La nota del diario señalaba con fría precisión: La Real Academia Española (RAE) concedió la edición 2006 del premio que lleva su nombre a la novela Doctor Pasavento, del escritor español Enrique Vila-Matas. El premio, dotado con una medalla de oro y 25.000 euros, se otorga alternativamente a la mejor obra de creación o de investigación lingüística o literaria del bienio precedente, escogida entre las candidaturas presentadas por las veintidós academias de la Lengua Española. Doctor Pasavento, según señaló la RAE, es una novela que sitúa “el ejercicio de creación literaria en el centro de la experiencia humana” y la valora “por su exigente cuidado formal y lo que supone como decidida renovación del lenguaje narrativo en la línea de las mejores tradiciones europeas y americanas”. Enrique Vila-Matas (nacido en Barcelona en 1948) cierra con la novela premiada por la Academia una trilogía basada en la búsqueda de la identidad y en la reflexión sobre el oficio de escritor. Doctor Pasavento recibió en abril el Premio de la Fundación José Manuel Lara Hernández, concedido por doce editoriales españolas y dotado con 150.000 euros. Además, el escritor acredita también los premios Ciudad de Barcelona (por Bartleby y compañía), el Internacional de Novela Rómulo Gallegos (El viaje vertical) y el Herralde (El mal de Montano).
Y yo no puedo más que alegrarme por Vila-Matas y retomar la lectura de ese laureado Doctor Pasavento, que debo confesar había suspendido después de las primera páginas porque sentí que en lugar de extender el goce iniciado con Bartleby y compañía, amplificado de manera magistral en El mal de Montano, mediando una escala en esa joya titulada París no se acaba nunca, el buen Enrique me estaba dando gato por liebre repitiendo añejas recetas. Sin embargo, algo deben haber visto los "viejitos" de la RAE en la novela para adjudicarle esos 25 mil euros que imagino en algo contribuirán a la carrera del ilustre narrador catalán quien, un tanto ajeno a esas distinciones, continúa empecinado en volver al Sloppy Joe´s para demostrar que, sin lugar a dudas, ha bebido y engordado de manera tan precisa que se ha convertido en el doble de Ernest Hemingway, su ídolo de juventud.
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