viernes, noviembre 07, 2008

J. M. G. Le Clézio


Hace más o menos un mes, en una acción que se ha vuelto un hábito de octubre (el año pasado el objeto de mi búsqueda fue El cuaderno dorado), hurgué en mi modesta biblioteca hasta encontar Diego y Frida. Una gran historia de amor en tiempos de la Revolución, y empecé a releerla bajo el peso del titular periodístico que me anuncia que a su autor, J. M. G. Le Clézio, le adjudicaron el Nobel de Literatura 2008. Y al hojear sus primeras páginas compruebo que lo compré una tarde ya lejana de agosto de 2006; además recuerdo que el libro fue adquirido en razón de mi interés por Frida y Diego, sin apenas importarme la rimbombante tripleta de iniciales que en la portada precedían al apellido del autor.
Hace unos días terminé de releerlo, a trompicones y tratando de encontrar las claves que llevaron a los académicos suecos a considerarlo "un escritor de la ruptura, de la aventura poética y del éxtasis sensual, explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante". Quizás habría que leer otros de sus libros y así tal vez acabemos coincidiendo con Horace Engdahl, secretario permanente de la Academia Sueca, quien no dudó en afirmar que Le Clézio ha conseguido "rescatar las palabras del estado degenerado del lenguaje cotidiano y devolverles la fuerza para invocar una realidad existencial". Lo cierto es que en el texto que tengo en mis manos no encontré nada de eso. Aunque puede ser que alguna condición atávica y marginal me impidió captar esas virtudes que ante los suecos se muestran con tanta claridad, pero lo cierto es que (¡ah, las odiosas comparaciones!) al evocar obras y apellidos como Fuentes, Roth, Vargas Llosa, Magris, Adonis, De Lillo, Tabucchi, Pynchon, Oz, Kundera, cobra fuerza la idea de que tanto el amigo Le Clézio como su predecesora Doris Lessing, o están tocados por la diosa Fortuna o gozan de una gran simpatía en “la fría antesala sueca”, cuyos añejos miembros ya se dieron el lujo de intentar “desaparecer” a nombres imprescindibles: Jorge Luis Borges, James Joyce, Marcel Proust o Bertold Brecht.
Bueno, lo cierto es que habas se cuecen en todas partes, así que no está demás echar una ojeada a este texto del susodicho Le Clézio y repasar la reseña de El africano que aparecen en la edición de Letras Libres correspondiente a noviembre de 2008, tal vez allí encontremos algunas razones que justifiquen un premio que, hasta ahora, tiene el aroma inconfundible del desacierto.

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