domingo, marzo 07, 2010

McOndo, postboom y neoliberalismo


En 1996 apareció el libro libro McOndo (una anotología de nueva literatura hispanoamericana), bajo el sello de Grijalbo-Mondadori/Barcelona, texto que proporcionó a sus autores: Alberto Fuguet & Sergio Gómez, inmediata notoriedad. Entre otras cosas, los autores planteaban ideas como: “El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quienes somos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién soy?). Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas. Suponemos que ésta es una de las herencias de la fiebre privatizadora mundial. Nos arriesgamos a señalar esto último como un signo de la literatura joven hispanoamericana, y una entrada para la lectura de este libro. Pareciera, al releer estos cuentos, que estos escritores se preocuparan menos de su contingencia pública y estuvieran retirados desde hace tiempo a sus cuarteles personales. No son frescos sociales ni sagas colectivas. Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh.”
Planteado en estos términos como la antípoda del boom y su Macondo garciamarquiano, el país McOndo era definido por Fuguet-Gómez como “más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, tv-cable y barriadas. En McOndo hay McDonald´s, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y malls gigantescos.”
Y para muchos, los atrevidos antólogos tenían la razón: McOndo era superior al Macondo exótico y tropical de nuestros padres y abuelos; sin embargo, otros mantuvieron un distante escepticismo, mientras otras, decidieron ahondar en el tema.
Un caso excepcional es el de Diana Palaversich, investigadora croata, radicada en Sidney, Australia, donde ejerce la docencia en la University of South Wales, quien no tardó en estructurar un demoledor ataque, que además incluye comentarios a otra antología, Se habla español, en la que Fuguet comparte créditos con Edmundo Paz Soldán. Entre otras cosas, Palaversich advirtió que: “el libro parece tener otra motivación, conforme con la globalización, el discurso hegemónico del momento. Mientras que los antologadores de McOndo demostraron su afinidad con la política del neoliberalismo, Fuguet y Paz Soldán demuestran en el prólogo de Se habla español su perfecto acuerdo con la versión optimista de la globalización según la cual vivimos en un mundo donde las fronteras desaparecen, donde no existen dos Américas una con y otra sin acento, sino un solo continente en el cual “cada día más, nos estamos mezclando y fusionando.” Proponer la existencia de una sola América no es algo nuevo, para citar solo un ejemplo, la organización ultraburocrática, OEA, ya desde hace mucho tiempo ha propuesto el concepto de una América que se extiende desde Canadá hasta Tierra del Fuego. Sin embargo, entre la propuesta optimista y la realidad de las dos Américas existe un abismo insondable.”
Para quienes interese el tema, ofrecemos a continuación ambos textos: el prólogo de Fuguet-Gómez y el ensayo de Palaversich titulado “Macondo y otros mitos”. Diana Palaversich ha continuado trabajando en torno al tema y en su libro De Macondo a McOndo. Senderos de la postmodernidad latinoamericana, publicado en 2005, aborda nuevas vías de discusión como la crisis del género y la política del cuerpo.

Presentación del País McOndo
Alberto Fuguet & Sergio Gómez

Esta anécdota es real:
Un joven escritor latinoamericano obtiene una beca para participar en el International Writer´s Workshop de la Universidad de Iowa, suerte de hermano mayor cosmopolita del afamado Writer´s Workshop de la misma universidad, algo así como la más importante fábrica/taller de nuevos escritores norteamericanos.
El escritor rápidamente se da cuenta que lo latino está hot (como dicen allá) y que tanto el departamento de español, como los suplementos literarios yanquis, están embalados con el tema. En el cine del pueblo Como agua para chocolate arrasa con la taquilla. Para qué hablar de las estanterías de las librerías, atestadas de "sabrosas" novelas escritas por gente cuyos apellidos son indudablemente hispanos, aunque algunos incluso escriban en inglés.
Tal es la locura latina que el editor de una prestigiosa revista literaria se da cuenta que, a cuadras de su oficina, en pleno campus, deambulan tres jóvenes escritores latinoamericanos. El señor se presenta y, sin más ni más, establece un literary-lunch semanal en la cafetería que mira el río. La idea, dice, es armar un número especial de su prestigiosa revista literaria centrado en el fenómeno latino. Los tres jóvenes (bueno, no tan jóvenes) quedan relativamente extasiados. Se dan cuenta que, sin esfuerzo ni contacto alguno, van a ser publicados en "América" y en inglés. Y sólo por ser latinos, por escribir en español, por haber nacido en Latinoamérica, ese "pueblo al sur de los Estados Unidos", como sentenció el grupo rock Los Prisioneros.
Las cosas agarran prisa y el programa de escritores contacta a gente del departamento de lenguas y arman un taller de traducción. Antes que termine el semestre, los cuentos y trozos de novelas de los tres latinos son entregados al ávido editor. Los otros participantes extranjeros, algunos bastante más establecidos y añosos que los codiciados latin-boys, observan atónitos y asumen que quizás el lugar es el adecuado pero el momento definitivamente no. Adiós a los asiáticos y los centroeuropeos. Welcome all Hispanics.
Pues bien, el editor lee los textos hispanos y rechaza dos. Los que desecha poseen el estigma de "carecer de realismo mágico". Los dos marginados creen escuchar mal y juran entender que sus escritos son poco verosímiles, que no se estructuran. Pero no, el rechazo va por faltar al sagrado código del realismo mágico. El editor despacha la polémica arguyendo que esos textos "bien pudieron ser escritos en cualquier país del Primer Mundo". Esta anécdota es, como dijimos, real aunque los nombres y las nacionalidades fueron omitidas para proteger a los inocentes. Creemos, además, que ilustra el conmovedor grado de ingenuidad de ambas partes interesadas.
Para dejar un registro histórico: ese día, en medio de la planicie del medioeste, surgió McOndo. Su inspiración más cercana es otro libro: Cuentos con Walkman (Editorial Planeta, Santiago de Chile, 1993), una antología de nuevos escritores chilenos (todos menores de 25 años), que irrumpió ante los lectores con la fuerza de un recital punk. Ese libro, que ya lleva más de diez mil ejemplares vendidos sólo en el territorio chileno, fue compilado por nosotros dos a partir de los trabajos de los jóvenes que asistían a los talleres literarios que ofrecía la Zona de Contacto, un suplemento literario-juvenil que aparece todos los viernes en el diario El Mercurio de Santiago. Como dice la franja que anuncia la cuarta edición, la moral walkman es "una nueva generación literaria que es post-todo: post-modernismo, post-yuppie, post-comunismo, post-babyboom, post-capa de ozono. Aquí no hay realismo mágico, hay realismo virtual".
David Toscana, representante de México en Iowa, leyó el libro y tuvo la idea de armar un Cuentos con Walkman internacional. Aceptamos el desafío y decidimos, a diferencia del primero, incluirnos en el libro. Quizás no hay excusas pero aquí estamos. Ya que íbamos a estar detrás, por qué no adentro también.
Aunque por momentos sentimos que no íbamos a ninguna parte, al final llegamos a la meta. Como todo libro que vale, McOndo es incompleto, parcial y arbitrario. No representa sino a sus participantes y ni siquiera. Es nuestra idea, nuestro volón. Sabemos que muchos leerán este libro como una tratado generacional o como un manifiesto. No alcanza para tanto. Seremos pretenciosos, pero no tenemos esas pretensiones.
Como en todo acto creativo, lo más entretenido (y agotador) fue coordinar y encontrar a los autores que cabían dentro del canon preestablecido. El primer desafío de muchos fue conseguir una editorial que confiara en nosotros, nos convidara infraestructura y redes de comunicación y, por sobre todo, nos asegurara una distribución por toda Hispanoamérica para así tratar de borrar las fronteras, que hicieron de esta antología no sólo una recopilación sino un viaje de descubrimiento y conquista. No fue fácil puesto que tuvimos que atravesar una maraña de burocracia y mala fe, además de erradas ideologías de distribución, increíbles aranceles y simple desidia. En todas las capitales latinoamericanas uno puede encontrar los best-sellers del momento o autores traducidos en España, pero ni hablar de autores iberoamericanos.
Simplemente no llegan. No hay interés. Recién ahora algunas editoriales se están dando cuenta que eso de escribir en un mismo idioma aumenta el mercado y no lo reduce. Si uno es un escritor latinoamericano y desea estar tanto en las librerías de Quito, La Paz y San Juan hay que publicar (y ojalá vivir) en Madrid. Cruzar la frontera implica atravesar el Atlántico.
Como en toda antología que se precie de tal, la elección de quienes participan en este libro es dudosa, antojadiza y teñida del favoritismo que se le tiene a los amigos. En McOndo hay mucho de esto; no podía ser de otra manera.
A pesar de las maravillas de la comunicación, el país desde donde surge esta antología sigue estando entre el cerro y el mar. La comunicación con el exterior, por lo tanto, fue difícil, atrasada, escasa, y surgió a un ritmo más lento del que esperábamos. Los contactos existían, pero más a nivel de amistad en países como Argentina, España y México. El resto del continente era territorio desconocido, virgen. No conocíamos a nadie. Llegamos a pensar que América Latina era un invento de los departamentos de español de las universidades norteamericanas. Salimos a conquistar McOndo y sólo descubrimos Macondo. Estábamos en serios problemas. Los árboles de la selva no nos dejaban ver la punta de los rascacielos.
No conocíamos siquiera un nombre en muchos de los países convocados. Nos topamos con panoramas como que los libros de ciertas estrellas literarias no estaban disponibles en el país fronterizo. Los suplementos literarios de cada una de las capitales no tenían ni idea de quienes eran sus autores locales. Podíamos escribir en el mismo idioma, tener la misma edad y las antenas conectadas, pero aún así no teníamos idea quiénes éramos.
Cuando decidimos lanzar nuestras señales de humo recurrimos a todo lo imaginable: amigos, enemigos, corresponsales extranjeros, editores, periodistas, críticos, rockeros en gira, auxiliares de vuelo, mochileros que salían de vacaciones. Recurrimos al fax, a DHL, a la incipiente Internet. Apostamos por el correo tradicional (estampillas con la cara de próceres muertos) y el correo electrónico (bits, no átomos) y abusamos del teléfono (usamos discado directo, cambiamos varias veces de carrier dependiendo de las ofertas del mes y nos aprendimos todos los códigos de los países).
Poco a poco, comenzó a aparecer eso que sabíamos que existía, aunque estaba oculto en auto-publicaciones de segunda o ediciones de pocos ejemplares. De alguna manera comprobamos que el fenómeno editorial joven en Latinoamérica es irregular, a veces mezquino y en la mayoría de los casos, sufrido. La mayoría de los textos que recibimos eran ediciones feas, publicadas con esfuerzo y con poca resonancia entre sus pares.
El criterio de selección entonces se centró en autores con al menos una publicación existente y algo de reconocimiento local. Esta opción algo severa descalificó a ciertos autores y países de un brochazo. Exigimos, además, cuentos inéditos. Podían versar sobre cualquier cosa. Tal como se puede inferir, todo rastro de realismo mágico fue castigado con el rechazo, algo así como una venganza de lo ocurrido en Iowa.
El gran tema de la identidad latinoamericana (¿quienes somos?) pareció dejar paso al tema de la identidad personal (¿quién soy?). Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas. Suponemos que ésta es una de las herencias de la fiebre privatizadora mundial. Nos arriesgamos a señalar esto último como un signo de la literatura joven hispanoamericana, y una entrada para la lectura de este libro. Pareciera, al releer estos cuentos, que estos escritores se preocuparan menos de su contingencia pública y estuvieran retirados desde hace tiempo a sus cuarteles personales. No son frescos sociales ni sagas colectivas. Si hace unos años la disyuntiva del escritor joven estaba entre tomar el lápiz o la carabina, ahora parece que lo más angustiante para escribir es elegir entre Windows 95 o Macintosh.
La decisión final tuvo que ver con los gustos de los editores y la editorial, además de las presiones de ciertos agentes literarios, la cambiante geopolítica (nos tocó guerras y relaciones diplomáticas tensas), el azar de los contactos y eso que se llama suerte. Hay autores vagando por el continente y la península que tuvimos que rechazar porque ya teníamos muchos representantes de ese país (Argentina, México, España) o porque la demanda excedió la oferta. Otros autores representativos están ausentes porque no pudieron llegar a tiempo, estaban bloqueados o no tenían nada que ofrecer. Existen, por cierto, muchos países que faltan y deberían estar presentes. Hicimos lo posible.
Reconocemos nuestra incapacidad. A lo mejor sí debimos viajar por cada uno de los países pero no tuvimos ni el presupuesto ni el tiempo. Quizás confiamos demasiado en las embajadas y en los agregados culturales que, dicho sea de paso, fueron incapaces de ayudarnos. Una embajada dijo que sólo había poetas en su país (lo que resultó ser falso) y en otra nos aseguraron que el autor más joven de su territorio era un chico de 48 años que, para más remate, era inédito.
No nos cabe duda que cuando este libro se edite, vamos a encontrarnos con la ingrata sorpresa de que un autor McOndiano está dando mucho que hablar y ni siquiera sabíamos que existía. Son los riesgos que uno corre. Casi todos los autores aquí incluidos son absolutos desconocidos fuera de su país. Y muchos son apenas conocidos en su propia casa. Así y todo, pensamos que la muestra es grande, variada y comulga absolutamente con nuestro criterio de selección.
Sabemos que hay carencias y errores, pero también hay aciertos y sorpresas. estamos consientes de la presencia femenina en el libro. ¿Por qué? Quizás esto se debe al desconocimiento de los editores y a los pocos libros de escritoras hispanoamericanas que recibimos. De todas maneras, dejamos constancia que en ningún momento pensamos en la ley de las compensaciones sólo para no quedar mal con nadie.
Optamos por establecer una fecha de nacimiento para nuestros autores que nos sirviera de colador y acotara una experiencia en común. Nos decidimos por una fecha que fuera desde 1959 (que coincide con la siempre recurrida revolución cubana) a 1962 (que en Chile y en otros países, es el año en que llega la televisión). La mayoría, sin embargo, nacieron algún tiempo después.
Otra cosa en que nos fijamos: todos los escritores recolectados han publicado antes de los treinta con un relativo éxito. Han creado polémicas, revueltas y exageraciones críticas con lo que escriben. Sobre el título de este volumen de cuentos no valen dobles interpretaciones. Puede ser considerado una ironía irreverente al arcángel San Gabriel, como también un merecido tributo. Más bien, la idea del título tiene algo de llamado de atención a la mirada que se tiene de lo latinoamericano. No desconocemos lo exótico y variopinta de la cultura y costumbres de nuestros países, pero no es posible aceptar los esencialismos reduccionistas, y creer que aquí todo el mundo anda con sombrero y vive en árboles. Lo anterior vale para lo que se escribe hoy en el gran país McOndo, con temas y estilos variados, y muchos más cercano al concepto de aldea global o mega red.
El nombre (¿marca-registrada?) McOndo es, claro, un chiste, una sátira, una talla. Nuestro McOndo es tan latinoamericano y mágico (exótico) como el Macondo real (que, a todo ésto, no es real sino virtual). Nuestro país McOndo es más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, tv-cable y barriadas. En McOndo hay McDonald´s, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y malls gigantescos.
En nuestro McOndo, tal como en Macondo, todo puede pasar, claro que en el nuestro cuando la gente vuela es porque anda en avión o están muy drogados. Latinoamérica, y de alguna manera Hispanoamérica (España y todo el USA latino) nos parece tan realista mágico (surrealista, loco, contradictorio, alucinante) como el país imaginario donde la gente se eleva o predice el futuro y los hombres viven eternamente. Acá los dictadores mueren y los desaparecidos no retornan. El clima cambia, los ríos se salen, la tierra tiembla y Don Francisco coloniza nuestros inconscientes.
Existe un sector de la academia y de la intelligentsia ambulante que quieren venderle al mundo no sólo un paraíso ecológico (¿el smog de Santiago?) sino una tierra de paz (¿Bogotá?, ¿Lima?). Los más ortodoxos creen que lo latinoamericano es lo indígena, lo folklórico, lo izquierdista. Nuestros creadores culturales sería gente que usa poncho y ojotas. Mereces Sosa sería latinoamericana, pero Pimpinela, no. ¿Y lo bastardo, lo híbrido? Para nosotros, el Chapulín Colorado, Ricky Martin, Selena, Julio Iglesias y las telenovelas (o culebrones) son tan latinoamericanas como el candombe o el vallenato.
Hispanoamérica está lleno de material exótico para seguir bailando al son de El cóndor pasa o Ellas bailan solas de Sting. Temerle a la cultura bastarda es negar nuestro propio mestizaje. Latinoamérica es el teatro Colón de Buenos Aires y MacchuPichu, Siempre en Domingo y Magneto, Soda Stereo y Verónica Castro, Lucho Gatica, Gardel y Cantinflas, el Festival de Viña y el Festival de Cine de La Habana, es Puig y Cortázar, Onetti y Corín Tellado, la revista Vuelta y los tabloides sensacionalistas.
Latinoamérica es, irremediablemente, MTV latina, aquel alucinante consenso, ese flujo que coloniza nuestra conciencia a través del cable, y que se está convirtiendo en el mejor ejemplo del sueño bolivariano cumplido, más concreto y eficaz a la hora de hablar de unión que cientos de tratados o foros internacionales. De paso, digamos que McOndo es MTV latina, pero en papel y letras de molde.
Y seguimos: Latinoamérica es Televisa, es Miami, son las repúblicas bananeras y Borges y el Comandante Marcos y CNN en español y el Nafta y Mercosur y la deuda externa.
Vender un continente rural cuando, la verdad de las cosas, es urbano (más allá que sus sobrepobladas ciudades son un caos y no funcionen) nos parece aberrante, cómodo e inmoral.
El trasfondo tras la ilusión del realismo mágico para la exportación (que tiene mucho de cálculo) lo aclara el poeta chileno Oscar Hahn en una introducción a una antología de cuentos ad-hoc:
"Cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en tierras de América fue recibido con gran alborozo y veneración por los isleños, que creyeron ver en él a un enviado celestial. Realizados los ritos de posesión en nombre de Dios y de la corona española, procedió a congraciarse con los indígenas, repartiéndoles vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento. Casi quinientos años después, los descendientes de esos remotos americanos decidieron retribuir la gentileza del Almirante y entregaron al público internacional otros vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento: el realismo mágico. Es decir, ese tipo de relato que transforma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que pone a la misma altura la levitación y el cepillado de dientes, los viajes de ultratumba y las excursiones al campo".
Lo que nosotros queremos ofrecerle al público internacional son cuentos distintos, más aterrizados si se quiere, de un grupo de nuevos escritores hispanoamericanos que escriben en español, pero que no se sienten representantes de alguna ideología y ni siquiera de sus propios países. Aun así, son intrínsecamente hispanoamericanos. Tiene ese prisma, esa forma de situarse en el mundo.
En estos cuentos hay más cepillado de dientes y excursiones al campo (bueno, al departamento o al centro comercial) que levitaciones, pero pensamos que se viaja igual. Los autores incluidos en McOndo son, como ya lo hemos reiterado (y lamentado) levemente conocidos en sus respectivos países. Esto tiene su lado positivo puesto que no tienen una reputación internacional que proteger. No sienten, como escribió el crítico David Gallagher en el suplemento literario TLS de Londres, "la necesidad de sumergirse en las aguas de lo políticamente-correcto. Puesto que no tienen la ventaja de vivir afuera, difícilmente sabrían qué elementos usar para escribir una novela políticamente correcta".
Es cierto que no todos los autores antologados viven dentro de sus países (aunque muchos tienen la intención de regresar y pronto); aún así, estos escritores han producido textos que fueron escritos desde el interior para lectores internos. Como bien acota Gallagher, refiriéndose específicamente al caso de Chile, "no le están escribiendo a una galería internacional, por lo tanto, no tienen que mantener el status-quo del estereotipo de cómo debe o no debe ser el retrato (de Hispanoamérica) para la exportación".
España, en tanto, está presente porque nos sentimos muy cercanos a ciertos escritores, películas y a una estética que sale de la península que ahora es europea, pero que ya no es la madre patria. Los textos españoles no poseen ni toros ni sevillanas ni guerra civil, lo que es una bendición. Los nuevos autores españoles no sólo son parte de la hermandad cósmica sino son primos muy cercanos, que a lo mejor pueden hablar raro (de hecho, todos hablan raro y usan palabras y jergas particulares) pero están en la mismo sintonía. La pregunta que inició la búsqueda de este libro fue si estábamos en presencia de algo nuevo, de una nueva literatura o de una nueva perspectiva para ver la literatura. Pregunta que parece ser el afán de toda nueva horneada de escritores. Las respuestas después de tener el libro terminado fueron sólo dudas. Como es típico, lo más interesante, novedoso y original no está en la primera línea del mercado y aún menos entre el oficialismo literario.
El verdadero afán de McOndo fue armar un red, ver si teníamos pares y comprobar que no estábamos tan solos en ésto. Lo otro era tratar de ayudar a promocionar y dar a conocer a voces perdidas no por antiguas o pasadas de moda, sino justamente por no responder a los cánones establecidos y legitimados.
Comprobamos que cada escritor ha elegido el camino que más le acomodaba, con los temas que consideraba más adecuados. ¿Trabajo inútil entonces? Creemos que no: debajo de la heterogeneidad algo parece unir a todos estos escritores, y a toda a una generación de adultos recientes. El mundo se empequeñeció y compartimos una cultura bastarda similar, que nos ha hermanado irremediablemente sin buscarlo.
Hemos crecido pegados a los mismos programas de la televisión, admirado las mismas películas y leído todo lo que se merece leer, en una sincronía digna de considerarse mágica. Todo esto trae, evidentemente, una similar postura ante la literatura y el compartir campos de referencias unificadores. Esta realidad no es gratuita. Capaz que sea hasta mágica.

Santiago de Chile, marzo 1996

* Prólogo libro McOndo (una anotología de nueva literatura hispanoamericana). Ed. Gijalbo-Mondadori/Barcelona 1996

McOndo y otros mitos
Diana Palaversich

La página en la red de Alberto Fuguet, fuguet.com, dice lo siguiente: “Alberto Fuguet nació en Chile en 1964, pero se crió en Encino, California. Su lengua materna es el inglés. A los 11 años fue trasladado de vuelta a Santiago... En 1999, la revista Time y CNN lo eligieron como uno de los 50 líderes latinoamericanos del nuevo milenio.” Estas credenciales nos obligan a lanzar una mirada más detenida a este personaje que desde la publicación de la antología McOndo (Mondadori-Grijalbo, Barcelona, 1996) y la antología más reciente, Se habla español. Voces latinas en USA (Alfaguara, Miami, 2000), se erige como uno de los promotores culturales más conocidos pero también más controvertidos de la América Latina del momento.
Lo que intenta hacer Fuguet - junto con sus co-antologadores, el chileno Sergio Gómez, en el caso de McOndo, y el boliviano Edmundo Paz Soldán en Se habla español - es una tarea, a primera vista, digna de admiración. Hartos de ver la literatura del continente todavía dominada por un puñado de escritores del “boom” y del “post-bom”, Fuguet y Gómez prometen “dar a conocer a voces perdidas no por antiguas o pasadas de moda, sino justamente por no responder a los cánones establecidos y legitimados”. Sin embargo, entre su promesa, por cierto elogiable, y lo que de hecho ocurre en ambas antologías hay un abismo considerable obvio en los prólogos de ambos textos, los cuales, particularmente en el caso de McOndo, funcionan como el manifiesto literario de una emergente “generación” de escritores latinoamericanos - y es importante señalar, también los españoles - nacidos entre 1959 y 1971. Ambos prólogos revelan la postura político-cultural de los antologadores y enmarcan los dos libros de una manera ideológica particular, que en el caso de McOndo, Fuguet y Gómez ingenuamente definen como “apolítica”.
El prólogo de McOndo, cuyo título juega irónicamente con Macondo de García Márquez como también apunta a McDonald’s y MacIntosh, revela que una de las principales intenciones de sus antologadores es ajustar cuentas a lo que consideran conceptos sagrados de la cultura latinoamericana: el realismo mágico como paradigma literario del continente; el proyecto político de la izquierda que consideran pasé y de mal gusto y el concepto de la cultura autóctona basada en la tradición indígena. De hecho la rebelión en contra del realismo mágico constituye el eje central de su postura y es por esto que McOndo no incluye ni un sólo cuento perteneciente a este género. En su crítica apasionada del realismo mágico los antologadores cometen un error básico y torpe: confunden la literatura que se escribe en América Latina - donde la veta mágicorrealista es minoritaria y casi insignificante hoy en día - y la literatura latinoamericana que se vende con más éxito en el mercado occidental, ésta, sí, dominada por el realismo mágico que perpetúa la imagen de un continente exótico y subdesarrollado. Y lo que es peor, borran toda diferencia entre los maestros del género como Rulfo, García Márquez o Carpentier y sus emuladores tipo Isabel Allende o Laura Esquivel quienes astuta y cínicamente explotan el género, cocinando best-sellers que arrojan excelentes dividendos.
Fuguet y los llamados “macondistas” rechazan ese Macondo pobre y exótico como una imagen falsa de América Latina que se vende al mundo, y en su lugar instalan un McOndo (post)moderno lleno de shopping malls, condominios de lujo, McDonald’s y computadoras Mac. El incluir esta otra América próspera no es de por sí un problema puesto que ésta existe, aunque cabe enfatizar para una minoría de la población del continente, mientras que su vasta mayoría todavía viven en un Macondo injusto, pobre y folclórico. Lo que es necesario criticar no es la creación del país McOndo sino la arrogancia con la cual los antologadores y cuentistas, hijos de clases altas o media altas, presentan su realidad como la única realidad relevante del continente. En este sentido se puede decir que los antologadores pecan del mismo reduccionismo del cual acusan a los mágicorrealistas vinculados ‘naturalmente’ con el proyecto de la izquierda, porque son ahora los macondistas los que venden una imagen del continente que coincide con aquélla promulgada por los gobiernos neoliberales a lo largo de América Latina: basta con acordarse del México del primer mundo de los discursos de Salinas Gortari y Fox Quezada o del “milagro chileno” del gobierno anterior a Lagos.
Otros dos ‘pecados’ cometidos por los antologadores son los siguientes. Se autorrepresentan como escritores que subvierten el canon de la literatura latinoamericana - que equivocadamente definen como mágicorrealista - y presentan la temática que domina en los cuentos antologados: aburrimiento, spleen, drogas, fiestas, música rock, sexo, suicidio etc. como una novedad en las letras del continente. Se olvidan que la misma temática – con la excepción de dos únicos temas novedosos que introducen, el Sida y los personajes gay - constituía el dominador común de la literatura canónica de otras épocas: la literatura existencialista y la “literatura del balneario” del Cono Sur de los 60; la “onda” mexicana, para citar sólo unos ejemplos.
El segundo pecado, aún más grave en cuanto socava toda pretensión a la (post)modernidad y el primermundismo de los antologadores es la total ausencia de mujeres como escritoras de cuentos. Anticipando las críticas, Fuguet y Gómez explican lacónicamente esta omisión señalando que “no recibieron nada valioso escrito por mujeres” y que McOndo no pretende ser “políticamente correcto”. Con este machismo virulento - evidente en la exclusión de mujeres como autoras pero sí su inclusión como personajes, sin excepción frívolos y superficiales - los macondistas demuestran que no sólo no avanzaron con relación a sus ‘padres literarios’ contra los cuales se rebelan, sino que sufren un retroceso, demostrando que su pretendida (post)modernidad y coolness no afectan la relación entre los sexos opuestos.
Si en McOndo se han podido criticar a los antologadores por excluir completamente las voces femeninas y por incluir a los escritores españoles pero no las voces latinas en Estados Unidos - más numerosas y más relevantes vis-a-vis América Latina contemporánea - la más reciente compilación Se habla español. Voces latinas en USA parece subsanar estas dos omisiones importantes. Entre 36 escritores figuran 6 mujeres – pocas, pero algo es algo - y el subtítulo nos dice que aquí sí que vamos a leer las voces latinas en Estados Unidos. Desgraciadamente el título y el subtítulo no tienen nada que ver con el contenido de la antología. Entre las 36 voces incluidas hay sólo 14 voces latinas, es decir aquellas que pertenecen a la gente de origen latinoamericano nacida o residente en Estados Unidos. Otras 22 pertenecen a los autores que viven en América Latina y cuya vasta mayoría no ha vivido nunca en el Norte. Para el colmo, entre los 14 autores latinos, con excepción del domínico-americano Junot Díaz, no se encuentra ni una sola voz prominente de los cuentistas chicanos, cubanos o neorriqueños, para mencionar sólo estos tres grupos numérica y culturalmente más representados en el mercado cultural estadounidense, pero sí figuran como las voces latinas aquellas de los mexicanos Volpi, Padilla, Conde, Bellatin, Yehya etc. Nos preguntamos si esta tremenda metida de pata se debe a la ignorancia o a la arrogancia de los antologadores que ya ha provocado y sigue provocando la bien merecida ira de los escritores latinos en Estados Unidos. No por el resentimiento, debido al hecho de no estar incluidos, sino por el aura de soberbia que rodea este libro en el cual un boliviano – quien hace sólo unos años vive en Estados Unidos y un chileno – aunque sea gringófilo y su primera lengua sea el inglés, como reza orgullosamente su página web – vienen a Estados Unidos a “descubrir” las voces latinas en este país, pero lo que producen al fin de cuentas es una antología que no es representativa ni de la escritura latinoamericana ni de la latina del momento.
Pero si uno se olvida del título, en el cual los antologadores junto con la editorial, pecan de lesa lógica y conducen por un sendero equivocado a muchos lectores y periodistas que escribieron la reseña del libro dando por sentado que la totalidad de los escritores incluidos residen en Estados Unidos, y si uno empieza a escarbar en el prólogo muchas veces contradictorio del libro, es posible desentrañar sus otros propósitos, menos siniestros. Se nos dice que la idea era “narrar la diversidad de la experiencia latinoamericana en USA” e invertir toda una tradición literaria anglo - en la cual los escritores del Norte escriben sobre los paraderos exóticos del mundo subdesarrollado y postcolonial - y sustituirla por un viaje al revés, donde los sureños escriben sobre su sentimiento de verse seducidos, atrapados o perdidos en Estados Unidos, un lugar tan maravilloso y exótico como la América Latina imaginada por los norteamericanos. Si este era el propósito verdadero del libro éste debería haber tenido un título diferente que reconociera estos objetivos. Uno no puede sino preguntarse el por qué de este título pretencioso y equivocado y especular si quizás se deba a una hábil maniobra comercial de Alfaguara que por primera vez publica en Estados Unidos en español, y cuyo objetivo es crear la polémica para vender más copias en un mercado en el cual hay más de 30 millones de personas de origen hispano pero no existe un público lector substancialmente numeroso acostumbrado a leer en español.
Además de los argumentos mencionados, el libro parece tener otra motivación, conforme con la globalización, el discurso hegemónico del momento. Mientras que los antologadores de McOndo demostraron su afinidad con la política del neoliberalismo, Fuguet y Paz Soldán demuestran en el prólogo de Se habla español su perfecto acuerdo con la versión optimista de la globalización según la cual vivimos en un mundo donde las fronteras desaparecen, donde no existen dos Américas una con y otra sin acento, sino un solo continente en el cual “cada día más, nos estamos mezclando y fusionando.” Proponer la existencia de una sola América no es algo nuevo, para citar solo un ejemplo, la organización ultraburocrática, OEA, ya desde hace mucho tiempo ha propuesto el concepto de una América que se extiende desde Canadá hasta Tierra del Fuego. Sin embargo, entre la propuesta optimista y la realidad de las dos Américas existe un abismo insondable. Las fronteras geopolíticas del mundo, incluyendo la más cercana entre México y Estados Unidos, se refuerzan cada vez más y no se disuelven creando un mundo híbrido y juguetón en el cual - según nos aconsejan los discursos del postmodernismo y de la globalización - se borran las diferencias entre el primer y el tercer mundo, entre el centro y la periferia. La diferencia entre anglos, latinos y latinoamericanos negada en el prólogo, se confirma sorprendentemente en la vasta mayoría de los cuentos que demuestran una relación sumamente problemática con la América sin acento, caracterizada por el sentido de diferencia, otra edad y desdén de los protagonistas que relatan su experiencia americana.
Estas son algunas de las varias contradicciones que existen entre el título, el prólogo y los cuentos. Añadiremos una más de suma importancia: la aseveración de los antologadores evidente en la primera parte del título del libro que nos dice que en Estados Unidos se habla español. Cabe preguntarse sobre el sentido de esta frase cuando la mayoría de los autores incluidos viven en América Latina y vaya sorpresa ¡escriben en español! Ni hablar del hecho de que los textos de los pocos latinos incluidos (Paternostro, Stavans, Quiñonez y Díaz) fueron originalmente escritos en inglés, “como sign of things to come” [“como signo de los tiempos que vienen”], dicen los antologadores crípticamente. Pero si las voces latinas en EE.UU. hablan y escriben en inglés (a veces en spanglish) - se puede decir sin miedo a exagerar que los mejores autores latinos en Estados Unidos, lamentablemente no incluidos en la antología, escriben en inglés - toda la herramienta ideológica que sustenta el libro se derrumba.
El esfuerzo de Fuguet de compilar textos, promover autores menos conocidos – unos muy buenos y otros no tan buenos - unir primero América Latina y luego las dos Américas en un ímpetu panlatino, es sin duda respetable. Sin embargo, el problema en ambos casos yace no en la naturaleza de los textos escogidos, sino en cierta actitud arrogante de Fuguet en cuanto antologador común de los textos. Primero, presenta el país McOndo como una realidad privilegiada de América Latina donde las multitudes participan en los rituales de consumo de los productos norteamericanos que automática y mágicamente les convierten en habitantes simbólicos del Planeta USA. Segundo, en Se habla español pasa el gato por la liebre al presentar la literatura latinoamericana como latina. Al fin de cuentas se puede decir que este privilegiado líder entre los 50 latinoamericanos nombrados por Times y CNN nos ofrece una visón tergiversada y confusa de América Latina y Estados Unidos y a veces nos deja la sensación de estar más interesado en promoverse a sí mismo que a los cuentos y los autores que compila.

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