lunes, agosto 09, 2010

Réquiem por la “vieja gran puta de la literatura”


Uno de los temas fundamentales de Dublinesca, la última novela publicada por Enrique Vila-Matas, es el adiós a la “galaxia Gutenberg”, tal y como lo plantea su protagonista, el editor catalán Riba, quien intuye que junto a ella se marchará también la literatura, hecho que se manifiesta con claridad en la ausencia de verdaderos genios en el mundo de la creación artística en esta era posmoderna, en la desaparición de los editores “verdaderos”, en la largamente anticipada muerte del autor, que marcaría a su vez el fin de la palabra, del lenguaje, de los libros...por eso Riba quiere ofrecer un réquiem por la “vieja gran puta de la literatura”, y no encuentra mejor manera de expresarlo sino es a través del poema de Philip Larkin sobre una prostituta dublinesa.

Y mientras investigaba sobre el tema me encuentro con la sorpresa que Philip Arthur Larkin nació un 9 de agosto de 1922, hace exactamente 88 años, y para honrar al que muchos consideran uno de los tres grandes poetas ingleses de la posguerra del siglo XX, junto a Dylan Thomas y Ted Hughes, me decido a transcribir el poema en su versión original, acompañado por una modesta traducción al español, con la esperanza de no ofender a la “vieja gran puta”, quien pese a los plañidos de un par de serviles vilamatianos, cada día goza de mejor salud.

Dublinesque

Down stucco sidestreets,
Where light is pewter
And afternoon mist
Brings lights on in shops
Above race-guides and rosaries,
A funeral passes.

The hearse is ahead,
But after there follows
A troop of streetwalkers
In wide flowered hats,
Leg-of-mutton sleeves,
And ankle-length dresses.

There is an air of great friendliness,
As if they were honouring
One they were fond of;
Some caper a few steps,
Skirts held skilfully
(Someone claps time),

And of great sadness also.
As they wend away
A voice is heard singing
Of Kitty, or Katy,
As if the name meant once
All love, all beauty.


* "Dublinesque" by Philip Larkin, from Collected Poems. © Farrar, Straus, and Giroux, 2004.

Dublinesca

Por las callejuelas de estuco
donde la luz es de peltre
y en las tiendas la bruma obliga
a encender las luces sobre
rosarios y guías hípicas,
está pasando un funeral.

La carroza va delante,
pero detrás la acompaña
a pie una tropa de mujeres
con anchos sombreros floreados
vestidos hasta los tobillos
y manguitos de carnero.

Hay un aire de amistad
como si rindieran honra
a una que era muy querida;
algunas se alzan las faldas
diestramente y dan saltitos
(dos palmas marcan el tiempo);

y también de gran tristeza.
Mientras siguen su camino
se oye una voz que canta
para Kitty, o Katy, como
si el nombre hubiese albergado
todo el amor, toda la belleza.

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