ya había abatido los deslindes del insomnio”, p. 31); pero después, andando el texto, supe perdonarlos (ah, la maestra incorregible, ya olvidada de la genialidad de muchos desprolijos, como Arlt), máxime al encontrar expresiones tan precisas e ingeniosas como ésta: “La cena, provisionalmente, veló los pensamientos”( p. 82).

Excelente novela ésta que, repito, enriquece notablemente la narrativa de este suelo.

sábado, junio 19, 2010

La garra catracha. Armando García


¡Atención, mucha tensión…, amigos de la afición de sol y de los tendidos preferenciales! ¡Atención, mucha tensión, fanáticos de la literatura y lugares circunvecinos…! ¡Atención Honduras…, se movió…, se movió…, se movió…, se ha movido la pelota! Helen Umaña, esa gran crack de las letras nacionales, acaba de mandarse un trallazo al mero marco. Ha metido —con una jugada magistral y con la ayuda de la mano de Dios— la de gajos ahí por donde tejen el nido las arañas. Por más de seis años, esta centrodelantero de la literapuya y de las canchas nacionales dribló datos, cotejó nombres, espigó, granó y descartó broza, hasta abrir habilidosamente el marcador con un su libro motejado, a esta altura del partido: La garra catracha (literatura y fútbol). Antología, recién salido del horno.

El libro está preñado de fútbol, visto como fenómeno cultural interrelacionado. No faltan, pues, los centros delanteros de la caricatura: el ñurdo Allan McDonald; el perico Roberto Ruiz; el patepluma Banegas; el volante creativo Luis Chávez y el dueño de la media cancha Omar Pinto. También está el maestro de maestros Miguel Ángel Ruiz Matutte, haciendo fintas desde la portada. Sin faltar, para deleite de los lingüistas, el acopio de frases majaderas, santificadas por la baba de locutantes, locutores y señorones de la televifutnovelera de la dedocrática respública de Corruptonia.

Bajo los tres postes, los polifuncionales de las letras nacionales: Desde Daniel Laínez, que nos recuerda el juego de pelota de trapo, barranca y arrabal, a José Alvarado Cálix Rodríguez y su utopía futurista. De Ángela Valle (enamorada del portero) a Eduardo Bähr, desentrañando la guerra futbolera de las cien horas del 69. De Milagro Fernández (con un delicioso relato para niños de 7 a 100 años) a Rafael Murillo Selva, ya nostálgico de sus años mozos o reflexionado sobre las implicaciones sociológicas del fútbol. De Galel Cárdenas con su suicida fanático, a Mario Gallardo analizando la llama de todos los poros en esa fiebre sin fin. Del experto director técnico Julio Escoto, aprendiendo fútbol en los linderos de la adolescencia, a Samuel Espinoza y su nostalgia de los tiempos idos del fútbol-machete, tacos de clavo y pelota de teta. Desde Teofilito desinflando la número cinco en la testa del Señor Presidente Constitucional de la República, a Jorge Medina García, con una disección de las picardías tras la cortina de humo y las candilejas radiales y televisivas de esa maquila sin chimeneas del balompié profesional(mente manipulado).

Y así podríamos seguir hasta el minuto noventa. Pero dejamos balón al viento para que usted complete nombres al leer esta antología de la garra catracha. Pero antes de que nos saquen tarjeta amarilla (¡y vea, de perdidos, si no la roja!, porque nunca se sabe con esos árbitros vendidos) queremos decir que la obra contempla un maravilloso tiempo extra con una tetrapleta de legionarios internacionales, nada más y nada menos que Tatiana Proskouriakoff ilustrándonos sobre el juego de pelota precolombino y dos hombres en punta, Roque Dalton y Eduardo Galeano, desmontando esa escaramuza del 69 que dejó, tanto fuera como dentro de la cancha, una tendalada de más de seis mil muertos. Y, sobre todo, amigos, antes del pitazo final, Helen Umaña incluye al gran maestro del periodismo universal Ryszard Kapuscinski, quien nos vuelve a apabullar con su electrizante crónica, llena de pasión y sentido humano, de esa reyerta que él, justamente, llamó «Guerra del fútbol».

No podemos dejar por alto la jugada magistral de la contienda. Helen Umaña deja constancia de una de las raíces del fútbol y, a la vez, de un tronco de nuestra identidad nacional al insertar una síntesis, fragmentos e ilustraciones del juego de pelota, según se muestra en el Popol Vuh, libro sagrado mesoamericano que, como amante de turno, deberíamos andar en la punta de la lengua.

Bueno, y como decía un argentino, ¡a leer, caballeros, porque se acaba el mundo! A sudar la camiseta de lector, único antídoto para meterle goles a la ignorancia e impedir que caigamos en la alienación de quienes ven el mundo como pelota, olvidándose que el juego sólo es una de las facetas de lo humano. ¡Gol….! ¡Gool…! ¡Goooll! ¡Goooolll! ¡Goooooolllll!... ¡Larga vida a usted, querida Helen, por este golazo de dignidad!

Florencia/Sudáfrica/Olanchito
19 de junio de 2010

miércoles, junio 16, 2010

Anne Chapman (1922-2010)


La reconocida antropóloga franco-estadunidense, Anne Chapman, quien dedicó gran parte de su vida al estudio de lencas y tolupanes en Honduras, labor que rubricó con dos libros fundamentales: Los hijos del copal y la candela y Los hijos de la muerte, falleció el pasado fin de semana en París, a los 88 años de edad.

Chapman se formó como antropóloga en México durante la década de los años 40 y fue parte de la primera generación de egresados de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde tuvo como maestros, entre otros, a Paul Kirchhoff, Miguel Covarrubias y Alfonso Villa Rojas, de quien afirmaba haber recibido una de las principales lecciones ya que “siempre insistía en que debíamos crear lazos de amistad”. Palabras que resonaron en la mente de la entonces estudiante, cuya pronunciada conciencia política era excepcional. En esa misma época, los años 40 del siglo pasado, y junto con un equipo del entonces Instituto Nacional Indigenista, abordó los problemas de salud de las poblaciones nativas de la costa chiapaneca.

Este compromiso con la mejora en la calidad de vida de los indígenas americanos fue una constante en su trayectoria, inclusive cuando denunció a fines de los 50, las condiciones de marginalidad de los tolupanes en Honduras.

Al explicar su interés en los grupos étnicos de Honduras, Chapman señalaba que “en ese entonces, cuando estudiaba en la ENAH, me parecía que la mayoría de los etnólogos en esta parte del mundo se concentraban en los Estados Unidos, México, Guatemala y Brasil. Así que me interesó hacer un trabajo en Honduras, en particular a través del estudio del grupo de los lencas, recordando al profesor Kirchhoff y los problemas de la frontera sur de Mesoamérica”.

Chapman fue discípula de Claude Lévi-Strauss, de quien le asombraba “su habilidad para aportar un sentido suplementario y analítico de los temas de una vasta conglomeración de mitos americanos”.

Uno de los puntos más interesantes en el trabajo de Chapman -quien fue durante años investigadora del Centro de Investigaciones Científicas de Francia y del Museo del Hombre de París- es la manera en que enfatizaba la gran importancia que puede tener un sólo informante para rescatar parte del legado de una cultura.

En 2007, el INAH, el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, y la Universidad Nacional Autónoma de México, editaron el libro Etnografía de los confines. Andanzas de Anne Chapman, el cual se presentó en septiembre de ese año durante la XIX Feria del Libro de Antropología e Historia, homenaje al que acudió la destacada antropóloga. En esa ocasión, Chapman dio una muestra más de su generosidad al donar alrededor de 150 volúmenes a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, 20 de ellos de su autoría, entre los que destacan: Los hijos de la muerte, Los hijos del copal y la candela, La tierra de los antiguos haush, Los selk'nam: la vida de los onas; Lom, amor y venganza. Mitos de los yámana de Tierra de Fuego.

Además de la obra escrita, Chapman dejó como legado varios documentales que fueron premiados, fotografías y discos compactos que recuperan los rostros, así como los rezos, cantos, mitos y otros géneros de la tradición oral de las etnias que estudió. Si desean echar una ojeada a su trabajo pueden visitar esta página, donde aparecen artículos, fotos, documentales, exhibiciones y otros recursos en línea. Y en Google Books se pueden leer fragmentos de Los hijos del copal y la candela.

domingo, junio 06, 2010

La casa del cementerio, de León Leiva Gallardo


En el capítulo 5 de La casa del cementerio (Tusquets, 2008), la segunda novela del hondureño León Leiva Gallardo, me encuentro con esta cita, extraordinaria por su precisión, verdadera cartografía de uno de los estamentos más asquerosos de la H: los chafarotes. Los comentarios aquí sobran, pero su vigencia es incuestionable:

“Cuando un militar se encuentra con un civil, la lengua se le mueve entre los dientes al pronunciar “cerdo”. Cuando un civil se encuentra con un militar la conciencia se le mueve entre las entrañas y piensa “chafa”. Un chafa es un soldado. Si el chafa es penco se le puede decir chafarote y si es joven, chafita. Si el chafa es bueno, uno dice “no parece chafa”. Los chafas y los cerdos, según Chelío y yo, se peleaban por las mujeres. Pero los chafas salían ganando porque los cerdos no teníamos botas ni cantimploras. Entre chafas y cerdos, las mujeres no podían ser más que putas. De modo que un puerto sitiado era virtualmente un burdel”. (p. 38).

La novela es probablemente la más hondureña de Leiva Gallardo, en la medida que ofrece como telón de fondo la época infame de las maniobras Ahuas Tara, cuando la H oficiaba como el más miserable de los portaviones, el USS Guaymuras, desde donde Reagan lanzaba su jauría en su afán por ahogar la revolución sandinista.

Sobre Leiva Gallardo la editorial Tusquets ofrece la siguiente nota biobibliográfica:
León Leiva Gallardo nació en Amapala, Honduras, en 1962. Estudió psicología y letras en la Universidad de Northeastern Illinois. Su primera novela, Guadalajara de noche (Andanzas, 2006), fue reconocida por la crítica como una «de las mejores novelas escritas en español al menos en una década, rica en invención, recursos, emociones». Sus cuentos y poemas han sido publicados en las antologías Voces en el viento (cuentos, 1999), Astillas de luz/Shards of Light (poesía, 2000), En el ojo del viento (cuentos, 2004); y en las revistas literarias American Goat (Northeastern U.), Fe de erratas (Chicago), Luvina (U. de Guadalajara), Generación (México) y Agenda cultural del sur (Argentina). En la ciudad de Chicago, donde radica actualmente, colabora con la revista Contratiempo.

También pueden leer la entrada sobre Guadalajara de noche que apareció en este blog.