Miguel
Huezo Mixco, expedicionario
Mario
Gallardo
El libro apareció
como por arte de magia en mi habitación del hotel Barceló Managua el martes 24
de mayo de 2016. De formato pequeño, casi una miniatura exquisita, con una sobria
portada en la que destaca una máquina de escribir Favorit de la que surge el
subtítulo apenas perceptible: ‘Una poética de la aventura’, seguido por el
título del volumen: EXPE-DICIO-NARIOS (así, segmentado y en mayúscula), coronado
por el nombre del autor: Miguel Huezo Mixco. Reviso los datos y veo que se
trata de la primera edición que ha salido a la luz apenas en abril de este año,
publicado por Laberinto Editorial en El Salvador. En ese momento me percato que
al saltarme una página también me había perdido la dedicatoria: “Para Mario, con el abrazo de su amigo,
Miguel, 2016”. Sonrío, agradecido, y comienzo a leer. Apenas reviso el
índice, voy directo a la “Nota del autor” y a partir de ahí empieza una
aventura a lo largo de siete ensayos.
Aventura,
literatura, palabras que marchan de la mano. Pese a que el ejercicio literario
puede ser considerado una actividad aburrida, desprovista de peligros, que
condena al practicante a un ámbito restringido donde el único riesgo posible
proviene de una metáfora fallida o de un lapsus narrativo, Huezo Mixco nos
acerca en Expedicionarios a la obra
de siete escritores (aunque a Salazar se le conoce mejor por su obra gráfica) que
participaron “de distintas maneras en toda clase de conflagraciones”. Y por
conflagraciones debemos entender que vivieron (o mejor dicho participaron, sufrieron
o fueron víctimas de) guerras, persecuciones políticas, juicios sumarios,
exilios y ejecuciones. Pero los ensayos que componen este prolijo ejercicio del
criterio se encuentran, además, bajo el signo de una búsqueda personal, su
autor está empeñado a través de la lectura, la reflexión y la escritura, “en
conocer el rumbo que tomaron sus vidas cuando dejaron de rugir los cañones”. No
obstante, otro apremio aparecerá en la línea siguiente: “Ahora puedo decirlo:
era una desesperada búsqueda de nuevos referentes”. Búsqueda emprendida,
podemos agregar, tras el fin del conflicto armado en El Salvador.
“Quien dice aventura dice acción”, enfatiza
en un ensayo Heinz-Peter Endress, el hispanista alemán que asegura que “la
aventura es la situación
favorita de don Quijote, la situación que anhela, la situación ideal”. Al
finalizar la lectura de Expedicionarios
no estoy seguro de que la aventura haya sido la situación ideal que anhelaran
estos escritores. Sobre todo para René Char, Italo Calvino y Ernest Jünger la
conclusión más bien podría ser que fue la historia que les impuso, como una
tirana veleidosa, que en determinada época de sus vidas se entregaran a la “acción
concreta” como única forma de sobrevivir. Y creo que para el autor tampoco fue
menos complicado revelar que su participación en la guerrilla salvadoreña pudo
empezar a ser descrita, a partir de una tertulia que tuvo lugar en Yaddo el
verano de 1993, como una “aventura”, visto el poco prestigio que el término tuvo
(y tiene) entre las huestes revolucionarias, donde más bien alude “a romántica
irresponsabilidad, a riesgoso individualismo que atenta contra la disciplina y
la acción política”. Casi al final del libro, en el ensayo dedicado a la figura
de Roque Dalton, probablemente el más intenso de los que aparecen en este
libro, una frase “histórica” confirmará la magnitud del riesgo implícito en el
adjetivo: “ningún pequeño burgués aventurero merece ser muerto sólo por
el hecho de serlo”.
Aunque Huezo Mixco expresa al inicio del
libro que en la citada tertulia de Yaddo intentó explicar que “el final de la
guerra (civil salvadoreña) era también el final de la aventura más emocionante
que había vivido”, esta apreciación personal no influye en la valoración
objetiva que hace de cada uno de los autores que conforman su canon particular.
En otras palabras, los ensayos incluidos en Expedicionarios
no se abandonan a la emoción ni al lirismo fácil, mucho menos al determinismo
falaz, siempre apelan al dato decisivo, a la referencia inobjetable que
humaniza al escritor, que ilumina determinado aspecto de su vida, de su
andadura creativa. Como la anécdota que muestra a Calvino decidido a dictar en
inglés las Charles Eliot Norton Lectures en Harvard, lo que su amigo Gore Vidal
considera un gesto de valentía, dado que su dominio de la lengua de Shakespeare
apenas podía calificarse como “titubeante”.
Pese a la importancia que en cada uno de los
ensayos posee tan particular ‘correlato objetivo’, es obligado señalar en Expedicionarios la completa ausencia de
pedantería. Huezo Mixco transita en medio de un aluvión de referencias con una
sencillez avasallante. Hurga, paciente, entre poemas, novelas, entrevistas,
cartas y biografías hasta encontrar la idea que necesita para reforzar un
argumento. Tampoco sería exagerado referirse a la economía casi borgiana de su
prosa, sin renunciar, poeta al fin, a la frase refinada, a la imagen reveladora
y al giro elegante. Después de un par de conversaciones que sostuvimos en el
recién pasado “Centroamérica cuenta”, donde además le escuché en un par de
coloquios, puedo afirmar sin remordimiento alguno que este libro se parece
muchísimo a su autor.
Resulta evidente que estamos ante una
relectura sin estridencias de los que han sido sus autores de cabecera; Huezo
Mixco relee y reflexiona como parte de un acto de justicia que no admite
condenas definitivas. Es así como sobresee a Jünger, tras la glorificación de
la acción armada que califica como su “delirio belicista”, al ponderar una
evolución ético-literaria que va de Tempestades
de acero a Sobre los acantilados de
mármol, apoyado sobre todo en el juicio de Steiner, quien considera a esta
última novela como ‘el mayor acto de resistencia y de sabotaje interno que se
produjo en la literatura alemana en los días de Hitler’. Ante la condena casi
generalizada que pesa sobre Jünger, Huezo Mixco rescata anécdotas como el apodo
que el autor alemán había acuñado para designar a Hitler, para después afirmar
que París le cambió la vida. Aquí termina citando al propio Jünger, que en su
diario dijo: “París sigue siendo, en un sentido casi más importante que antes,
una capital, símbolo y baluarte de unas excelsas formas de vida”.
En el ensayo sobre Calvino, llama la
atención que haya enfocado su análisis en la actividad como editor de Einaudi
que el joven ex-partisano desplegara apenas terminada la guerra, y de la cual
tenemos noticias a partir de la publicación de las cartas contenidas en Los libros de los otros (1994). Y apunto
lo anterior porque esta escogencia revela también una voluntad de estilo, al
privilegiar un epistolario antes que la obra de corte fantástico por la que
Calvino ha alcanzado mayor popularidad. Por encima de la celebrada trilogía Nuestros antepasados y otros textos de
similar factura, Huezo Mixco opta por ahondar en los severos criterios
contenidos en las cartas recogidas en Los
libros de los otros y en las citas de los diarios contenidas en Ermitaño en París, en busca de las
claves que le permitan acercarse al pensamiento esencial del mayor narrador
italiano de la posguerra, a quien el autor salvadoreño también distingue como
“el último de la banda de los grandes americanisti”.
Al final, el perfil que logra de Calvino nos revela las trazas de un pensador
libertario, comprometido con su tiempo, que sufría “por lo que el mundo es y
por lo que no es y podría ser, y sin embargo lo representa como un espectáculo
multicolor y multiforme que ha de contemplar con irónica sabiduría”.
Mientras tanto, los textos sobre René Char y
Joseph Brodsky revelan que estamos ante poetas que han sido fundamentales en la
formación de Huezo Mixco, sobre todo en lo que se refiere a la construcción de
un ideario ético-estético. En ambos ensayos el autor se muestra confesional:
Char y su poemario Las hojas de Hipnos
le proveyeron los argumentos que sustentaron su decisión de unirse a la
guerrilla salvadoreña, mientras que la experiencia disidente de Brodsky y su
visión de que la ética de un poeta es su estética, ‘trastornaron’ su manera de
entender el compromiso del escritor con su sociedad y su tiempo. En este último
caso, una frase lo resume todo: “La lectura de sus ensayos terminó de demoler
mi propio muro de Berlín”. No obstante, en la relectura se amplía la mirada y
el autor busca además contextualizar en Char su evolución hasta convertirse en
referente moral “y en gruñón apocalíptico de la Europa de posguerra”, mientras
indaga en Brodsky ideas demoledoras, como que el ‘origen del poder del poeta
proviene de su superioridad lingüística’ o que ‘el talento no necesita de la
historia’. Y para quienes gustan de las anécdotas ‘extraliterarias’, ahí están
los juicios que Char y Brodsky emitieron con auténtico desparpajo sobre Borges
y Nabokov…y otros más.
Más allá de la anécdota, estos ensayos sobre
Char (1998) y Brodsky (2000) aparentemente prepararon al autor para emprender
una tarea difícil y hasta peligrosa: perfilar la figura ‘aventurera’ de Roque
Dalton ¾a quien califica como el poeta más
prestigioso de su generación¾ así como las
circunstancias que rodearon su distanciamiento de Cuba y su posterior asesinato
en El Salvador. En “Roque Dalton, un corazón aventurero” (que apareció con el
título “Cuando salí de La Habana…una historia prohibida de Roque Dalton”, en el
No. 44 de la revista colombiana El
Malpensante, en febrero de 2003) nos plantamos ante un ensayo arriesgado en
busca de aclarar circunstancias, de hilvanar testimonios que arrojen luz sobre
el mito Dalton y su “muerte horrenda”, como la llamó Julio Cortázar. No
pretendo resumir ni adelantar en una reseña las posibles claves de este
ejercicio de riesgo, pero sí puedo afirmar que es evidente que Huezo Mixco se
ha dejado la piel en este texto de una tensión casi insoportable, donde cada palabra está en su casa,
donde el autor ha intentado refrenar juicios en aras de la objetividad, pero
termina cediendo al hecho fundamental de haber sido actor y testigo de primera
fila del proceso revolucionario que duró diez años y tuvo como uno de sus
episodios más dolorosos el llamado ‘juicio de Dalton’ y su posterior asesinato.
Este episodio es narrado en el apartado titulado “El aventurero” con una
concisión tal que no admite desperdicio, desde la ironía contenida en el
seudónimo Dreyfus escogido por Dalton,
hasta los detalles más dolorosos que precedieron a su horrenda muerte, pasando
por cada una de las sinrazones contenidas en las acusaciones ‘construidas’ por
sus camaradas para justificar la condena del poeta epónimo de la revolución
salvadoreña.
Antes, en el apartado titulado “Historias
prohibidas” se documentan los desencuentros de Dalton con figuras como
Fernández Retamar y Mario Benedetti que finalmente lo llevaron al rompimiento definitivo
con el engranaje cultural de Casa de las Américas y, tiempo después, provocaron
que Genoveva Daniel, funcionaria de la institución, llegara a decir
públicamente que ya “no se sabía si (Dalton) todavía era revolucionario o no”.
De la renuncia ‘por motivos de fuerza mayor’ al ‘juicio revolucionario’ no
habría de recorrerse mucho camino. Y aunque la historia de la ejecución del
poeta Dalton es de conocimiento general, hay algo en este ensayo de Huezo Mixco
que la vuelve aún más dolorosa, tal vez es la sucinta descripción de la paliza
que le propina Rogel Umaña, o la frase infame: “tengo ganas de matar a pura
verga a este intelectual de mierda”, o la descarnada mención a “un solo tiro
entre la nuca y el occipital”.
En el párrafo final del texto sobre Dalton
se hace gala de la ironía que también marca “En el jardín de la guerra
florida”, el ensayo sobre Roberto Bolaño que cierra este volumen. Aquí el
objetivo es preciso: desvirtuar dos ‘leyendas urbanas’ que afirman que a)
Bolaño estuvo en El Salvador con Roque Dalton y b) que durante esa estancia
había conocido a sus asesinos. Tras advertir que devora todo lo que encuentra
sobre Bolaño, a continuación Huezo Mixco no requiere de mayores esfuerzos para
desfacer ambos entuertos. Para la primera leyenda, explica y documenta detalles
de la relación Jaime Quesada-Manuel Sorto-Roberto Bolaño, hasta concluir que
fue materialmente imposible que el novelista chileno y el poeta salvadoreño se
hayan conocido. Para desvirtuar la segunda ‘leyenda’, que fue difundida por el
propio Bolaño, de nuevo recurre Huezo Mixco a la figura de Manuel Sorto, quien
fuera el anfitrión y guía del novelista chileno durante su corta estadía en El
Salvador. Además, cita una conversación sostenida con Eduardo Sancho (a) Fermán Cienfuegos, a quien Bolaño afirma
haber conocido y al que también señala como “uno de los que dieron la orden de
matar a Roque Dalton”. A la valoración final, implacable, de estas “leyendas bolañescas”,
podrían ilustrarla dos frases: la primera alude a la participación del
novelista chileno en la resistencia contra Pinochet “que lo hace aparecer como
un chaval blandiendo una espada de madera”. La segunda es una cita de Juan Villoro
que Huezo Mixco hace propia: “¿Hasta dónde hay que tomar al pie de la letra sus
provocaciones, sus salidas de tono, sus bromas, sus afortunadas desmesuras?”.
En conclusión, Expedicionarios, este periplo a la vez personalísimo y erudito, podría
ser descrito parafraseando el epígrafe de Rimbaud que abre este volumen y con
el nombre de su autor como protagonista: “Miguel Huezo Mixco ha viajado, cazado
en los desiertos, dormido en el empedrado de ciudades desconocidas, sin
cuidados, sin penas”…y podríamos añadir que ha vuelto de esta saison en enfer como ‘el
hombre’ de Coleridge: con una flor imposible en la mano.
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