“Una tristeza antigua, petrificada y dulce/como un caballito
de mar entre la arena”. (p. 17)
A manera de ápice de su poesía, Jose Luis
Quesada acaba de publicar en Costa Rica Crónica
del túnel y sus inmediaciones, que recoge su producción más reciente junto
con un par de poemas que ya habían aparecido en su libro anterior El hombre que regresa (2015).
Aquí cobra fuerza una escritura en la que
el autor pule más y más las palabras que profiere, de modo tal que se afila y
se afina a sí mismo. Así, centellean líneas como en el poema “El naufragio”: Temprano cae la neblina,/ se oscurecen los
árboles/ y la ciudad se borra./ Los edificios en la bruma/ parecen
transatlánticos hundidos,/ de los cuales sólo se ve la proa. (p. 33)
Con ello se constata lo expresado por el
polaco Zbigniew Herbert en el sentido de que “sólo la
poesía y las fábulas tienen el poder
inmediato de crear las cosas”. Y en este caso, la poesía genera un espacio para
reflexionar sobre el flujo de la vida.
En efecto,
el lector está en presencia de una obra
espléndida que posee una armonía obvia y
deslumbrante. Pues Crónica del túnel y
sus inmediaciones se adentra con
deleite en los temas que han estado siempre presentes en el corpus poético de Jose Luis Quesada , y
cuyo talento le permite no sólo trabajar el lenguaje sino también los
intersticios entre las palabras.
Mejor dicho,
el equilibrio logrado en la construcción de sus poemas se basa en una mezcla
minuciosa de cada elemento particular junto al conocimiento del peso y la
resistencia del material verbal en juego. Véase si no: Igual que el verde tallo de la flor/ así se elevará la dicha
del futuro:/ con un sereno esfuerzo con un certero impulso/ igual que el verde
tallo de la flor (p. 65).
La armazón
de este libro es notable, presidida por la “lucidez de un definitivo
desengaño” (László Krasznahorkai), junto
a una insaciable pasión que le permite
acercarse –con un ahínco cada vez más reposado- a los objetos de su deseo.
A
ratos despunta la amarga desaparición de
la magia (las grandes heridas que dan los
besos recordados –p. 53-), o la pesadumbre de lo simple o trivial : No hay nada imprescindible,/ nada que se
pueda despreciar,/ nada que pueda disolverse/ o escapar como agua cernida en un
tamiz. (p. 39)
En todo
caso, se está ante el desbocamiento de la vida, con sus luces y sus sombras. Eso
sí, el peso de las palabras evita “el mecanismo infernal del azar”
(Krasznahorkai) e irradia su fuerza merced a la imaginación y al esmero
artesanal del autor, visibles en poemas como “Vértigo”, “Transparencia”,
“Ahora”, “Victoria”, “Contra la gravedad”, “Lejos” o “El amor incurable”: “¿qué son los sueños sino verdades
postergadas/ que iremos conociendo poco a poco?” (p. 65).
En suma, Crónica del túnel y sus inmediaciones
encaja poemas como pepitas de oro en la arena, sin necesidad de juegos
malabares. El saldo final no es otro que el placer estético que emana de los elementos
al alcance del ojo del lector, producto de una trama poética a la que José Luis
Quesada sabe insuflar brío (y vuelo), a sabiendas de que el arte más difícil es
el de tallar las palabras con pulcritud y calidez.
Tegucigalpa,
24 de octubre del 2016