miércoles, noviembre 29, 2006

Poetas, suicidios y hoteles

Hace poco mientras leía a Vila-Matas y su Historia abreviada de la literatura portátil, pensé en un joven poeta, quien a veces nos "distingue" con su amistad exultante, sobre todo cuando le hemos convidado suficientes cervezas. Pues este joven poeta -con gran perseverancia, hay que decirlo- se ha fabricado una personalidad decimonónica de poeta maldito, pero cuando siente que a su auditorio le está ganando el aburrimiento con tanta cita, se encierra y desde la comodidad del correo electrónico y los SMS de su celular, empieza a filtrar historias de suicidas ejemplares, a quienes parece dispuesto a emular.
Pero volviendo al tema, cuando leía a Vila-Matas encontré una breve cita de Rigaut y, más tarde, mientras buscaba materiales para una clase de la universidad, me topé con una nota periodística acerca de una antología de escritores suicidas. Y así, de repente, me percaté de que ambas lecturas formaban parte de una de esas "figuras" cortazarianas y que podrían ser de mucha utilidad para amigos como el susodicho poeta.
Suicidas y hoteles
“No hay motivos para vivir, pero tampoco hay motivos para morir, la única manera con que se nos permite demostrar nuestro desdén por la vida, es aceptarla, la vida no merece que nos tomemos el trabajo de abandonarla, el suicidio es muy cómodo, no paro de pensarlo, es demasiado cómodo, yo no me he suicidado, subsiste un pesar, no quisiera partir antes de haberme comprometido, quisiera, al partir, llevarme Notre-Dame, el amor o la República. Envío desde estas páginas, mi más enérgica protesta ante esa oleada absurda de suicidios en los puentes colgantes. Jóvenes de Nueva York, elegid suntuosos hoteles si queréis abandonar esta vida. Hay hoteles que son, francamente, muy literarios. Después de todo, el mundo de las letras descansa en los hoteles de la imaginación. En Europa lo saben desde hace tiempo y sólo se consideran elegantes los suicidios en el Ritz."”
Jacques Rigaut

Escritores suicidas
Se han utilizado muchas maneras de acabar con la vida prematuramente, desde prenderse fuego a uno mismo, como la poeta austríaca Ingeborg Bachmann, hasta asfixiarse con una bolsa de plástico atada a la cabeza, como hizo el poeta Gabriel Ferrater, pasando por el cianuro que tomó Horacio Quiroga, la morfina de Jack London, el veronal de Ryunosuke Akatugawa, la bala de Jacques Rigaut, o el alcohol en el caso de Malcom Lowry y Dylan Thomas. Otros se mataron para huir del sufrimiento provocado por la enfermedad, como le ocurrió a Hemingway con el cáncer o a Bohumil Hrabal con el dolor que le causaba la artritis, por un lado, y la pérdida de su esposa, por otro.
Sin embargo, el escritor madrileño Benjamín Prado, autor del prólogo de un volumen que comprende relatos de autores suicidas de los siglos XIX y XX, advierte que "lo que les ha otorgado a estos escritores un lugar en la historia es la calidad de sus obras, no la tragedia de sus vidas".

lunes, noviembre 27, 2006

Una noche con Harold Pinter

La Fragua y sus 27 años de excelencia teatral
por Mario Gallardo

Estoy viendo el documental que les hicieron Edward Burke y Ruth Shapiro en 1989, cuando cumplieron diez años de vida artística, y escucho a Jack decir que llegaron al final del “primer impulso”, que ya han alcanzado “cierta organización, cierta fama”, y luego se pregunta qué rumbo deberá tomar La Fragua, entonces Edy responde que deben acercarse más al pueblo, hacer un teatro “completamente hondureño”. Ahora, 17 años después, Teatro La Fragua ha cumplido con otro “impulso” y, aunque el grupo persiste en su inveterada modestia, es incuestionable que se ha constituido, con creces, en la propuesta teatral más sólida y atrevida del escenario nacional. Y para celebrar su XXVII aniversario escogieron –cómo no- al viejo dramaturgo airado, Harold Pinter, un responsable atrevimiento que quizás sólo La Fragua se puede permitir.

Por su esencia combativa y militante, por la densidad interpretativa que exigen las obras de Pinter, cargadas de silencios significativos, La Fragua parece predestinada para montar las obras del dramaturgo inglés, de quien su colega David Hare ha señalado que “puede tocar notas extraordinarias construidas únicamente con ira, indignación y desprecio. Pero, en el otro extremo del instrumento, también puede desequilibrarte con toques de humor, gracia y un intenso afecto personal”. Frases que muy bien podrían aplicarse al trabajo que durante 27 años ha desarrollado La Fragua, tan comprometido políticamente hablando, pero tan entrañable y sincero.

El espectáculo de La Fragua: “Una noche con Harold Pinter” se divide en dos partes. La primera se titula “El Arte, la Verdad y la Política”, un admirable contrapunto que intercala doce piezas cortas, escritas por Pinter entre 1959 y 2002, con fragmentos de su discurso de aceptación del Nóbel pronunciado en el año 2005. En esta sección destaca la versatilidad de los actores, impecables en el dominio de la situación escénica y en su consumada destreza al manejar diálogos y parlamentos complicados, como en la desopilante pieza titulada “Disturbios en la fábrica”. Antes, en “El aspirante”, la situación colinda con el absurdo, que sirve de pretexto para expresar una crítica corrosiva sobre ciertos aspectos de la sociedad moderna en una escena donde también se desliza un sutil acento de contenido erotismo. La subordinación de los medios de comunicación al servicio del sector “oficial” es caricaturizada en “Conferencia de prensa”, mientras que en “Eso es todo”, una absurda conversación entre dos mujeres plantea una carga casi insoportable de implicaciones posibles. Y es que pese a que Pinter ha señalado, irónico, que “no reconocería un símbolo aunque lo viese”, toda su obra está llena de sutiles paradojas, de vibrantes claroscuros que desdicen a su autor que prefiere definir su estilo como “directo y simple”. Y, entre cada una de estas piezas, la iluminación cambia para dar paso a un actor que ofrece al público un fragmento del discurso de Pinter, cuya mejor descripción fue elaborada por el mismo autor, quien ya había advertido que al recibir el Nóbel “quizá arrojaré una granada silenciosa. Hablaré de arte y política, de sus puntos de contacto y desencuentro”. Y al ver a La Fragua entenderemos mejor por qué lo dijo.

En la segunda parte del espectáculo La Fragua ha montado una obra completa: “La lengua de la montaña”, en una traducción de Carlos Fuentes. Para entender el alcance de esta pieza hay una frase de Pinter que ayuda mucho: “Vivimos ahora en una sociedad muy impotente. La ira debe ir acompañada de un motivo y un exacto conocimiento de la situación. Yo siento ira desde niño y está basada en hechos, en hechos reales, que se ignoran con demasiada facilidad”. Esta aseveración, esta ira contenida, es el sustrato de “La lengua de la montaña” que tiene como referente inmediato el genocidio cometido contra el pueblo kurdo. Pero en esta obra, y en un acierto genial, Pinter maneja una de sus constantes al mostrar a la violencia interior como preludio de la política y la historia. Desde su mismo título queda claro que la violencia no se ha limitado a su sentido material, sino que ha trascendido al plano de la cultura, ensañándose con su vehículo por excelencia: la lengua; porque al pueblo kurdo se le ha prohibido hablar su lengua, a la que se refieren despectivamente como la lengua de la montaña.

Aquí –como siempre- La Fragua acierta al no hacer concesiones a lo políticamente correcto: la violencia es mostrada tal cual y a muchas mentalidades mojigatas sorprenderá la mano del militar que reposa durante un lapso que se antoja larguísimo sobre un denostado “culito intelectual”, y así, entre duros intercambios verbales y larguísimos silencios a lo Pinter, la obra desgrana escena tras escena, donde el asco se mezcla con la sensación de repudio cierta y contundente. Directa y simple, así como Pinter describe su ars poética, esta puesta en escena de “La lengua de la montaña” nos revela el extraordinario nivel que los actores de La Fragua han alcanzado en uno de los ejercicios más complejos del teatro contemporáneo, el retrato más corrosivo de cómo vivimos y cómo hablamos, la escenificación más temible del yo del lenguaje como arma al servicio de la opresión.

Dr. Jekyll & Mr. Grass

En la edición correspondiente al mes de noviembre de 2006 de la revista Letras Libres, aparece el interesante artículo "Dr. Jekyll & Mr. Grass", de Barbara Probst Solomon, en torno a las revelaciones de Günter Grass sobre su militancia en las SS durante la Segunda Guerra Mundial. El interés sobre este tema -luego de la aparición del libro de memorias de Grass, Pelando la cebolla- parecía en declive, pero todo parece indicar que al escritor, que hasta hace un tiempo se consideraba "la conciencia moral de Alemania", le seguirá lloviendo sobre mojado.
También les recomiendo la lectura, siempre sobre el mismo tema, del artículo "Guerra y memoria", de Ian Buruma.

La literatura y los jóvenes de hoy

Acabo de recibir un artículo de La Nación (Argentina) y me encuentro con esta genial respuesta del escritor Abelardo Castillo a la pregunta: ¿Qué les puede dar la literatura a los jóvenes en estos tiempos?

"La gran literatura plantea preguntas, y lo que necesita la juventud actual, como lo ha necesitado siempre, es volver a plantearse las grandes preguntas para darles sus propias respuestas. Los hermanos Karamazov , de Dostoievski, por ejemplo, ¿qué soluciones da? En realidad, te llena de preguntas: ¿Dios existe? ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? Todas las preguntas que plantea un gran libro son las que hacen que uno empiece a pensar con su propia cabeza".

Para los que quieren saber más, Castillo nació en Buenos Aires en 1935, es cuentista, novelista y dramaturgo, y en la entrevista reitera que "un escritor serio es aquel que preserva un espíritu adolescente signado por la búsqueda de absolutos". Definición que, a la luz de una obra que incluye títulos como Las otras puertas (1961), El que tiene sed (1985), Crónica de un iniciado (1991) Las maquinarias de la noche (1992), El evangelio según Van Hutten (1999) y El espejo que tiembla (2006), pareciera calzarle como un guante.

Así que de eso se trata, de plantearse preguntas y de empezar a buscarles respuesta. La literatura implica un proceso dinámico de descodificación y reflexión, no todo es sentarse y disfrutar, tampoco es manual de autoayuda ni recurso lacrimógeno para damas de sociedad, ni Paulo Coelho ni Isabel Allende; la gran literatura, la verdadera literatura, la única literatura posible parte del desasosiego, de la búsqueda sin tregua, de la autenticidad.

domingo, noviembre 26, 2006

América latina como utopía del atraso

No quiero pecar de inoportuno, pero tampoco debo ser complaciente, y hace unos días me encontré esta extraordinaria reflexión en el libro Efectos personales, escrito por uno de los ensayistas más lúcidos de nuestra generación, el mexicano Juan Villoro.
Es un fragmento de su ensayo "Iguanas y dinosaurios. América latina como utopía del atraso", y cualquier semejanza con autores y obras "nacionales e identitarias" es pura coincidencia, pero debería analizarse, tal vez así "descubrimos" a unos cuantos "paladines" de la identidad nacional que en el fondo se limitan -por interés o por inercia- "a posar para la mirada ajena":

"Estamos ante un colonialismo de nuevo cuño, que no depende del dominio del espacio sino del tiempo. En el parque de atracciones latinoamericano, el pasado no es un componente histórico sino una determinación del presente. Anclados, fijos en su identidad, nuestros países surten de antiguallas a un continente que se reserva para sí los usos de la modernidad y del futuro.
Conviene insistir en que la exigencia de una cultura que despida la fragancia de la guayaba no se basa en el egoísmo europeo sino en una peculiar distorsión de los "otros", en la necesidad de incluir una barbarie controlada en su imaginario. En El salvaje en el espejo, Roger Bartra estudia la función que en la Europa medieval desempeñó el mito del salvaje, del homúnculo cubierto de pelos y dominado por bajos instintos que animaba las novelas de caballería, el repertorio de los trovadores, los gobelinos donde aparecían princesa amenazadas, y que, por riguroso contraste, refrendaba la superioridad del hombre civlizado. De acuerdo con Bartra, el descubrimiento de América tuvo un efecto disolvente en esta tradición. Ante los "salvajes reales", no se requería de una figura de leyenda que amarrara doncellas a los árboles. El europeo podía medirse contra los incas o los aztecas. Con todos los matices del caso, es en esta línea donde se inscribe la sobrevaloración cultural del atraso latinoamericano.
Durante nueve años salí de aprietos en el Colegio Alemán haciendo que las iguanas vulgares parecieran dinosaurios de feria. Mi infancia fue un país exótico por partida doble. Estaba preocupado por el apfelstrudel que sólo comía en la imaginación y por el folklor que debía garantizar en clase. No fue una enseñanza modelo, pero me dejó la certeza de que la única patria verdadera se asume sin posar para la mirada ajena."

Juan Villoro, Efectos personales, Editorial Anagrama, 2000, pp. 114-115

El premio para Rigo

Acabo de leer que, por fin, Rigo Paredes aceptó el Premio Nacional de Literatura. Y digo "aceptó" porque al poeta Paredes se lo han ofrecido en más de una ocasión, y lo rechazó en cada una de esas ocasiones, no sin antes sugerir que se le otorgara a tal o cual poeta mayor, y amigo, injustamente olvidado o relegado. Y así se le hizo justicia a Castelar y a otros.

Y es que Rigo, salvo contadas excepciones, siempre ha tenido la suerte de que se le reconozcan sus incuestionables méritos y, además, ha contado entre sus huestes con varios amigos poderosos, bien ubicados en la esfera burocrática (y es que vivir en la culta capital tiene sus ventajas); aunque también hay que aclarar (por aquello de las cochinas dudas) que el poeta Paredes no ha practicado la adulación ni la lambisconería, como si han hecho otros que a veces se sientan a su siniestra en ese olimpo vernáculo llamado Paradiso. Tiene enemigos, claro está, como cualquier escritor que se precie de serlo, algunos gratuitos y otros menos, pero se mantienen alejados y a la sombra, quizás conscientes de que el poeta triniteco les saca dos o más cabezas de ventaja (físicas y mentales, en la mayoría de los casos).

Pero, resumiendo porque aquí la brevedad cuenta, quiero concluir reiterando que me alegra que por fin Rigo haya aceptado el premio, lo que le otorga dignidad a nuestra maltratada palabra literaria y aleja, al menos por 365 días más, la amenaza de que se le adjudique a alguno de los mentecatos que desde hace varios años cabildean y sonsacan y adulan a cuanto funcionario o periodista encuentran a su paso en su desesperada e indigna carrera por conseguir el "Ramón Rosa".

sábado, noviembre 25, 2006

Cámara de Escritura para Desocupados

Para Vila-Matas se trata "del mal endémico de las letras contemporáneas": la pulsión negativa o la atracción por la nada que tiene exponentes tan ilustres como Rulfo, Rimbaud, Salinger. La paradoja es que este impulso negativo le ha bastado al buen Enrique para escribir al menos tres novelas inspiradas -unas más, otras menos- en el mismo tema: Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento. Y vale decir que la segunda obtuvo el prestigiado Premio Herralde, dicho sea de paso uno de los pocos que aun distingue a la calidad por encima de otras cosas (nótese que escribo cosas, no valores ni virtudes ni aciertos).

Reflexionando sobre este tema de la literatura del no (negarse a escribir o dejar de escribir) me he puesto a pensar en el terruño, y en su gente (quizás debiera decir "mi gente", para hacerme más popular, para mostrarme genuinamente interesado en las causas populares, como hacen algunos "escritores" e "intelectuales"), y en la gente que escribe (o que dice que o que piensa que) y no puedo menos que desear -y lo afirmo luego de una cuidadosa evaluación- que esta plaga por fin llegue a estas tierras y contribuya a frenar la incontinencia plúmífera y editorial que desde hace algunos lustros se ensaña en algunos trasnochados, quienes afirman, entre otras cosas, ser los únicos abanderados de la narrativa catracha o, lo que tal vez sea peor, que llevan sobre sus hombros a la poesía vernácula.

Pero no quiero cansarlos, y no sólo de este tema se trata este blog, pero les prometo seguir reflexionando sobre ésta y otras plagas, a la vez que -y para retribuir su atención- me atreveré a deslizar algún comentario sobre nuestra "vida cultural". Así que espero sus comentarios para integrarlos a esta "Cámara de Escritura para Desocupados".

Caribe Cocaine

Primero, debo confesar que he disfrutado con la mayoría de los relatos que Ernesto Bondy había publicado con anterioridad, incluso encontré en algunos la huella de un narrador que se negaba a limitarse a la esfera de lo cotidiano nacional para instalarse en la vecindad de los universales. Por eso cuando Armando Rivera (editor de Letra Negra, para más señas) depositó sobre mi escritorio un grueso volumen con el título Caribe Cocaine, me sentí empujado a leerlo sin mayor dilación.

Y así también, sin más preámbulos, la decepción fue invadiendo mi espíritu apenas avanzaba en la lectura de sus páginas. No porque esté mal escrito, como ocurre con algunos presuntos narradores nacionales, que apenas en la décima línea de la primera página ya han incurrido en unos cuantos idiotismos y los problemas de concordancia son evidentes. No es éste el caso de Caribe Cocaine, que se deja leer con facilidad, que está redactada con propiedad y corrección. El problema es más profundo y tiene que ver con los personajes acartonados y faltos de sustancia (de los protagonistas Michel Schiller y Labella Proaño, o sus contrapartes de la DEA, Tony Orellana y Maribel Izaguirre, para abajo), con su intriga anémica, con la trama esquemática y pobre, llena de clichés y lugares comunes que ni la desopilada invención de un grupo llamado CCC consigue darle fuerza.

Y qué decir de sus desinflados episodios eróticos, que parecen extraídos de la trasnochada imaginación de un añejo marido que se ha pasado media vida viendo -a escondidas de su mujer- películas Serie B a altas horas de la noche.

En resumen, de la servil aplicación de recetas bestselleristas, de tanto paperback gringo regurgitado, de tanta trivialidad disfrazada de intriga internacional no podía salir nada bueno. Tampoco puedo dejar de pensar que en el supuesto clímax de la acción narrativa -en el instante que el misil impacta en el avión donde viaja "el magistrado" y todos los "eventos" se precipitan a su final- antes que pensar en su evidente correspondencia con la controvertida "desaparición" de cierto personaje de la política hondureña, la imagen inmediata que aparece en nuestra mente es la de un anacrónico edificio que se viene abajo, metáfora de la implosión narrativa que sufre esta "novela", cuya endeble arquitectura cae, cual modesto castillo de naipes, ante el manifiesto desencanto del lector.